La belleza sin cerebro…

Publicado el 26 abril 2014 por Zogoibi @pabloacalvino

…no sirve de nada.

Desde luego que no.

Escaleras del Rocks Hotel

Pues este era el lugar: Rocks Hotel; no el más lujoso de Macao, pero sí el más caro en el que yo había estado hasta ahora. Un edificio restaurado de estilo colonial, de cuando Portugal estaba en pleno apogeo; una ubicación inmejorable junto a la línea de costa, con una formidable vista al mar, frente al larguísimo Puente da Amizade que cruza la bahía. Paredes empapeladas, suelo de parquet, cama gigante, equipo estéreo de alta fidelidad, muebles de madera, baño alicatado en mármol, bañera estilo s XIX, tuberías de cobre, contraventanas mallorquinas, balaustrada de madera en el balcón, velador de mármol, zapatillas de toalla, albornoz y toallas bordados, juego de perfumería y aseo completo, internet y televisión por cable, pantalla plana de 42″, todo tipo de accesorios… ¡lo que se te ocurra! En la planta baja, un inmenso vestíbulo de mármol con escalera circular, armaduras adornando las esquinas, arañas de cristal colgando de los altos techos, claraboya tipo invernadero, tapices en las paredes, puertas de latón pulidas como espejos, gimnasio, una terraza de madera tan grande como un campo de baloncesto, jardín privado, todo elegancia y fasto. Aparte, cena y desayuno incluidos, con alimentos de la mejor calidad y gran variedad. Bueno, supongo que te haces una idea, ¿no?

Pero, nada más llegar, el primer tropezón: 1000 HKD de depósito por las llaves. ¿¿Quée?? ¡Eso son 100 €! ¿De verdad valen esas llaves tanto dinero? Es más de la mitad de lo que cuesta la habitación. Peor aún: ¿No es tener muy poca clase, en un hotel que quiere ser de primera, pedir un depósito por las llaves? Parece más apropiado en un albergue de segunda en el Soho londinense.

Así que le digo al tipo de recepción: “verá, eso es casi tanto como tenemos pensado gastar en toda la tarde; no esperará que vayamos a cambiar moneda sólo para pagar ese absurdo depósito, ¿no?” Me responde: “lo siento mucho, señor, pero…” Entonces mi novia pone un billete de 500 HKD en el mostrador y la otra recepcionista, que por suerte no era tan cabeza cuadrada, dice: “está bien, míster: podemos dejarlo en 500″. Así que nos extendieron un recibo, Sauce lo firmó y se lo guardó.

Era una escapada de sólo un día. A la mañana siguiente Sauce tuvo que levantarse temprano para regresar a China y acudir al trabajo, mientras que yo me quedaba desperezándome y holgazaneando en la cama, dándome una ducha, y luego tomando un lento, opíparo y exquisito desayuno tardío. Mi ferry zarpaba a mediodía, así que facturé a las 11 a.m. Estaban los dos mismos recepcionistas del día anterior. Al alargarles el recibo del depósito, me dice el joven: “no podemos entregárselo a usted, señor: está firmado por su esposa; tiene que recogerlo ella”.

Me precio de ser un viajero experimentado, pero semejante sandez no la había escuchado antes jamás, ni podría siquiera haberla concebido mi fantasía. Se comprende, pues, que me pillara por sorpresa y que durante unos momentos no supiera ni qué decir. Por fin encontré mi voz:

– Bien, pero mi esposa ya no está; se ha ido por la mañana temprano, y como yo me quedaba hasta más tarde no pudo devolver ella las llaves, porque si no yo no podría entrar y salir a mi antojo.
– Entonces, señor, mucho me temo que no podemos llevar a cabo la devolución. ¿Quizá puede usted pedirle que venga para firmar?

No podía creer lo que estaba oyendo. Me impacienté:

– ¿Qué narices me dice usted, oiga? Mi esposa está de vuelta en China; no puede regresar así, como si sólo hubiera ido al quiosco a por el periódico.
– Bueno, eso no es problema, míster. Tiene dos meses para recuperar la cantidad depositada y…
– Mire, ¿me está tomando el pelo? Se tardan dos horas en venir a Macao y otras tantas en volver, y el ferry cuesta 400 HKD. ¿De verdad me está sugiriendo que gastemos 400 dólares para recuperar 500?
– En ese caso, señor, no hay nada que podamos hacer…
– Vale. Hágame el favor de llamar al gerente.
– ¡Oh! Lo sentimos mucho, pero el gerente no está aquí ahora.

Era desesperante. Hice un último intento: “Pero, oiga, no me sea cabeza cuadrada: sólo hemos estado ella y yo en la habitación, hemos venido juntos, ella se ha marchado ya y ahora sólo quedo yo para firmar ese papel; así que haga el favor de llamar al gerente o a quien tenga Vd. que llamar, porque de lo contrario seré yo quien llame a la policía, al consulado o a donde sea; pero tengo que coger ese ferry a las doce y no voy a marcharme de aquí sin los 500 HKD; ¿está claro?” Por supuesto estas palabras no eran más que un farol: ni hay consulado español en Macao, ni serviría absolutamente de nada llamarlos, o a la policía, excepto para hacerme perder el ferry, cuyo billete, además, había comprado ya y no admitía cambios. Pero el farol debió hacer alguna impresión en la recepcionista, porque según él se encogía de hombros ella me dijo: “¿puede darnos el teléfono de su esposa para que hablemos con ella?”

Le di el número de Sauce y hablaron durante un minuto. Al colgar, la recepcionista por fin cedió: “bien, no hay problema: puede usted firmar el recibo y le devolveremos el dinero; pero tenemos que coger los datos de su pasaporte”.

Se los di con todas mis bendiciones. Y así fue cómo pude recuperar el abusivo depósito de las llaves. Pero este episodio y esa pareja quedarán grabados de forma indeleble en mi memoria como los más necios, rígidos y absurdos con los que haya tenido que lidiar nunca.

Ahora, si pudiera hablar con el gerente del hotel, le preguntaría: ¿de verdad vale la pena perder dos clientes y todo el prestigio por la rigidez de unas reglas idiotas, o por ahorrar en dos recepcionistas con su cerebro completo? Y es que, como reza un conocido eslógan publicitario: “La belleza sin cerebro no sirve de nada.”

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