La cacería salvaje, la procesión de ánimas condenadas

Publicado el 01 noviembre 2022 por Tdi @RLIBlog

Durante algunas noches, una hueste sobrenatural surca el cielo, liderados por una tenebrosa figura. ¿Quiénes son? ¿A dónde van? ¿Cuál es su objetivo? Su naturaleza ha cambiado con los siglos y desarrolló formas autóctonas por Europa, pero todas parten de un eje común.

El concepto de la cacería salvaje ( Wilde Jagd) se reconoció por primera vez en Deutsche Mythologie (1835) de Jacob Grimm. Aunque las ideas nacionalistas se han abandonado, se sigue valorando que identificara las cualidades de esta tradición, donde un séquito nocturno de jinetes fantasmales sigue al dios germánico Wotan y su consorte. A partir de ahí, se identificaron multitud de instancias donde aparecían grupos de similares características. Por una parte, había testimonios de espíritus femeninos que visitaban los hogares humanos para bendecirlos si eran puros y hospitalarios, aceptando la incorporación de humanos vivos, normalmente en forma espiritual, mientras descansaban en sus camas. Esta comitiva podía estar liderada por Diana (aunque no la diosa romana), Herodias, Holda, Abundia, Satia, Percht u otras figuras similares. Por otra, estaba la propia cacería salvaje, compuesta por difuntos, que ni era benevolente ni recibía culto, salvo en algunos casos aislados. Ambas procesiones han llegado a ser confundidas, pero la primera esta más ligada a la brujería y los cultos de fertilidad, mientras la segunda se manifiesta como una creencia paranormal que tomó forma con el cristianismo.

Grupos de fantasmas en el mundo antiguo

Los orígenes de estas apariciones se difuminan conforme más nos alejamos en el pasado. Aunque, desde tiempos antiguos, la noche se consideró un momento peligroso, propio de monstruos, brujas y espíritus, es dificil señalar de forma clara que algunas de las apariciones sean un precedente de la cacería salvaje.

En los himnos órficos, la diosa griega Hécate se mostraba escoltando a los difuntos al inframundo junto a una jauría de perros y en una tragedia griega se menciona la komos ("tropa") de Hécate, pudiendo referirse a los espíritus en general, no a un grupo que se manifieste específicamente detrás de la diosa. A través de la condena de Tertuliano, uno de los padres de la iglesia, sabemos que los romanos creían que quien moría prematuramente se quedaba entre los vivos para cumplir su tiempo en la Tierra, pero, de nuevo, no se menciona que lo hicieran en grupos. Esto se creía que ocurría en los campos de batalla, donde se veían u oían ejércitos fantasmales que profetizaban un destino funesto. No obstante, estos aparecían en momentos y lugares significativos, aunque hay señalar que en algunos lugares aparentemente ofrecían protección a cambio de ofrendas. Esta una relación muy similar a la que existía con las hadas, también ligadas a los difuntos, pero más ligadas con las procesiones femeninas mencionadas antes. Esta creencia sobre ejércitos fantasmales que recreaba batallas antiguas convivió en la Edad Media con las leyendas de la cacería salvaje.

Almas errantes en el contexto cristiano

Aunque la iglesia apoyaba la idea de Agustín de Hipona de que los muertos no interactuaban en los asuntos de los vivos, siendo destinados al infierno o al cielo según sus actos, era conveniente hacer excepciones. Era necesario tener a santos que volvieran de entre los muertos para realizar milagros o interpretar a seres fantásticos paganos como espíritus condenados a realizar penitencia para expiar sus pecados. Por ello, se continuaron registrando menciones de interacciones fantásticas. Por ejemplo, el historiador Procopio de Cesarea señalaba que los galos transportaban a compañías fantasmales a través del canal de la Mancha hacia el próximo mundo.

Bases de la leyenda


Tradicionalmente, se planteaba la teoría de que Odín y su séquito eran el origen de la cacería salvaje, que a su vez estarían influidos por ritos chamánicos. Sin embargo, se desconoce qué ocurrió antes, si el mito o el rito. Sea como fuere, es probable que no haya un nexo común a todos los relatos, una versión canónica, por así decirlo. El culto a los muertos es una práctica generalizada, como los sueños o el trance en los antiguos ritos chamánicos. Las narraciones surgidas de estos pudieron emerger independientemente, transformarse e influirse. Incluso cuando se plasmaron por escrito, estas tradiciones seguían vivas y sujetas a la gran variabilidad de la transmisión oral. Por eso, cuando se identifica el eje común de la cacería salvaje, este no va más allá del cristianismo en el que se desarrolló.

