Ahora, ¿este buque me pertenece?
Seguramente; desde la quilla a la punta de los palos; pero todo lo que es de madera, se entiende.
Bien; que arranquen todos los aprestos interiores, y que se vayan echando a la hornilla.
Júzguese la mucha leña que debió gastar para conservar el vapor con suficiente presión. Aquel día, la toldilla, la carroza, los camarotes, el entrepuente, todo fue a la hornilla.
Al día siguiente, 19, se quemaron los palos, las piezas de respeto, las berlingas. La tripulación empleaba un celo increíble en hacer leña. Passepartout, rajando, cortando y serrando, hacía el trabajo de cien hombres. Era un furor de demolición.
Al día siguiente, 20, los parapetos, los empavesados, las obras muertas, la mayor parte del puente fueron devorados. La "Henrietta" ya no era más que un barco raso, como el del pontón.
Este fragmento corresponde al capítulo 33 del famoso libro "La vuelta al mundo en 80 días", de Julio Verne. Phileas Fogg había perdido el China, el último barco que partía de Nueva York con destino a Liverpool por solo 45 minutos, y con él se había difuminado la última esperanza de llegar a Londres a tiempo de ganar la apuesta. Ninguno de los otros vapores que hacían el servicio directo entre América y Europa estaba disponible y los veleros que iban a zarpar no tenían la suficiente velocidad para cruzar el Atlántico a tiempo.
Al día siguiente, Phileas Fogg se dirigió al puerto y entre los barcos amarrados de fijó en uno, el Henrietta, un vapor de caso de hierro que estaba a punto de salir para Burdeos con un cargamento de piedras de cal. Después de hablar con el capitán y que éste le confirmara que no aceptaba fletar el barco y cambiar de rumbo, Phileas Fogg le propuso comprar el barco y la carga. No había problema de dinero, si ganaba la apuesta de 1 millón de libras lo compensaría con creces.
A mitad del viaje, después de consumir todo el carbón de las bodegas para navegar a la mayor velocidad posible, el combustible se agotó. Desesperados, al ver que no llegarían, Phileas Fogg propuso al capitán desarmar completamente el Henrietta y echar a la caldera todo lo que ardiera, desde los muebles al entarimado, desde los mástiles a las velas, hasta que ya no quedó nada más que arrojar al fuego. Quiso la suerte que estuvieran cerca de Queenstown, en Irlanda, y pudieran desembarcar para posteriormente continuar el viaje. Y el final de la historia ya lo conocéis todos.
Hace varios meses que no me puedo quitar esa imagen de la cabeza, la del Henrietta amarrado a puerto, inútil y desarmado, convertido en un casco de hierro después de haberlo quemado en vida. Porque finalmente todo era cuestión de dinero, de propiedad y de hacer lo que se quiera con lo que es tuyo.
Y os preguntaréis que tiene que ver el Henrietta con la biomasa, aunque a mí me resulta bastante evidente. Una vez que hemos caído en la cuenta de que los combustibles fósiles se están agotando y que nuestras demandas de energía son cada vez mayores, hemos apostado por quemar el barco, nuestro único barco. Y una vez que hemos decidido que no queremos dejar de crecer y reducir nuestro consumo energético, al mismo tiempo que el último gobierno ha mostrado su decisión de no apoyar el desarrollo de otras fuentes de energía como la solar o la eólica, hemos optado por seguir quemando, pero esta vez, quemaremos madera.
Y lo más curioso es que hemos vestido a esta nueva fuente de energía con un bonito traje verde, pintando hermosos soles sonrientes que ayudan a la incorporación del CO2 desprendido de la combustión de la madera a las nuevas plantaciones, también sonrientes.
Lo cierto es que ante las actuales demandas energéticas, plantear la sustitución de las fuentes de energía fósiles por biomasa implicaría una demanda de madera (o de cultivos no maderables) muy superior a la tasa de renovación de los bosques o plantaciones de los que se extraería. La caldera es insaciable.
En Asturias han surgido en los últimos meses varios proyectos que tienen como objetivo aprovechar la madera de nuestros bosques para biomasa. Se habla de toneladas "sin uso", de desperdicios que se amontonan y se pudren en el monte y de que su mejor destino es terminar en una caldera. Se vuelve a denominar residuos a las ramas y la madera muerta, en lineas generales a todo aquello que hace que un bosque sea un bosque y no una plantación. Pero no solo se habla de residuos, se habla de quemar los árboles, no solo como fuente de energía, sino también como una forma de evitar los incendios.
Curiosamente se trata de la misma medida que había propuesto el ínclito George Bush en 2002 tras la oleada de incendios que asoló gran parte de Estados Unidos. No deja de ser sorprendente que muchos de los que entonces se tomaron a guasa esas afirmaciones ahora se muestren de acuerdo con ellas y quieran aplicarlas aquí.
En un artículo aparecido en la prensa este martes, se estimaba que solo en el Alto Nalón había medio millón de toneladas de biomasa sin aprovechar, a la vez que recomendaba hacer inversiones para "rentabilizar" el bosque.
Y al olor de la madera y de las subvenciones han surgido cooperativas en las cuencas mineras que como ellos mismos dicen pretenden "utilizar los recursos asociados a los bosques para llenar el vacío industrial dejado por la minería". El plan es empezar talando los bosques existentes, sobre todo de castaño y luego sustituirlos por árboles de crecimiento rápido.
Hunosa está tramitando el desarrollo de una planta de generación eléctrica con biomasa, que costará 41 millones de euros y ha mostrado interés por comenzar a "utilizar" las grandes extensiones de bosques que tienen en propiedad para alimentarla.
Ya hemos empezado a quemar el Henrietta y antes de que nos demos cuenta lo encontraremos amarrado a puerto, convertido en un esqueleto de hierro. Y cuando miremos a nuestro alrededor no encontraremos nada que echar a la caldera y quizás entonces nos demos cuenta de lo que hemos hecho.