Reconocer nuestro origen es reconocer que somos dependientes, que necesitamos de otras y otros para ser, hablar, crecer y vivir. Todas y todos hemos dependido de nuestras madres para existir. Asimismo, hemos dependido de ella o de quien haya ocupado ese lugar para hablar.
Pero existir y poder hablar no oprime, sino todo lo contrario, ayuda a poder expresar lo que hay de original y singular en cada ser humano. Lo que quiero decir es que existe, además de un tipo de dependencia que produce anulación y atadura, otra dependencia que da libertad. Es una dependencia que yo llamaría amorosa y que es necesaria porque nos permite aunar libertad con convivencia.
Sin embargo, en un curso que impartí, una maestra de niñas y niños de cuatro años comentó una anécdota que me parece ilustrativa. Para el ocho de marzo, ella preguntó a estas criaturas qué habían aprendido de sus madres, abuelas, o mujeres cercanas. Todas las niñas contaron muchas cosas, como comer, hablar, caminar, lavarse las manos o saludar. Algunos niños también lo hicieron así. Pero otros, parece ser que un número significativo, dijeron que habían aprendido todo eso solos, que no habían necesitado de nadie para aprender esas cosas. O sea, siendo ya muy pequeños, habían aprendido ese modelo del "hazte a ti mismo" que crea prepotencia y una idea de libertad consistente en "hacer lo que me da la gana".
Graciela Hernández MoralesTomar en serio a las niñas (varias autoras), 2013