La cacería salvaje tal y como la conocemos comienza en los siglos XI y XII, debido al creciente interés por el destino de los difuntos cristianos. En consecuencia, surgieron multitud de leyendas sobre espíritus que se desplazaban en grupo hacia los cielos, habitualmente haciendo penitencia hasta que fueran dignos de acceder al paraíso celestial. Una de las bases de la cacería salvaje sería el octavo libro de Historia Ecclesiastica de Orderico Vital, quien dijo haber hablado con Walchelin, un sacerdote normando que afirmaba haber visto a la familia Herlechini, una larga y ruidosa procesión en la noche de Año Nuevo de 1091 o 1092. Esta incluía a hombres y mujeres de todos los estamentos sociales, que iban a pie o a caballo en sus respectivas vestimentas. Entre los caballeros, había demonios, enanos con enormes cabezas como barriles, etíopes y un gigante. Todos estaban siendo torturados de acuerdo a sus pecados, pues su expiación les permitiría acceder antes al cielo, como también ocurría con las misas y oraciones dedicadas a sus almas. Uno de los caballeros le agarró del cuello a Walchelin con su mano ardiente cuando el sacerdote se negó a aceptar su petición, mientras que a la cola del séquito se encontraba otro caballero, el hermano del presbítero. Después de la visión de la procesión y a pesar de su juventud, fortaleza y de ocultarse detrás de unos nísperos, cuya madera ofrecía protección mágica, el sacerdote acabaría enfermando durante una semana.

Este relato es una inversión de las visitas al purgatorio, donde el protagonista es acompañado por un ángel, cuya protección pierde puntualmente cuando este se ausenta. Además, es una historia creada para beneficiar a la abadía de Saint-Evroult a la que pertenece Walchelin, que estaba perdiendo independencia por culpa del obispo de Lisieux y el noble Robert de Bellême. Por eso en la comitiva había clérigos y nobles condenados a vagar por sus abusos en vida.

Otra de las bases de la leyenda es el testimonio de Walter Map en De nugis curialium (1180-1186), donde, antes de desaparecer, el peludo rey pigmeo, que tiene una gran cabeza pelirroja, barba larga y monta una cabra, invita al rey Herla a su boda al tiempo que le ofrece asistir a la suya. Esta invitación nupcial recíproca se convertiría en un motivo con los difuntos, donde ambos acordaban asistir al mundo de los vivos y al de los muertos. En el relato de Walter Map, los pigmeos asistieron a la boda real mostrando su cortesía y riquezas, desapareciendo con el canto del gallo. Cuando Herla los visita al año siguiente, llega a su reino a través de una cueva en una montaña. A cambio de los regalos entregados por Herla, este obtiene caballos, halcones y un perro, obsequios útiles para un cazador. Sin embargo, cuando abandonan este reino, descubren que los tres días que han pasado en la montaña fueron siglos en el exterior. Cuando unos caballeros se bajaron de sus caballos y tocaron el suelo antes que el perro, el tiempo pasó súbitamente para ellos y se convirtieron en polvo. En consecuencia, el rey Herla y su tropa vaga eternamente sin detenerse.

En este relato, la prosperidad de los pigmeos es propia del inframundo, como ocurría con los dioses Plutón y Pluto, del mismo modo que su asociación con la noche. Esta asociación sería compartida con los enanos, quienes también entregaban regalos que convenía rechazar. Igualmente, actúa de modo similar a Odín y sus valquirias, que llevan a los héroes caídos al Valhalla.


En los siglos XII y XIII, estas leyendas se extendieron desde Inglaterra y el norte de Francia hacia tierras germanófonas, adquiriendo el nombre de "el ejército furioso ( das wütende heer). Como entonces se sugirió que su líder era Wutan ("furioso"), Grimm acabó interpretándolo como Wotan, el equivalente germano al nórdico Odín. Durante el siglo XIII, estas apariciones eran ampliamente conocidas por el pueblo llano. En Francia, eran conocidas como hellequin o coupées par le fer ("aquellos asesinados en batalla") y exercitus antiquus ("ejército antiguo") en España. Simultáneamente, las diferentes tropas fantasmales comenzaron a diferenciarse en mayor medida, apareciendo con características comunes al testigo o liderados por héroes, como el rey Arturo y sus caballeros. En esta época surgen detalles como el portador de la cruz de la Santa Compaña o la cuerda que los ataba a todos en la tradición suiza.

En el siglo XIII, la iglesia comenzó a preocuparse de que, entre las almas en pena, hubiera demonios que intentasen engañar a los crédulos. Así, mientras en el siglo anterior era una comitiva de pecadores que buscaba la redención, en este se trataba de una horda salvaje que arrasaba como un huracán. En los siglos XIV y XV, estas huestes fantasmales eran sinónimo de caos, desfachatez, irresponsabilidad, ruido y burla. Sus miembros se convirtieron en criminales ejecutados, con símbolos que indicaban cómo murieron, y que podían dañar, arruinar o enfermar a quienes los viesen. La forma de sus muertes se fue haciendo más patente en el siglo XVI, cuando aparecían decapitados o mutilados. Entonces comenzaron a mostrarse en fechas señaladas, como las fiestas navideñas, las témporas o los días más oscuros del invierno. Por entonces, las menciones a estas apariciones fueron reduciéndose a las tierras germanófonas.

  • Lecouteux, C. (2011). Phantom armies of the night: the wild hunt and the ghostly processions of the undead. Simon and Schuster.
  • Hutton, R. (2014). The Wild Hunt and the Witches' Sabbath. Folklore, 125(2), 161-178.