La Brujería durante los siglos XV y XVI (l)

Por Ladycaroline

Creer en la Brujería en los siglos XV y XVI estaba totalmente arraigado en la mentalidad de aquella sociedad. Poseían la firme convicción de que dichas hechiceras eran súbditas fieles del demonio con el que entablaban pactos estrechísimos. Pero de verdad hubo alguna vez brujas, seres maléficos con poderes terribles? 

La gente de aquellos siglos, cada vez que presenciaban algún acontecimiento anómalo en las cosas de la vida diaria, desde una cosecha que salía mal hasta una misteriosa enfermedad que mataba a todo un rebaño de ovejas, la primera cosa que se les venía a la mente es que dicha desgracia sólo podría ser fruto de una maldición elaborada por dichas mujeres. Así como se creía a pies juntillas que existían tales hechiceras, la figura de Satán las acompañaba a la zaga. Ambos formaban un tremendo embrollo en la mente popular difícil de deshacerse. En suma, la sociedad renacentista, a pesar de todos sus avances en la forma de ver al hombre y a Dios, por increíble que parezca seguía creyendo vehementemente en las brujas y sus poderes malignos.
Un ejemplo cercano lo tenemos en la figura del emperador Carlos V. En su corte se aseguraba que Enrique VIII de Inglaterra había repudiado a Catalina de Aragon por las artes maléficas de Ana Bolena. Estando en Ratisbona el Emperador, en 1532, le llega la noticia de la sospechosa manera de actuar de Ana Bolena, y así lo hace saber a su hermana María de Hungría, entonces gobernadora de los Países Bajos: según lo que había oído, Ana le había dado unas hierbas o brebajes amatorios al monarca inglés.
Es probable que muchas mujeres que las consideraron como hechiceras, creyeron ellas mismas que de verdad lo eran, pues conocían la naturaleza y los secretos que ella entrañaba, como por ejemplo los efectos de ciertas hierbas alucinógenas.

No hay que olvidar que estamos tratando de una concepción del mundo tan antigua como el hombre que todavía perduraba en las sociedades más avanzadas hasta bien entrado el siglo XVIII. Como decía el sabio Voltaire:
...Cuando hay menos supersticiones hay menos fanatismos, y cuando hay menos fanatismos hay menos desgracias.
Ahora es cuando reflexionamos: pero por qué tanta superstición?
El trasfondo es muy simple, lo tenemos en lo más profundo de la mente humana. Todo radica en su inconformismo por conseguir lo que más anhela que está fuera de su alcance a través de los medios normales. Ejemplos tenemos muchísimos como lograr el amor de una persona, recuperar la juventud perdida o hacerse rico de la noche a la mañana. Entonces se acudía a la magia cuando dichos intentos fallaban del todo cuando usaban procederes habituales. Por lo tanto, esa búsqueda desesperada por lograr lo que resultaba inaccesible conllevaba a sumergirse por el terreno de la magia.
La Bula de Inocencio VIII
A finales del siglo XV una bula potifícia dejó en estado de alerta a toda la Cristiandad. El papa Inocencio estaba muy alarmado por la creciente brujería en Europa, especialmente sobre unas prácticas demoníacas que se estaban llevando a cabo en el centro de Alemania. Así que decidió redactar una bula, el 5 de diciembre de 1484, que se llamaría Summis desiderantes affectibus, con la que concedía plenos poderes a la Inquisición para combatir la brujería y demás prácticas religiosas. La bula del vicario de Cristo aparecía como una especie de prólogo del tratado Malleus Maleficarum (El Martillo de las Brujas), escrito en 1486 por dos monjes dominicos, Heinrich Kramer y Jakob Sprenger. El papa tras leer el tratado, les otorgó los títulos de autoridades supremas de la Inquisición.
Las noticias que había recibido el papa eran caóticas y terribles. El texto de la bula así lo pregona:
Recientemente ha venido a nuestro cierto conocimiento - señala -, no sin que hayamos pasado por un gran dolor, que en algunas partes de la alta Alemania..., cierto número de personas del uno y otro sexo, olvidando su propia salud y apartándose de la fe católica, se dan a los demonios íncubos y súcubos.
...y por sus encantos, hechizos, conjuros, sortilegios, crímened y actos infames, destruyen y matan el fruto en el vientre de las mujeres, ganados y otros animales de especies diferentes.
...destruyen las cosechas, las vides, los huertos, los prados y los pastos, los trigos, los, los granos y otras plantas y legumbres de la tierra.
...afligen y atormentan con dolores y males atroces, tanto interiores como exteriores, a estos mismos hombres, mujeres y bestias, rebaños y animales, e impiden que los hombres puedan engendrar y las mujeres concebir.
Volviendo a los autores del Martillo de las Brujas, tanto Kramer como Sprenger estaban más volcados en la copulación con el diablo que en cualquier otro asunto. Sprengel dejó constancia:
Si una mujer no puede conseguir un hombre, lo más seguro es que entregue su cuerpo al demonio.
Sprengel tampoco tuvo reparos en soltar semejante barbaridad:
Prefiero tener un león o un dragón suelto por mi casa, que no a una mujer.
Bibliografía:
Fernández Álvarez, Manuel: Casadas, Monjas, Rameras y Brujas, La olvidada historia de la mujer española en el Renacimiento, Espasa Libros, 2010.
Frattini, Eric: Los Papas y el Sexo, Espasa Libros.