Por Hogaradas
Mi empeńo por conseguir algo favorecedor para cubrir mi cabeza no cesa, así que mi última adquisición, no sé si ya os lo habría comentado antes, ha sido una boina. La compré en una tienda cercana a mi oficina en unas rebajas, creo incluso que de verano, mientras ella andaba perdida por uno de esos cajones en los que puedes encontrar de todo y yo rebuscaba a ver si conseguía llevarme algún chollo.
Han pasado varios meses hasta que la boina saliera al escenario, pero ayer por fin me decidí a experimentar con el último de los modelos de cubrecabezas que juré estar dispuesta a probar, segura ya de que no me quedaba ninguno y de que tampoco necesitaba mucho más para confirmar que en realidad mi cabeza no está hecha para llevar nada encima, ni en verano para protegerla del sol, ni en invierno, para hacerlo de los días más fríos.
Quizás haya sido ese convencimiento de no adquirir ningún complemento más de este tipo el que haya conseguido que al fin me haya podido ver bastante bien luciendo mi boina, y probablemente me haya ayudado también fijarme en todos los modelos similares que han pasado delante de mis ojos durante todo este tiempo, incluso la que lucía la mismísima Barbra Streisand en la película “El amor tiene dos caras”. Creo que ahí fue donde definitivamente pensé que si Barbs era capaz de llevarla con tanto estilo y dignidad, yo también podría hacerlo.
Así que ayer por la tarde, ni corta ni perezosa me lancé a la calle para estrenarla, aprovechando las bajas temperaturas provocadas por un cielo raso y estrellado en el que una enorme luna llena parecía iluminarlo todo. La coloqué sin demasiados miramientos, todo hay que decirlo, pero ella, agradecida como la que más, se instaló enseguida cómodamente sobre mi cabeza, así que desde el primer instante de contacto estuve seguro de que este, por fin, sería el modelo definitivo con el protegerme del frío.
Esta mańana, contenta con la experiencia, he vuelto a salir de casa con ella, con la misma fortuna de ayer, mirándome al espejo y sintiéndome satisfecha con la imagen que éste me devolvía, mi boina y yo, en perfecta comunión, y mi cabeza, por fin, protegida del frío, a la vez que mostrando en conjunto una imagen, podríamos decir, armoniosa.
Y esta es la pequeńa historia de mi boina, la misma que el ańo pasado protagonizó “el gorrito”, ese que colgado en la pared de mi habitación espera salir a la calle algún día, pero al que todavía no he conseguido cogerle el punto, aunque que teniendo en cuenta la buena experiencia de hoy no dudaré en seguir intentándolo.