La burocracia innovadora y el sueño narcotizante ( 3 min.)por
Juan B. Lorenzo de Membiela
Las aportaciones inéditas, que generan escenarios económicos no son frecuentes. El ingenio y la creatividad son talentos que no suelen nidificar en las esferas de poder de cualquier país, en cualquier momento. Convergen o representantes políticos o altos funcionarios porque como dijo Ortega, el estado está condicionado a la existencia de la burocracia (Ortega, 1933)[1].
Ambos colectivos coinciden en su origen, organizaciones con una estructura jerarquizada, rígida y vigilante de su estatus, a cualquier precio. Ello no tendría inconveniente porque responde a la concepción del hombre predador, natural, no cultivado en el espíritu, si no fuera porque lo burocrático, como apéndice del poder, excluye toda innovación.
Se ajusta a su propia inercia, con cadencia previsible y precisa mecánica que excluye lo creativo.
Apelar a la innovación sobre un escenario, en donde, a priori, todas las decisiones están ya tomadas, resulta complejo. Y sin embargo, los desafíos de la economía reclaman soluciones que no han sido efectivas: quizás porque no se conocían otras, quizás porque no había otras, quizás porque la genialidad creadora ha sido mutilada.
No brota la rabia, porque ésta solamente surge en donde existan razones para sospechar que podrán modificarse esas condiciones y no se modifican, cuando se ofende el sentido de la justicia (Arendt, 2012:85)[2]. Un sentido racional de la justicia, siempre tamizado por intereses personales. Porque lo racional no es más que critica y el crítico es lo contrario del creador: analiza y sintetiza pero la concepción y el nacimiento le son ajenos (Spengler, 2011:45)[3].
Fue Von Mises quien dijo que el progreso es precisamente lo que los estatutos y reglamentos no han previsto y, por ello, quedan fuera de la burocracia[4]. Es más, en su obra: « La acción humana», concluye que ningún negocio sean cualesquiera sus objetivos devendrá burocrático en tanto persiga, pura y exclusivamente el lucro (1986:472)[5].
Discrepo de esta opinión por dos razones: lo privado no es garantía de eficiencia a tenor de las insolvencias y morosidad que ha producido la industria y porque la burocracia ha sido desde el imperio romano, al menos, hasta hoy, el modo y forma en cómo el estado o el poder ha administrado sus dominios (Ortega, 1933). Posee entidad histórica importante y ni revoluciones y crisis rompen su esencia. ¿Es bueno o es malo?: «el uso nos oculta el verdadero rostro de las cosas » (Montaigne, 2010: 156).
Sí ha ocurrido desde el último tercio del s. XX una evolución en la forma en cómo se administra lo público en Occidente. Hoy, más que nunca, contemplamos un riguroso análisis de la gestión aunque en realidad sean rivalidades en persecución de poder, sed de vanidad tan solo, tributos del hambre pasada.
Los escándalos se suceden, sin sorpresa: el hombre y sus miserias o grandezas conforman la historia y por ellas, lo que somos: No siempre lo que es bueno produce bondad pero tampoco la maldad produce necesariamente maldad. Nada nuevo puede sorprendernos ya después de lo mucho visto.
Lo aparente cae por su peso. Lo que ayer resplandecía con soberbia rectitud hoy se torna líquido, sin geometría conocida. Vivir en la mentira, al menos, permitía esperanzas: para algo, para alguien...para nada. Sueños pero sueños que sabemos que son sueños. Aunque el vivir soñando no deja de ser un vivir narcotizado.
Como versó el poeta persa Omar Jayyam en su cuarteta § 100:
« ¿Qué alivio buscas en lo existente, amigo,y en pensamientos vanos dejas el alma y el corazón contritos?Vive alegre y, con gozo, por el mundo pasa,que en el principio nadie contó contigo » .
[1] Ortega y Gasset, (1933), En el transito del cristianismo al racionalismo, Revista de Occidente.
[2] Arendt, H., (2012), Sobre la violencia, Madrid: Alianza.
[3] Spengler, O., (2011), Los años decisivos, Madrid: Altera.
[4] Mises, L. von, (1974), Burocracia, Madrid: Unión Editorial.
[5] Mises, L. von, (1986), La acción humana, Madrid: Unión Editorial.