Hace unas semanas os hablé de un libro cuya sinopsis me había dejado pensando en él durante unos días. Básicamente hasta que pude leerlo. La verdad es que, a pesar de lo mal que me haya salido esta reseña con la que no os darán ganas de leerlo (ya se sabe, cuánto más te gusta un libro peor sabes explicar por qué. Y es que yo sé por qué no me gusta algo, pero no sé por qué una historia me engancha, me hace reflexiona o incluso me motiva en mi vida personal), La bibliotecaria de Auschwitz merece muchísimo la pena, para todo tipo de lectores. Es cierto que la historia es bastante cruda, pero también que el libro contiene una enseñanza que está por encima de eso.
En medio del horror, Dita nos da una maravillosa lección de coraje: no se rinde y nunca pierde las ganas de vivir ni de leer porque, incluso en ese terrible campo de exterminio, «abrir un libro es como subirte a un tren que te lleva de vacaciones».
Una emocionante novela basada en hechos reales que rescata del olvido una de las más conmovedoras historias de heroísmo cultural.
Desde que somos pequeños nos hablan de la importancia de la lectura. En el cole nos intentan enseñar que, además de todas las cosas maravillosas que nos puede proporcionar la lectura, también nos puede entretener. Un libro no solo nos regala diversión, también nos acerca otras realidades, nos ayuda a ponernos en el lugar de otras personas. Un libro denuncia una injusticia. Un libro te abre puertas que de otro modo estarían cerradas. Un libro contiene las vivencias, puntos de vista o deseos de expresarse de un autor. Todas esas cosas las aprendes, efectivamente, con un libro. Y ha sido con un libro, con éste mismo libro, con el que he aprendido que un libro también te proporciona libertad.
Antonio G. Iturbe, el autor.
Y es que, ¿por qué iba nadie a arriesgar la vida por ocho desgastados y estropeados libros? ¿Quién, en su sano juicio, escondería ocho montones de papeles sabiendo que eso le podría costar la vida? Y es precisamente por eso por lo que esta novela llega a sorprender tanto y a calar tan hondo en nosotros. La bibliotecaria de Auschwitz es todo un homenaje a la literatura y a todo lo que ésta hace por el ser humano. Ya lo dice el autor en su nota final:
Habrá quien piense que es un acto de valentía inútil en un campo de exterminio, cuando hay otras preocupaciones más perentorias: los libros no curan las enfermedades ni pueden utilizarse como armas para doblegar a un ejército de verdugos, no llenan el estómago ni quitan la sed. Es cierto: la cultura no es necesaria para la supervivencia del hombre, únicamente lo es el pan y el agua. Es verdad que con el pan de comer y el agua de beber sobrevive el hombre, pero también que sólo con eso muere la humanidad entera.
La bibliotecaria de Auschwitz nos demuestra que un libro es una ventana a la libertad. Dita Adlerova no va a renunciar a ese resquicio de liberación que le conceden los libros. Cada vez que se escabulle para leer las aventuras del soldado Svejk consigue estar lejos de esas vallas electrificadas, lejos de las cámaras de gas y de la muerte. Cuando esos chicos se sientan alrededor de un profesor que les cuenta una de esas historias, dejan de tener miedo e incertidumbre por un rato, solo por un tiempo. Hasta que vuelvan a esas clases clandestinas y sus profesores puedan disponer de los libros. Cuando lees historias como estas, te invade una oleada de sentimientos encontrados. Sientes pena, tristeza, furia e impotencia por todo lo que sucedió; pero también sorprende ver cómo una serie de personas se jugaron la vida por darles unos minutos más a los niños para olvidar dónde se encontraban, por liberarse a través de lo que las palabras pueden ofrecernos. Y te sientes pequeño. Y te alegras de saber cuánto puede proporcionarte algo que tanto disfrutas como la lectura.
Dita Kraus en 1942
Es cierto que esta historia es bastante dura. El argumento se centra en la vida de una chica de solo catorce años que encuentra una realidad bastante desgarradora, pues está presa en un campo de concentración. Encima, la novela está basada en la vida de una chica que realmente vivió aquellas cosas y que comparte nombre con nuestra protagonista, Dita Kraus (Dita Adlerova en la novela). Pero lo cierto es que al mismo tiempo que estás leyendo todas las barbaridades que tuvieron lugar durante la época nazi, te sorprendes de cuánto valor puede llegar a acumular el ser humano. Leer sobre una niña que cuidaba un puñado de libros como quien cuida de un hijo, aportando ideas para que todos pudiesen disfrutarlos, y escondiéndolos de los nazis; sobre un hombre llamado Fredy Hirsch que se empeñó en enseñar a los niños para que algún día pudiesen utilizar lo aprendido al salir de allí o sobre Liesl Adlerova, empeñada en que su hija no se preocupase por ella y mostrando una fortaleza y seguridad que ella misma no sentía. Estas personas sacaron fuerzas de flaqueza e hicieron lo que pudieron para convivir allí, ayudándose unos a otros, incluso en unas condiciones horriblemente inhumanas.
Para escribir esta historia, Iturbe ha tenido que viajar por varios países para documentarse. Al final de la novela, el autor incluye una nota en la que explica el porqué de su decisión de ir a Auschwitz, su posterior presentación a la verdadera Dita Adlerova, esto es, Dita Kraus, que ahora vive en Israel y el paradero que todos los personajes basados en personas reales que aparecen en el libro. Es curioso leer esta explicación final, porque fue precisamente un libro lo que condujo al periodista hacia Dita Kraus.
Por si os habéis quedado con ganas de conocer esta historia y a su protagonista, os recomiendo este artículo de XL Semanal, el que os comenté por twitter.
¿Vosotr@s habéis leído el libro? ¿Lo pensáis hacer? ¿Por qué no lo habéis hecho ya? ¡Nos leemos!
Poy