Hoy hace 70 años los aliados desembarcaron en Normandía. Fue el 6 de junio de 1944. Tras casi cinco años de guerra, el Día D había llegado y la Segunda Guerra Mundial comenzaba la que sería su última etapa antes de que Hitler finalmente se suicidara el 30 de abril de 1945 y Alemania se rindiera una semana más tarde. El desembarco en Normandía fue un despliegue de fuerza bruta por parte de los aliados occidentales: casi 7.000 barcos de guerra de todo tipo que transportaban a más de 150.000 soldados estadounidenses, británicos, canadienses, franceses, australianos, polacos, belgas, etc., incluso algunos republicanos españoles exiliados.
El desembarco de estos miles de soldados se produjo en distintas playas con distintos nombres en clave a lo largo de decenas de kilómetros de costa: Utah, Omaha, Juno, Gold y Sword. Todas ellas estaban fortificadas y fuertemente minadas, defendidas por unos 50.000 soldados alemanes que esperaban en sus trincheras y búnkeres poder rechazar la embestida.
Uno de esos soldados era Heinrich Severloh. El 6 de junio de 1944 tenía 20 años, a punto de cumplir los 21. Pertenecía a la 352ª División de Infantería y su misión era resistir a la irresistible invasión desde su pequeño nido de ametralladoras. Era una lucha desigual. Heinrich, un chico de 20 años, contra la 1ª División de Infantería del Ejército de los Estados Unidos que iba a desembarcar en la playa de Omaha.
El Día D de Heinrich Severloh
Heinrich Severloh.
El Día D de Heinrich Severloh comenzó muy temprano. A las seis de la mañana amaneció con el horizonte completamente dominado por barcos de la flota aliada atracada frente a la costa y preparando el asalto de la primera oleada de las barcazas de desembarco. Esta visión debió de ser descorazonadora para unos soldados que llevaban meses esperando la invasión. El día por el que tanto se habían estado preparando había llegado. Rápidamente Heinrich y sus compañeros fueron puestos en estado de alerta y llevados a sus puestos. Heinrich cogió su ametralladora MG 42, conocida como la “sierra de Hitler” por su velocidad y su capacidad para disparar hasta 1.700 balas por minuto, y apuntó hacia la playa.En una entrevista publicada hace diez años por la revista alemana Der Spiegel, el soldado Severloh contó que su teniente le dijo: “Empieza a disparar cuando veas que empiezan a salir de las barcazas y el agua todavía les llega por la cintura”. Ese momento llegó, y entonces comenzó el infierno.
De todas las playas de desembarco en Normandía, la de Omaha Beach fue donde los aliados sufrieron más. Mientras que en el resto de las playas de la enorme invasión la resistencia alemana fue efímera o prácticamente inexistente, en el sector que defendía Heinrich murieron hasta 3.000 soldados norteamericanos. La invasión a punto estuvo de fracasar allí. Y gran parte de la culpa de aquello puede que fuera de Heinrich.
El soldado Severloh no dejó de disparar. Estuvo disparando durante nueve horas sin parar. Más de 12.000 cartuchos. Su ametralladora se sobrecalentó varias veces e iba alternando con disparos de su fusil. No paró de disparar, sin descanso, sin pensar. Los enemigos fueron cayendo como troncos delante de él. El agua del mar se tiñó roja de la sangre. Los gritos, las explosiones, el miedo. Y Heinrich disparando a las sombras que se movían delante de él. “No pensaba en nada, simplemente actuaba”, comentó. Pero sí sabía lo que hacía. Veía perfectamente las consecuencias de sus actos. “Muchachos jóvenes como yo cayendo apilados en la playa”. Una visión horrible que nunca olvidaría y que le causaron un terrible remordimiento el resto de su vida.
A las tres de la tarde el teniente de Heinrich se dio cuenta de que los dos se habían quedado solos. Las trincheras a sus lados estaban vacías o destruidas y los demás fortines habían dejado de disparar. Ordenó a Heinrich salir de allí cuanto antes y salvar la vida. Heinrich se escabulló. Salió corriendo y se salvó. Su teniente murió de un disparo en la cabeza. ¿Qué pensaría el joven de 20 años tras nueve horas matando sin cesar? “Era la guerra, o ellos o yo”. ¿Puede una persona cabal ser consciente de eso sin volverse loco?
Años más tarde los medios estadounidenses le apodarían la “bestia de Omaha Beach”. De todas las imágenes de ese día siempre le persiguió la de un soldado americano al que le disparó en la cabeza. Heinrich vio como se desplomó al suelo y su casco salió rodando. “Mejor no pensar en eso, sino me dan ganas de vomitar”, le contó al periodista de Der Spiegel hace una década.
Heinrich Severloh murió en 2006 a los 82 años.