Podemos, cuando nació, estaba por encima de la política, atraía a gente de todas las tendencias y proyectaba la imagen de una rebelión de los indignados capaz de ganarse a los demócratas y a la gente decente de España, sin distinción de ideologías y clases. En su etapa inicial era un partido "atrapatodo" al que le votaban profesionales como abogados y arquitectos y se ganaba el apoyo de empresarios y de miles de cristianos, pero hoy, tras haber cometido el error de abrazar la vieja ideología de la izquierda radical, sólo proyecta la imagen de un partido más que lucha por el poder. En apenas un año, ha perdido un imperio.
Pablo Iglesias no ha sabido aprovechar la gran oportunidad que le otorgó la sociedad española aupándolo hasta los escalones mas altos del poder. Cuando era una fuerza temible, sus líderes se hicieron charlatanes y fueron tan torpes que abandonaron aquello que les hacía grandes y diferentes: el espíritu rebelde, la fuerza de sus asambleas y la rebeldía indómita, convirtiéndose sólo en otro partido político español.
En muy poco tiempo ha dejado demasiados cadáveres en la cuneta y los muertos siempre se cobran terribles facturas en política. Primero perdió a los moderados, después a los demócratas, mas tarde a los profesionales cualificados y al final perdió hasta una parte importante de los activistas jóvenes, indignados y deseosos de emerger en la sociedad, miembros de unas tribus que aportaban frescura, rebeldía y una osadía que resultaba enormemente atractiva para millones de españoles, hartos de soportar a partidos antiguos y carcomidos como el PSOE, el PP, IU y otros, todos incapaces de renovarse, alejados del pueblo, adictos al privilegio y corrompidos hasta el tuétano.
Por haber abandonado la frescura, ha perdido su especial energía. Podemos está tan lejos de aquellos carteles y gritos que decían "No hay pan para tanto chorizo" como el PSOE o IU. Con una torpeza insensata han abandonado su capital político: la rebeldía, las calles, la protesta incesante, la frescura y la indignación, olvidando algo tan viejo en política como que los votantes solo admiten a los nuevos partidos cuando son diferentes. Si se parecen a los viejos, prefieren lo malo conocido a lo que todavía es un melón sin calar.