Innumerables las historias sobre muchos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y muchas de ellas circulando alrededor de historias de judíos o de personas que los ayudaron en esa tremenda época, también otras que transcurren en los campos de concentración o en relación con ellos. Soy bastante aficionado a este tipo de lecturas, que siempre logran conmover al mismo tiempo que horrorizan al lector, siempre pensando que la realidad puede superar con creces a la ficción y que el nivel de maldad y salvajismo del ser humano es mucho mayor en la realidad que en cualquier tipo de ficción. Parecería que ya están todas contadas, pero no, seguramente quedan miles de historias de héroes anónimos, de sufrimientos incomprensibles y de relatos que seguirán haciéndonos estremecer. Hechos que creo que nunca debemos ni podemos olvidar y este tipo de novelas pueden contribuir a que esto no ocurra.
Vamos a leer una historia que transcurre en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial, en un de los campos de concentración más conocidos de todos por su tamaño y por ser, quizá, uno de los más brutales y donde más atrocidades se cometieron. El centro de la historia es una niña de 14 años, Dita Adlerova que sobrevive en el que los nazis llaman “campo familiar”, una especie de reducto más ¿humano? dentro del horror. En él conviven familias enteras, los niños asisten a clase y el resto está algo más cuidado y libre que fuera de él. En realidad no es más que un escaparate propagandístico por si un día aparece la Cruz Roja Internacional a visitarlo y poder decir que en realidad en esos campos no pasa ni se hace lo que se comenta por ahí. A su lado llegan los trenes de judíos que van directamente a las cámaras de gas o al campo de trabajo, teniendo como único objetivo sobrevivir el mayor tiempo posible. Dentro de ese pequeño y especial campo un grupo de mayores se encarga de cuidar y vigilar a los niños y, de paso, intentar enseñarles algo sin que los dirigentes del campo se enteren, ya ye la enseñanza esta terminantemente prohibida. Sin papel, lápices o libros es bien difícil pero hacen lo que pueden. Bueno, libros sí tienen, poco más de cinco o seis que van pasando de mano en mano, de profesor en profesor para intentar que todos esos niños aprendan algo y, sobre todo, que tengan una cierta apariencia de normalidad, que durante unas horas al día puedan escapar de ese horror que los rodea. Cuando escuchan esos libros leídos por los profesores los niños pueden soñar, pensar que están en otro sitio completamente distinto. Y también tienen los libros vivos, los profesores y profesoras que recuerdan historias que han leído y se las van contando poco a poco y por turnos a los alumnos. Y Dita es la encargada de cuidar, vigilar, prestar, esconder y mantener vivos esos libros. Vivos porque es así como los trata, como seres enormemente importantes y básicos para poder seguir viviendo. Al lado de Dita sus padres, sus amigos y amigas y una serie de personajes que tienen todos ellos un papel importante en la historia. Y enfrente los asesinos, encarnados por encima de todo en el personaje del doctor Mengele, el médico que se dedicaba a hacer experimentos crueles y sangrientos con los confinados en el campo y que casi como un dios decidía quién moría y quién vivía un poco más. Los oficiales y soldados nazis que manejan el campo a su antojo, relacionándose con los judíos como si fueran animales o algo peor, cosas sin la más mínima importancia. Pero no todos ellos, alguno se salva de esa quema personal y aparecerá para romper un poco esa salvaje dinámica.
Evidentemente la historia es triste, brutal y dura, como todas las que transcurren en esa época y circulan alrededor de ese tema. Pero como todas esas narraciones tiene sus momentos de ternura, de esperanza, de buscar la libertad en cosas tan pequeñas y que hoy nos parecerían sin importancia que casi nos hacen sonreír. Pero es una sonrisa de cariño, de compartir ese sufrimiento y de conseguir alegrarnos un poco con esas pequeñas situaciones. Creo que la historia es bastante realista, no se ceba demasiado en lo oscuro sino que tiene una alternancia casi perfecta entre esa profunda tristeza y un optimismo que es el que los mantiene vivos. Tiene momentos muy duros, muchos y continuos, pero casi siempre acompañados de la mirada de cierta alegría y esperanza de Dita y algunas historias que hacen que la puerta nunca se cierre del todo. El autor habló directamente con la protagonista, cuya historia conoció casi de casualidad y que iba a convertir en un artículo periodístico. Pero poco a poco fue viendo que ahí tenía material para algo más, para un relato de una parte de una vida que merecía ser conocido por mucha más gente y así llegó la novela que comento hoy.
Una parte más que importante dentro de la historia son los libros. El respeto y la adoración que siente Dita por esos instrumentos de evasión que le permiten salir con la imaginación de esa dura realidad en la que vive. Estar ocupada cuidándolos como si fueran otros habitantes del campo, sin dejar que desaparezcan o se deterioren demasiado. Escondiéndolos para que los nazis, que los tienen prohibidos, no los encuentren. Sufriendo cuando vienen al barracón a controlarlos, sufriendo cuando un lomo se despega o una página se deteriora... Y escondiéndose para poder leer, para poder vivir esa vida de ficción como si fuera real, o sentándose a escuchar las historias que los profesores casuales les van contando. Cuando el autor habló con Dita esta parece que ya no recordaba demasiado bien los títulos y ahí intervino la imaginación del novelista. Dos destacan por encima de todos, una edición de “El Conde de Montecristo”, otro famoso preso que supo escapar de su destino y “Las aventuras del bravo soldado Schwejk”, de Jaroslav Hasek. Esta segunda elección me trajo muchos recuerdos, una serie de novelas que leí cuando era mucho más joven y de las que guardo un gran recuerdo, cínico, antimilitarista, crítico y con unas historias muy divertidas. Tanto es así que las estuve buscando por casa, pero tengo la impresión de que fueron de esas que desaparecieron en una mudanza, porque no están por ninguna parte.
“La bibliotecaria de Auschwitz”, una novela muy recomendable en todos los sentidos. Muy bien escrita, atrapa al lector desde un principio con un estilo muy fácil de leer y asequible a cualquier lector. Tan tierna como dura pero siempre con ese aire de esperanza y cierto optimismo que desprenden las historias que transcurren en esta época. Con unos personajes perfectamente vivos y creíbles, tanto que los puedes imaginar con mucha facilidad. Un tipo de novela que no es demasiado habitual dentro de la literatura en castellano y sí en otras lenguas, sobre todo por su temática. A mí me gustó mucho y lo cierto es que tuvo un buen éxito de ventas y algunos premios. No sé si fue editada ya en otras lenguas, pero creo que podría hacerlo tranquilamente ya que la historia es tan universal como todas las de este tipo. ¿Cuántas historias de la Segunda Guerra Mundial, de los campos de concentración, de los judíos que murieron o sobrevivieron o de los muchos que los ayudaron quedarán por contar? Seguramente muchas, y de gran parte de ellas no llegaremos a saber nada.