Hoy deshojo una rosa negra en tu honor, y enciendo unas cuantas velas por mi pobre alma. Es en la realidad de la noche cuando emprendo la batalla más difícil de la vida: enfrentarme a mí mismo. Es en las noches más oscuras cuando la cárcel de la locura abre sus puertas para recibirme; y entro yo, triunfal, pleno de vida, presidiendo una cabalgata de inadaptados monstruos, fieras coléricas y sombras nauseabundas. En primera fila, radiante, desfilo con una larga y aterciopelada capa granate que arrastra levantando el polvo a su paso.
En mi mano izquierda, empoderada, un cetro. Mis pies hacen de mí el más respetable de los locos, calzados con unas mugrientas zapatillas en forma de león. Mi mano derecha reservada para los juegos más sucios. Mi trono se excede hasta el techo, forrado de regaliz y conchas marinas. A veces, los malditos pacientes de Klauinmilir escapan por el patio a su suerte. Algunos llegan hasta aquí y se intentan comer mi trono, pero saco de mi calcetín a rayas un látigo y me aseguro de que no pasan el umbral de mi cuarto.
Los días pasan tranquilos en Klauinmilir. Las mañanas son tediosas, todo transcurre despacio, caminamos aletargados como sonámbulos y nos saludamos con una sonrisa forzada y la mano alzada en un esfuerzo matador. Somos muertos en vida guardando nuestra verdadera apariencia, esa es nuestra condena.
Ocor dice que, en vida, como aquí lo llamamos, fue un afamado banquero. Pasó parte de su juventud dedicada a amasar fortuna y una vez la tuvo, gastó otro tanto en conservarla. Nunca fue feliz. Su mujer le abandonó llevándose los niños, el perro y mitad de sus bienes. Lo de los niños lo entiendo, y es un alivio, nadie desea ser el cabeza de familia de unos niños babeantes y llorones. Pero lo del perro y la fortuna… eso es hacer el mal por el mal. Lo que vino después es una historia más dentro de estos muros. Él no enloqueció, empezó a ser lo que estaba inscrito en su interior.
Os estaréis preguntando qué hago yo en el sanatorio de Klauinmilir. La respuesta es más que obvia.
Recuerdo como si fuera ayer cuando llegué a este lugar. Fue un día durante la primavera de 2007. Sé que era primavera porque crucé el claustro arrastrado por dos de los psiquiatras, el ambiente estaba cargado de un aroma inconfundible a azahar y mi pantalón se pintó del verdor de las hierbas frescas que habían brotado silvestres en mitad del camino. Los primeros meses aquí fueron muy duros. Me sometieron a numerosos estudios, los demás encarcelados me miraban recelosos, deseando acabar conmigo, como leucocitos esperando exterminar cualquier agente externo, algo que perturbe el devenir de sus días. Perdí casi doce kilos las primeras semanas, pero pronto comprendí cómo funcionaban las cosas aquí.
Los pacientes de Klauinmilir no somos locos, somos personas cuyas vidas fueron abatidas. En mi caso, pasé gran parte de mi tiempo esforzándome por ser lo que allá afuera se considera una persona normal, procurando no destacar y ser objeto de envidias, pero tampoco inferior y diana de burlas. Me esforcé por ser, y me olvidé de que ya era algo. ¿Cuál fue mi gran culpa? Pensar. ¿Cuál mi mayor lacra? La imposibilidad de conservar las cosas. De lo que ocurrió meses antes de ingresar en Klauinmilir, hasta para mí sigue siendo un enigma. Mi cerebro se tomó la libertad de crear un muro contra el recuerdo a modo de estrategia contra todo sufrimiento. Sólo recuerdo las inmensas ansias de matar. A pesar de todo, nunca he sido más feliz. Los inadaptados somos una especie en extinción dentro de la variedad humana. Rechazamos todo, vivimos lejos de las convenciones sociales, no nos satisface nada. Ni el dinero, generador de ansiedades, ni el sexo, motor de las pasiones, ni el amor… motivo principal por el que tantos estamos aquí.Son muchas las historias que se cuentan en este lugar, de amores prohibidos y desafortunados. Cada cual tiene la suya. En algunas ocasiones, cuando Doña Nemeis, la señora que trabaja en la cocina se compadece de estas pobres almas, deja como quien no sabe, la llave del gran salón bajo el felpudo. Es entonces cuando los internos de Klauinmilir nos colamos y vaciamos todas las reservas de alcohol que el centro guarda para “ocasiones especiales”, ocasiones en las que los peces gordos del sistema deciden sobre las vidas de los aquí presentes. A esas noches de motín alcohólico las llamamos las “N-D-P” (noches de penas). En esas noches las penas afloran, y por una vez en Klauinmilir, abrimos nuestro pecho en canal, como si hiciéramos la autopsia a nuestra propia vida. Es increíble cómo cambia nuestra perspectiva de las cosas con algunas de las historias que se oyen en el gran salón. Por ejemplo, Alfred contó cómo lo había perdido todo en tan solo una noche. Al parecer, estaba divirtiéndose en uno de esos pubs oscuros de ambiente homosexual (esto, claro, no nos lo dijo así, pero todos sabíamos de qué hablaba). Hacía semanas había conocido a un muchacho bastante joven y resultón. Según parece cuando fueron a salir del garito, alguien se cruzó en su camino y empezó a molestar y a insultar a su acompañante. Lo que ocurrió para que Alfred acabase matándolo de una paliza es todo un misterio. Aquí las historias se conocen siempre a medias. Lo que sí se ha comentado es que podría haberse tratado de un conocido de Alfred que amenazó con sacar a la luz ante su mujer, hijos y demás familia y amigos, sus preferencias amorosas. Alfred harto de ocultarse durante toda su vida y, enloquecido por el chantaje, perdió la razón por unos minutos y acabó convirtiéndose en un asesino delante de la persona que amaba. Es lo que yo llamo perder los estribos, sí. Pero… ¿qué más dará un cerdo más o menos cuando llevas toda una vida cargando con el peso de las apariencias? Quizá lo más juicioso fuera pensar que sea el motivo que sea, no debe cometerse un acto de esta calaña. Pero aquí, en Klauinmilir, hace tiempo que lo juicioso dejó de existir.
