La biblia desenterrada

Por Gonzalo

Entre las investigaciones y estudios realizados en los últimos años destaca especialmente el trabajo de dos arqueólogos e historiadores, el israelí Israel Finkelstein y el estadounidense Neil Asher Silberman. En el año 2001, ambos publicaron La Biblia desenterrada (siglo XXI Editores, 2003), un ensayo en el que plasman las conclusiones obtenidas tras años de excavaciones y estudios en  Tierra Santa. Fue un libro polémico, que levantó ampollas en círculos religiosos y académicos, especialmente en Israel. No en vano, sus planteamientos -cercanos a la línea de la corriente minimalista, aunque con matices- ofrecen una visión radicalmente distinta sobre la presunta historicidad de pasajes importantes de la Biblia hebrea.

Entre otras cosas, el libro pone en duda la historicidad de la vida de Moisés, del Éxodo y de otros muchos pasajes del Antiguo Testamento, después de analizar minuciosamente los datos obtenidos durante sus excavaciones arqueológicas. Entre las desestabilizadoras conclusiones a las que llegaron se encuentran la negación del pasaje de las murallas de Jericó, presuntamente derribadas por el sonido de las trompetas del ejército del “Pueblo Elegido”. Para desgracia de los creyentes más conservadores, las excavaciones desvelaron que en el siglo XIII a.C. Jericó era apenas un pequeño poblado, que carecía de muralla. Tampoco David y su hijo Salomón parecen ser los grandes monarcas que describe el Antiguo Testamento.

Según la Biblia, el reino de Israel en aquella época poseía un gran poderío, con una fuerte capital, Jerusalén. Las prospecciones tampoco han dado la razón a tales aseveraciones, ya que lo que han sacado a la luz demuestra que en la época de estos dos reyes Jerusalén era una pequeña población, nada que ver con la imagen poderosa que ofrece la Biblia. Además, según Finkelstein y Asher, resulta imposible que Moisés escribiera el Pentateuco (los primeros cinco libros de la Biblia), entre otras cosas porque el Deuteronomio, el último de ellos, “describe el momento y las circunstancias exactas” de la muerte del propio Moisés.

El Éxodo tampoco tiene muchos visos de verosimilitud. Según los textos sagrados, cientos de miles de judíos fueron guiados por Moisés a través del desierto antes de alcanzar el monte Sinaí. Sin embargo, según los arqueólogos, los archivos egipcios de la época, que por lo general dejaban constancia escrita de cualquier suceso relevante ocurrido en su territorio, no hacen ni una sola mención a semejante masa humana vagando por las arenas del desierto. Además, en la fecha en la que se supone se produjeron aquellos sucesos, habría sido imposible que los judíos no fueran descubiertos durante su peregrinar, ya que Egipto poseía una serie de fortificaciones militares a lo largo de su territorio. A pesar de eso -señalan los arqueólogos-, “ni una sola estela los menciona”.

Si los arqueólogos están en lo cierto, tal y como se desprende de sus investigaciones, ¿cómo se forjó aquel cúmulo de mitos? Para Finkelstein, el Pentateuco, atribuido a Moisés, es en realidad “una genial reconstrucción literaria y política de la génesis del pueblo judío, realizada 1.500 años después de lo que siempre creímos”. Según esta hipótesis, estos textos sagrados comenzaron a ser reunidos y organizados durante el reinado de Josías, que gobernó Judá en torno al siglo VII a.C. El objetivo de aquella magna obra literaria no era otro que crear una nación judía, a partir del reino del norte (Israel) y el del sur (Judá).

La intención era instaurar el monoteísmo, de forma que el pueblo judío se convirtiera en uno solo, dirigido por un único Dios y gobernado por un único rey. Así que los escribas inventaron una historia común, a la medida de sus necesidades. Ni hubo culto a un único dios desde tiempos pretéritos, ni se produjo el Éxodo, ni conquista de Canaán.  Además, las historias sobre la Creación, el Diluvio y otros muchos pasajes fueron adaptados y rescritos a partir de antiguos mitos babilonios y sumerios, de cuya existencia habrían tenido conocimiento durante el periodo del cautiverio en Babilonia.