Recién terminada la guerra de 2006, cargos de Hezbolá fueron casa por casa en la arrasada Dahiya analizando desperfectos y preguntando a los vecinos qué necesitaban para reconstruir sus vidas lo más pronto posible. Tanto la periferia sur de Beirut controlada por la milicia como pueblos chiíes derrumbados del sur del país serían reconstruidos con dinero iraní y catarí, y escasa colaboración del Gobierno libanés. Hoy, la imagen es muy distinta. Tras un alto al fuego en noviembre que ahora tambalea, nadie ha tocado las puertas de los vecinos en Dahiya. Mientras tanto, el precio de los alquileres en las zonas afectadas aumenta, así como las ayudas económicas que anuncia Naím Qasem, sustituto del líder asesinado Hasán Nasrala.
Hezbolá vive sus momentos más bajos después de la guerra más mortífera con Israel. Se ha roto la burbuja de propaganda que entronaba a la milicia como la más poderosa del mundo y la única fuerza árabe capaz de vencer al Estado hebreo. Aunque el alto al fuego fue vendido como un triunfo a sus seguidores, la milicia desistió del motivo y línea roja por la que había comenzado el conflicto, apoyar al pueblo palestino, desvinculando así el frente libanés del gazatí. Los ataques de Hezbolá en el norte de Israel provocaron un desplazamiento sin precedentes en esta frontera y el desgaste de recursos, pero la milicia terminó firmando el cese de las hostilidades sin éxitos o beneficios tangibles para sus aliados.
La elección el pasado enero de un nuevo presidente y primer ministro confirmó la pérdida de peso de Hezbolá en Líbano. Ambos son cercanos a intereses occidentales y fueron elegidos con el beneplácito estadounidense. El partido-milicia proiraní ha perdido representación y aliados en el gabinete, y con ello su capacidad para impedir que salgan adelante importantes reformas y decisiones para el futuro del país.
Hezbolá, en horas bajas
La guerra a la que Hezbolá arrastró al resto de Líbano mostró su gran poder político y una capacidad militar a años luz...
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