Pese a que las listas por lo general no me entusiasmen, terminó más por lamentar las ausencias que otra cosa -¿dónde están El baile de los vampiros, la histérica Alucarda, El rojo en los labios o incluso el Arrebato de Zulueta?-, aquí presento mi personalísimo top 12 vampírico (entre inamovibles y flotantes) a propuesta de Cinearchivo como complemento del fantabuloso (y terrorífico) especial sobre tan rica, fascinante y tristemente liofilizada mitología. Contra este presente de romance mojigato, castidad de calentón y melosa cursilería, una selección violente, salvaje, depredadora y sexual. Erotismo, delirio, sangre y dinamita social. Vampirismo, al fin.
Especial: Los mejores filmes de vampiros de la historia
Aparte de esta lista, mixtura heterodoxa (claro) de pasión, historicismo y reivindicación recomendar los notables artículos que componen el acontecimiento, divididos en dos bloques -12 clásicos y 12 malditos- y donde aparecen las revisiones de Ceremonia Sangrienta (Jorge Grau, 1974) -FichaFilm.asp?IdPelicula=71335- y Onna Kyûketsuki (Nobou Nakagawa, 1959) – FichaFilm.asp?IdPelicula=81724-, ya presentes en el blog pero matizadas para la ocasión. Clickando sobre lso carteles podréis acceder a las reseñas (a excepción de una, de la que he encontrado entre poco y nada, es decir, habrá que volver sobre ella), algunas son entradas antiguas, otros artículos nuevos pertenecientes a los excelentes autores de este dossier y unos más pertenecen a blogs y páginas que merecen más de una vista .
Sin más, ni más, la docena vampírica:
Las novias de Drácula (Terence Fisher, 1960)
Obra maestra total, de la Hammer, de Terence Fisher, del género, del cine inglés y de la historia. La dirección, insuperable. La historia, indescriptible. La interpretación, inigualable. Peter Cushing es el Van Helsing definitivo, más audaz y fiero que nunca, Yvonne Monlaur queda prendida de una pesadilla extrañamente táctil, que mezcla necrofilia, incesto, sadismo, domino sexual y mito puro y duro. Apoteósica de principio a fin, con un uso del color y el movimiento magistrales, acumula escenas cumbre con una elegancia que pasma y culmina en una final de antología, con Cushing cauterizándose la mordedura del vampiro y un molino en llamas arrojando sobre el mismo la sombra de una cruz.
Si en el original de 1958 Lee ya había dejado huello a partir de aquí “será” Drácula, elegante, animal, despiadado. Una fiera que espera el signo de debilidad para activarse con una velocidad y una ferocidad jamás vistas en la pantalla, multiplicando el impacto violento de su primera aparición. Si en la anterior Cushing no echó de menos a Lee en está sucede lo inverso, la sabiduría cinemática de Fisher su depurado sentido de la puesta en escena y el movimiento dentro del plano rematan una film atmosférico, turbio vigoroso. Nuevamente su final es apoteósico.
Vampiros (1998, John Carpenter)
Westrn fronterizo, Hatari hiperbólico, tebeo de acción repleto de réplicas demoledoras, carisma macarra y sangre de la buena. Jack Crow tiene lo cojones más grandes que nadie, la lengua más sucia y encima es una mercenario cazavampiros al servicio del Vaticano enfrentado a la bestia del averno más brutal que te puedas imaginar –y el asalto al hotel que remata los primorosos veinte minutos de inicio así lo prueba-. Carpenter, en lo alto del dominio de un oficio, entrega una obra maestra del cine directo, de cristalino sentido de la narración cinematográfica y poderosa imaginería.
Captain Kronos, vampire hunter (Brian Clemens, 1973)
Manifiesto vampírico-aventurero a mayor gloria del talento juguetón del gran Brian Clemens, guionista principal y cabeza pesante tras Los Vengadores televisivos. Relato pulp de voluntad renovadora, creadora de una mitología propia que roba de mil sitios hasta dar forma a un pastiche irresistiblemente pop(ular). Inteligente, sofisticada, ingeniosa y encima con Caroline Munro como gitana de armas tomar.
El vampiro (Fernando Méndez, 1957) - Negro y plata, 10/04/10 -
El film que se adelantó a todos. Joya del mejor periodo del cine mexicano facturada con notable elegancia por Fernando Méndez. Potente sentido de la atmósfera, decadentismo sinuoso e infiltración de lo erótico. El gran actor gijonés Germán Robles eleva la película como el Conde Lavud con un porte que mezcla distinción y peligro y una voz envolvente. Por momentos, verdaderamente mágica, un cuento extraño que parece soñado.
