La cabra fantasma de Carbonera

Publicado el 01 julio 2014 por Aranmb

Quedan pocas casas de adobe ya en el minúsculo pueblo de Carbonera. Ahora se construyen de ladrillo, pero la pedanía palentina sigue siendo tan solitaria, recogida y de tierra tan yerma como la que se encontró Pilar Gómez, maestra nacional, cuando llegó allí, con un par de vestidos oscuros y unos cuantos libros raídos como única pertenencia, en 1914. No era el destino que la culta joven había deseado, pero sí el paso indispensable para ganar antigüedad en el no siempre agradecido oficio de la enseñanza y conseguir marcharse, con el tiempo, a la ciudad. Poco esperaba, esa es la verdad, la buena Pilar: no llegaba a cincuenta habitantes -ahora no pasa de la veintena-  el pueblecillo de Carbonera, ni de diez alumnos su clase. Ella soñaba con irse a Bilbao, pero, para cuando lo consiguió, quince años después, a Pilar le costó irse de Palencia. Porque allí, aunque no pudiera ni imaginárselo cuando se instaló en el catorce, iba a desvelar la más misteriosa incógnita con la que jamás se había encontrado.

Vista aérea de Carbonera en 1934.

El secreto de Carbonera

Comenzó a sospechar que algo extraño estaba pasando cuando sus alumnos comenzaron a llegar con demasiada frecuencia ojerosos y agotados a sus clases. Es que esta noche, maestra, afirmaban con total naturalidad, la cabra no me dejó dormirPor más que Pilar, extrañada, recorriera las cuatro calles de Carbonera en busca del asalvajado animal que impedía el buen sueño de sus alumnos, no encontró bicho alguno que respondiera a la descripción de sus alumnos: una cabra cuya máxima afición fuera balar por las noches como alma en pena, introducirse por las casas para desordenarlas y meterse en las cuadras a espantar a las vacas.

¡Date!, exclamó un alumno al mostrar ella su incredulidad al respecto del misterioso animal, ¡como que va a verla usted! ¡Si la cabra es un alma en pena!. Literalmente. La maestra no podía creer lo que estaba oyendo pero, efectivamente, había ido a parar a un pueblo donde, cada noche, una cabra fantasma aterrorizaba al pueblo, que no sabía qué hacer para espantarla o, en su defecto, mandarla de vuelta al reino de los cielos animal. Y no sería, desde luego, por falta de teorías acerca de su enigmática procedencia.

Los orígenes de la cabra fantasma

Porque si en algo estaba dividido el pueblo de Carbonera era en los orígenes de la cabra fantasma de la que todo el mundo hablaba. Había, al menos, tres teorías que Eusterio Alario, reportero de la revista Estampa, recogió para publicarlas en el ejemplar del 6 de enero de 1934, de donde hemos rescatado el viejo misterio. Ninguna de ellas, como suele ocurrir en estos casos, era excesivamente agradable.

De un lado, la leyenda hablaba del alma en pena de un cura, cuyo nombre no ha trascendido, que había aparecido asesinado a finales del siglo XIX cerca del valle Valdejuelo tras pasar desaparecido algunos meses. Las autoridades no fueron capaces, por aquel entonces, de desentrañar el misterio acerca de su violenta muerte; así, el crimen quedó impune. Cuando ya todos habían olvidado los detalles de aquel vil asesinato, los balidos espectrales hicieron acto de presencia en Carbonera. ¿Sería posible -se preguntaban algunos vecinos- que aquellos sonidos no fueran otros que los del alma del cura, extrañamente transfigurado en chivo, clamando justicia? Podría ser. Ni tampoco, de hacer caso a la segunda de las teorías, era absurdo pensar que los balidos salieran del alma arrepentida de una ricachona avara que falleciera, muchas décadas antes, sola y dejada de Dios tras toda una vida de desplantes e insolidaridades hacia el pueblo.

La tercera teoría se refería a un hecho algo más reciente. A principios de siglo, en el pueblo de San Pedro de Cansoles, había habitado una bruja; una extraña y solitaria mujer que deshacía embarazos y recetaba ungüentos y sortilegios para los males que sufrían aquellos que estuvieran dispuestos a creerla en sus supercherías. La hechicera, perseguida por las autoridades y humillada por aquellos que no creían en sus malas artes, se suicidó un día colgándose de una viga de la casucha en la que vivía. No sería descubierta hasta varios meses después, cuando de ella ya no quedaba más que un amasijo retorcido e informe de carne y huesos y la leyenda que, con el tiempo, acabaría llegando al relativamente lejano pueblo de Carbonera, 45 kilómetros al sur de Cansoles.

