Revista Arte

La Belleza inesperada y subyugante, o el anónimo, atrayente e inevitable Arte.

Por Artepoesia
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Cuando, en una de las tardes del tardío otoño despejado sevillano, me dirigía a pie, andando lentamente, hacia la Galería el Fotómata para perfeccionar mis conocimientos fotográficos, pasé, aquella única e inspirada vez, por una de las calles del centro antiguo de Sevilla; estrecha, irregular, desconocida -por poco transitada- y sorprendente que entonces pudiera yo encontrarme, mucho antes de llegar a mi destino. La calle San Blas de Sevilla comenzó llamándose al principio de los Ribera, por haber vivido ya en ella la familia de uno de los primeros caballeros que acompañaron al rey Fernando III, don Per Afan de Ribera, en su conquista de la ciudad a los moros en el año 1248. Luego, en la época de esplendor de Sevilla como puerto de América, se llegó a denominar calle de la Cruz, para terminar con el nombre del milagroso eremita armenio a finales del siglo XVII.
Caminaba admirado bajo un cielo estremecedor, límpido pero atenuado ya, porque la luz ahora era aliada de la imagen por su tonalidad mate, ya que el inicio de un largo e inacabable crepúsculo hacía del cielo, ahora, el mejor encuadre  -casi el mejor lienzo-  que de cualquier Arte pueda, así, sobrevenir.  De este modo, paseando con sosiego llegué de repente a una ampliación, a una anchura, desde uno de los lados de la calle. Era una especie de plaza emergida lo que seguía, quizá conformada así por el derribo de algún solar desamortizado ya, y ganado de esta forma para la ciudad. De pronto, hacia al fondo de los edificios, sorprendentemente demasiado modernos éstos para tanta antigüedad, apareció majestuosa y distante detrás de esas paredes blancas, desubicadas, una cúpula del todo perfecta, con reflejos azules, amarillos y rojizos, y que sobresalía a lo lejos, casi ocultada detrás de dos calles más allá de donde yo me encontraba.
El cielo en ese momento del atardecer otoñal colocaba, además, a una Luna muy lejana y difusa cerca del encuadre perfecto, en donde un fondo atenuadamente azul contrastaba ahora con la enhiesta y orgullosa cúpula azulejera, imposible de no fijarla con la cámara digital. Entonces no llegué a saber qué edificio histórico religioso albergaba tamaña belleza. Tampoco me preocupé entonces. Es como cuando sólo la belleza importa, no su identidad ni su pasado, nada más que la belleza, como única justificación, como único Arte. Mes y medio casi después, al advenimiento de este blog, elegí esa imagen improvisada y fortuita de la cúpula -y su cielo- de lo que parecía ser una iglesia sevillana -una más de tantas-  para la cabecera del Blog. Sólo me interesó entonces el efecto -su belleza-, no su causa.
Sin embargo, seis meses después de aquella toma fotográfica de otoño, en un itinerario esta vez opuesto, caminando por una de aquellas dos calles paralelas -también estrechas- de más allá, descubrí ahora lo que parecía un edificio antiguo y desolado -como tantos que en orfandad se encuentran-, y al que,  informado ya de su belleza interior, me decidí eternizar  -digitalizadas-  las imágenes de su interior fundamentalmente, para mí inéditas y que pensaba, ahora, disfrutar. Así, entonces y casi hasta este momento (algo se sospecha a veces siempre, pero no se termina por confirmar), nunca llegué a saber que aquella cúpula maravillosa y otoñal era la misma que ahora plasmaba también esta vez desde dentro, esta vez en una mañana, igualmente luminosa y azul, pero ahora primaveral.
Los Jesuítas se fundaron como orden católica en 1534 por el español Íñigo López de Loyola (1491-1556). Su fundamento principal entonces era propagar por todo el mundo la fe católica. Así fundaron iglesias y casas por toda Europa, luego por Asia y, después, por toda América española. Veinte años después de su fundación, los jesuítas llegaron a Sevilla, construyendo templos y noviciados. Pero, no fue hasta finales del siglo XVII cuando se decidieron a construir un grandioso edificio religioso, una iglesia, no tan grande como hermosa, propia de la decoración Barroca de la época. Este templo se terminó en 1731 y se acabó bautizando como Iglesia de San Luis de los Franceses.
Los Jesuítas, como mucho antes lo fueron los Templarios, acabaron manejando un gran poder y una inmensa riqueza. Muestra de esa riqueza, conocimiento y capacidad fueron, entre otras cosas, sus obras arquitectónicas. Se distinguían por su exquisita, elaborada, innovadora y bella forma de construir, de crear Arte. Pero, ese inmenso poder se enfrentó a los poderes terrenales de los estados y sus reyes. Primeramente, a causa de este enfrentamiento la orden fue expulsada de España, e incautada así todas sus propiedades -como en otros países europeos-, en el año 1767, por lo que los jesuítas hubieron de abandonar ahora todos sus templos y edificios.
Luego, además, cuando el liberalismo español de comienzos del siglo XIX decidió expropiar los bienes eclesiásticos por motivos económicos y políticos, los jesuítas de nuevo tuvieron, ya definitivamente, que dejar en 1835 los templos en España, esta vez desamortizados por el Estado. De este modo, la iglesia sevillana de San Luis de los Franceses nunca más volvió a hacer sonar sus campanas ni a consagrar cosa alguna en su interior. Así se mantuvo y así sigue. Su creación entonces tan artística fue, al parecer, como un deseo de impresionar, de santificar, más con la belleza que con la palabra. Sus retablos, sus arcos elevados cerca de sus ventanas superiores, por donde la luz sigue entrando como entonces; sus obras de Arte, sus pinturas, sus artesanos elementos detenidos en el tiempo, sus frescos en sus altos, casi vírgenes, techos, hacen de este lugar un contradictorio y sorprendente monumento. Como aquel encuentro de entonces donde, ahora como antes, sólo la belleza importa, sea ésta la que sea; la belleza inesperada, sin apellido, sin nombre casi, pero subyugante, siempre subyugante.
(Imágenes fotográficas, catorce, del interior y exterior de la antigua iglesia de San Luis de los Franceses, mayo, 2009, Sevilla, España; Dos fotografías de la cúpula monumental, desde lejos, de la iglesia de San Luis de los Franceses, noviembre, 2008, Sevilla, España.)

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