Drácula (1958), de Terence Fisher
La instauración del vampiro nuevo y la consagración del doble mito Lee/Cushing. Vampiro de devastadora presencia sexual el uno, obsesivo perseguidor y conquistador de lo extraño el otro. Todo estaba ya aquí, la violencia exacerbada, el vampiro como dinamita social y azote de la represión erótica, simultáneamente liberador y esclavizador. Fisher cincela el futuro de la Hammer con una cámara que acaricia el encuadre y unos actores que dominan el espacio. Como adaptación, audaz, como película, lo nunca visto.
Ceremonia sangrienta (Jorge Grau, 1972) – La mataré para ti, 29/04/10 -
El no-vampiro o el vampiro metafórico. Revisitación sociopolítica de la Condesa Bathory que, por ambiciones, conceptos y acabado se sitúa muy por encima de la media del género en España. Aquí los dos nobles protagonistas, embarcados en una espiral de amor malsano y autodestructivo, son dos psicópatas puros que aprovechan la superstición para sangrar, literal y simbólicamente a un pueblo ignorante y oprimido. La lucha de clases tiene colmillos, y los usa.
I Vampiri (Riccardo Freda y Mario Bava, 1960)
Una película escandalosamente ninguneada como pieza menor. Historicamente supone la antesala del giallo al tiempo que moderniza el gótico italiano, además de contener la reunión de los singulares talentos de Riccardo Fredda y Mario Bava, que se ocupó de la extraordinaria fotografía blanquinegra y remató la dirección tras el abandono de Fredda por problemas con los productores. Un médico sangra a jovencitas para mantener la eterna juventud de su bella y sobrenatural esposa a la personificada por la magnética y Gianna Maria Canale en esta (otra) relectura de la terrible Condesa Bathory. Elegante, sugerente y alambicada, sigue la investigación de un intrépido periodista usando el suspense de tono hitchcockiano e incluyendo elementos fantasmagóricos en unos interiores de arrebatada plasticidad.
Las Vampiras (1971, Jesús Franco)
Cumbre del cine jazzistico de Franco, versión psicodélico-fetichista del original de Stoker con sexos cambiados y geniales inversiones de términos (el extravagante Dennis Price da vida a una Van Helsing que quiere dar caza a la vampiresa para que esta le proporcione la vida eterna), amén de un sentido de la narración y la continuidad por completo privativa de su autor y que aquí encuentra uno de sus mejores vehículos de expresión. Ácrata, iconoclasta, mareante e inaprensible, canto de amor rendido a la subyugante Soledad Miranda y su encantamiento inconsciente.
La noche de los diablos (1972), de Giorgio Ferroni
Adaptación de La familia Wurdalak de Alexei Tolstoi (segunda tras el segmento que Bava le dedico al relato en la magistral Las tres caras del miedo de 1963) por parte del reivindicable Giorgio Ferroni, intentando regresar a los mejores años de aquel horror gótico que él mismo ayudó a levantar con su El molino de las mujeres de piedra (1960). Un tanto perjudicada por los modismos formales de la época, se crece en el logro de una particular atmósfera rural y folklórica, de superchería y violencia bárbara que deriva en manifiesta pesadilla. Muy conseguida en cuanto a progresión, uso de la sugestión y puntual explicitud y, especialmente, beneficiada por la presencia de la angelical Agostina Belli, verdaderamente terrorífica, a la postre.
Las hijas de Drácula (1974), de José Ramón Larraz
Vampirismo hardcore, “pornificación” del estilo, salvajismo sin disfraz. Matar y follar, son la misma cosa. Sangre y lesbianismo, semen y súcubos. El hombre como recipiente que vaciar en medio de una clima entre lo feerico y lo viscoso. Furiosa, húmeda, irrespirable. Una penetración lubricada con sangre. Nunca el género había sido tan explícito.
Onna Kyûketsuki (1959), de Nobuo Nakagawa – Colmillos sobre Japón, 7/07/10
Una perla de chicle que cada vez me gusta más. Desprejuiciada importación del vampiro al imaginario japonés por parte del fundamental Nakawaga por la inesperada vía del catolicismo. Ahora sorpresivamente romántica, ahora deliciosamente psicotrónica. Recuento de las penas y necesidades de un insólito vampiro que se convierte con la luna llena y luce un sofisticado look de pintor medio bohemio al que da vida el siempre intenso Shigeru Amachi. Maravillosos flashbacks de escenografía abstracta y herencia kabuki y viraje hacia el delirio total en un tercio final sin barreras de ninguna clase.