Tuviera la razón quien la tuviera, los de Carbonera temían que aquellos misteriosos ruidos fueran el preludio de mayores males. Decían los viejos del lugar que la cabra fantasma sólo aparecía en malos tiempos, en tiempos en los que la guerra era inminente. Y así estaban las cosas cuando Pilar Gómez, instruida forastera que no creía en los fantasmas, decidió poner fin a la historia.

Un extraño pájaro

La leyenda recoge, además, cosas inverosímiles, asegura, en su reportaje, Eusterio Alario. Las portoneras cerradas, que a la mañana aparecían abiertas sin que nadie se hubiera acercado a ellas. Las mantas, arrebatadas fantasmagóricamente de las camas. Los platos, colocados a la noche cuidadosamente en el vasar, y partidos en cien pedazos antes del amanecer. Las vacuchas, que con plena seguridad quedaron atadas al establo, y al rayar la aurora brincaban, inquietas, en el corral… La situación no podía continuar así. Pilar investigó todo lo que se decía en el pueblo de la misteriosa cabra invisible; las horas a las que sonaba su trágico balido, los lugares en los que solía aparecerse. Sólo introduciéndose de lleno en las creencias del pueblo podría encontrarse una explicación científica a un fenómeno a todas luces, según Alario y la maestra, inverosímil.

En medio de las concienzudas investigaciones de la maestra llegó la temporada de caza y un vecino en busca de perdices disparó al aire. Rondaban ya los años 30 y, hasta entonces, nadie había podido dar explicación al misterio de la cabra fantasma. La epopeya de aquel cazador hubiera podido desembocar en una segunda leyenda con la que asustar a los niños de no haber sido por la presencia de Gómez en Carbonera: aquel día no cayó ninguna perdiz, sino un pájaro de cuerpo aplastado, expresión de sorpresa y un pico de dimensiones descomunales. Fue entonces cuando Gómez, que ya andaba a un tris de tirar la toalla, cayó en la explicación que, aún hoy, se mantiene como la oficial para desbaratar la leyenda de la cabra en pena.

La explicación

El mito cayó con todo el equipo cuando la maestra, ayudada de una enciclopedia al efecto, analizó aquel extraño animal. Ya tan sólo su mero nombre explicaba la confusión. Es un ave trepadora, conocida con los nombres de chotacabra, engañapastores o caprimulgus, explicó Pilar Gómez, en 1934, a Eusterio Alario, que por tener los órganos de la visión muy sensibles a los rayos lumínicos vive más intensamente por las noches… parece probable que ese mismo defecto de visión haga que sus cantos, semejantes al balido de una cabra, sean tristes, prolongados… 

Ni curas, ni avaras arrepentidas, ni brujas ni cantos de guerra. La cabra fantasma de Carbonera demostró ser un animal bien vivo que cantaba por las noches y al que, casualmente, otra leyenda asociaba también con los chivos: la que le pone nombre y afirma que el animalito, insectívoro en realidad, chupa a veces de la teta de las cabras para sacarles la leche. ¡Excelente mensajera de la cultura, glosó en su crónica del Estampa Alario, esta profesora que va a gustar los encantos de una gran población, después de muchos años en el pueblecito de Carbonera, donde poco a poco ha ido acabando con una leyenda absurda! 

Poco más tarde, sin embargo, los más viejos del lugar vieron cumplidas sus supersticiosas teorías: la guerra estalló en España dos años después de que el que se decía último chotacabras de Carbonera cayera muerto. Casualidad o no, las coplillas siguieron hablando durante décadas de la leyenda de la cabra fantasma que había aterrorizado a los escolares palentinos de principios de siglo. Mejor era una explicación sobrenatural que el tener conciencia de que el comportamiento del ser humano, tantas veces, es tan aberrante como injustificable. Mejor una cabra fantasma, ¡en fin!, que las complejas, miserables y tristes verdades de una guerra.