San Sebastián es una de mis ciudades favoritas. Cuando vivía en Pamplona e incluso ahora desde Madrid en verano siempre intento escaparme a Donosti. Me encanta la playa de La Concha, pasear por el Casco Viejo, tomar unos pintxos y beber txakolí. San Sebastián siempre me ha encandilado. Conocía el mercado y la plaza de La Bretxa, pero nunca me había preguntado a qué se debía su nombre. Hasta que me encontré con la edición en bolsillo de Maeva del libro de Toti Martínez de Lezea La Brecha, publicado en 2006 por Ttarttalo.
Al ver tanto en la portada como en la sinopsis que la novela está ambientada en San Sebastián en 1813, durante el final de la Guerra de la Independencia, en seguida me vino a la cabeza que entre el nombre de la plaza y el título del libro tenía que haber alguna relación. Y ahora ya sé cuál es. El título se refiere a la brecha que se abrió en la muralla de la ciudad durante la resistencia de las tropas francesas de José Bonaparte, que tras abandonar el resto del país todavía defienden la plaza de San Sebastián ante el asedio de las tropas aliadas, formadas por los ejércitos de Inglaterra y Portugal, que desean atravesar la muralla, entrar en la ciudad y liberarla de sus invasores. Eso mismo piensan los ciudadanos de San Sebastián, que las tropas aliadas van a ser sus libertadores, que les van a devolver sus vidas, sus rutinas, la libertad para entrar y salir de su ciudad sin necesidad de salvoconductos. Pero, aun así, nadie lo tiene claro. Unos han huido y otros intentan hacerlo. Otros no están dispuestos a abandonar sus casas y sus negocios, pase lo que pase. Entre estos últimos donostiarras se encuentra Maritxu Altuna, la protagonista de la novela. A sus 35 años es viuda, su marido, el chocolatero Eusebio Irigoyen, murió dejándole sola, al frente del negocio familiar, la Casa del Chocolate, y con una hija, Marina, con el mismo carácter que su madre. Las dos son fuertes, cabezonas, enérgicas. Por eso chocan, se enfadan, se gritan. Pero, en el fondo, se quieren y mucho. Maritxu y Marina no están solas en medio de los cañones, los disparos, los bombardeos y los abusos de los soldados franceses, invasores a los que la población de San Sebastián nunca ha mostrado su apoyo. Con ellas está el padre de Maritxu, Tomás Altuna y Uriarte, un hombre rudo, tímido, de pocas palabras que vive solo en Eguzkienea, su caserío de Zubieta. Y también cuentan con el apoyo, la solidaridad y la ayuda de sus vecinos y amigos: Don Domingo, el párroco; Josefa, la criada; y los clientes de la chocolatería, entre los que se encuentran el alcalde, el secretario o el notario de la ciudad. La historia está dividida en capítulos organizados por fechas: 23 de junio de 1813, 25 de julio y, por fin, la fatídica noche del 31 de agosto. Una noche en la que finalmente los soldados ingleses y portugueses consiguieron atravesar la brecha de la muralla y entrar en la ciudad. Una ciudad que les esperaba con los brazos abiertos, con comida y bebida, con aplausos y gritos de alegría. Eran sus héroes, sus libertadores. Pero los donostiarras, especialmente las mujeres, descubrieron sorprendidos que esos soldados eran unas bestias sin piedad, compasión o humanidad. Unos energúmenos borrachos con sed de venganza, de sangre, de muerte y de sexo. Por eso robaron, saquearon, destrozaron y quemaron la ciudad y violaron y asesinaron a sus habitantes. Unos habitantes humillados, vencidos, derrotados que, aun así, no estaban dispuestos a rendirse ni a perder su vida, sus casas, sus negocios y su ciudad. Una ciudad que quieren reconstruir y recuperar. Y lo harán durante años. Por eso la historia da un salto hasta el 22 de junio de 1821. Y entonces, ocho años después del fin de la guerra, comprendemos que a pesar de su carácter, de su fortaleza, de su tesón, Maritxu Altuna, su hija Marina y todas las mujeres y hombres de San Sebastián han pagado un precio demasiado alto por su libertad. Con este ya son 13 los libros que he leído de Toti Martínez de Lezea. Pero, sin duda, La Brecha es el que más me ha gustado. El más intenso, el más cercano, el más real, el más humano. Pero también el más triste, duro, injusto, cruel, violento. Me ha encantado la ambientación, me ha trasladado a la San Sebastián de 1813, he recorrido sus calles, sus plazas y sus iglesias junto a Maritxu. Y junto a ella he reído y he llorado. He sufrido, me he emocionado, he sentido miedo, dolor, desamparo. Pero también he sentido su fuerza, su rabia, su impotencia. Su amor incondicional por su hija, por su chocolatería y por su ciudad. Su difícil relación con su padre, con sus pretendientes. Sus ganas de seguir adelante, de luchar, de recuperar su libertad, su vida y, sobre todo, de cerrar la brecha que en 1813 se abrió en la muralla y en su corazón.