Las N-D-P han dado para mucho. Para algunos sirve como terapia. Hacen inventario de todas aquellas tantas cosas que hicieron mal…pero también algunas que hicieron correctamente. Para otros, esas noches solo sirven para acrecentar su leyenda y crear el pánico delante de los nuevos internos.
Otra de las historias que más me impactó, la escuché durante la última N-D-P. Se trataba de un caso bastante diferente al resto. Por si no lo he dicho, el sanatorio de Klauinmilir es un centro mixto, donde se entrecruzan vidas de hombres y mujeres. Pese a los esfuerzos de la dirección por mantenernos a distancia, siempre encontramos momentos para estar juntos. Aunque el sexo en Klauinmilir está a la orden del día, nada nos une. El amor, como he dicho, no es un sentimiento factible aquí, al menos no el que todos entienden como tal. Como iba diciendo, la última N-D-P me dejó bastante tocado.
Amalia era una chica divertida, alegre, risueña, respetuosa y guapa, muy guapa. En los últimos tres años todo parecía haberle ido de maravilla. Había comenzado sus estudios en una prestigiosa universidad, y había conocido a Marcos. Aunque la relación con él llevaba algunos meses algo apagada, Amalia tenía muy claro que lo quería con locura. Os parecerá gracioso que use esa expresión mientras hablo de un psiquiátrico, pero es increíble cómo ambos conceptos (locura y cordura) se entremezclan y confunden a menudo. Amalia era un modelo a seguir. Su novio era, aparentemente, lo que toda madre quiere para su hija. Digo aparentemente porque, como todo en la vida, todo tiene su apariencia y su realidad. La apariencia es el fruto de la realidad pasada por un filtro. Ese filtro puede ser el nuestro propio, es decir, cómo nos vemos a nosotros mismos, y el otro, el modo como nos ven los demás. La realidad es algo objetivo y la alteramos con nuestros deseos o aspiraciones, nuestras frustraciones o fracasos, nuestras vivencias. El problema en este punto es que no había problema. El ser humano, por mucho que lo niegue o lo ignore, necesita tener problemas. ¿De qué si no esas tramas repelentes de las películas románticas de los sábados por la tarde? ¿Y las telenovelas? La vida misma es un sinfín de situaciones desbordadas por contratiempos. ¡Benditos contratiempos! Sí amigos, no hay nada como sentirse vivo. Sentir que algo aparece en nuestras vidas como una flecha de luz que impacta en el pecho y deja una huella que impide seguir con tu vida anterior. Muchos en Klauinmilir hemos sentido eso alguna vez, por eso estamos aquí.
El caso de Amalia, como otros muchos, es solo uno más. El ser humano inconforme, egoísta e infeliz nunca tiene bastante. Se casó. Nunca fue feliz. ¿Matrimonio? Sobrevalorado. Creyó que todo acabaría firmando un papel, vistiendo un traje blanco de tul o celebrando un banquete por todo lo alto. Ahora sabe que ese día fue el principio del fin.
Pero… ¿qué es el amor? Puta pregunta de mierda.
El amor lo es todo. Es como te quiere tu madre, como quieres a tu hermano, como adoras a tu perro, como te excitas solo con el aroma de la espuma del mar en verano. Amor es cómo te amas cuando, a pesar de estar solo, no necesitas más que tu paz interior, tu amor propio. El amor de pareja…es ese amor que te tienes y decides compartir con alguien por el simple hecho de sentirte integrado.
La verdad es esta: nacimos y moriremos solos. Siendo así…mejor querernos mucho.
Amalia descubrió que su casamiento, no solo no había mejorado su situación, sino que, además, le había hecho sentir la persona más desgraciada del mundo. Sentía que ya había experimentado todo en la vida, que estaba condenada a tender calzoncillos y sonreír para no parecer triste.
Algunos cuentan que la trajeron a Klauinmilir deshecha. No habló con nadie durante años. A penas comía y estuvo en aislamiento meses enteros y nadie la oyó nunca gritar ni sollozar. Algunos la llaman “la hierro”. Sinceramente, pasó totalmente desapercibida para mí cuando llegué aquí. Es bonita. Tiene unas piernas largas y firmes, y unos pechos redondos y llamativos. La verdad es que, pensándolo así, cualquier interno de Klauinmilir desearía poseerla. Pero, nadie se le acerca nunca. Dicen que todo cuanto le rodea acaba convirtiéndose en desastre. Cuentan que,una mala tarde, mientras miraba a través de la ventana sintió unas ansias irrefutables de saltar. Se descalzó y sin perder la vista del horizonte rojizo, se encaramó sobre el chaflán y siguió su impulso. Sobrevivió. Pero la persona que pasaba por la calle en ese momento no. Causalidades de la vida. ¿Destino? ¿Azar? Pase directo a Klauinmilir.
Vaya batalla la de la vida.
(continuará)