Llamadme conservadora si queréis, pero yo me decanto por la segunda opción: es necesario tener unos amplios conocimientos de literatura para distinguir entre lo que tiene calidad y lo que no la tiene. Nosotros, los lectores, en ocasiones podemos acertar, en función de nuestra experiencia lectora y nuestras aptitudes para el análisis crítico; sin embargo, algunos se guían por impresiones muy subjetivas y no sería correcto aplicarlas para medir las cualidades de una novela.
Porque, por mucho que digamos que lo mejor de la lectura son las sensaciones que nos provoca, los libros tienen aspectos que se pueden examinar de una forma más o menos objetiva (prosa, experimentos literarios, profundidad de los temas tratados, psicología de los personajes...). Si aceptáramos que la calidad depende de las apreciaciones de cada lector, estaríamos admitiendo que la literatura carece de fundamento; sería imposible poner orden y separar lo bueno de lo normalito, porque cada uno tendría una opinión diferente.
Creo que la clave está en hablar de gustos cuando nos referimos a nuestras preferencias, y no de calidad literaria. Una novela se vende bien y recibe palabras entusiastas porque gusta mucho; luego, además, puede ser alta literatura, pero no es un requisito imprescindible (recordad el caso de Crepúsculo). Por el contrario, una obra de calidad literaria no tiene por qué gustar siempre, entre otras cosas porque puede caer en las manos de un lector que aún no tiene el suficiente bagaje para apreciarla (por ejemplo, las lecturas obligatorias de clásicos en el colegio).
Para verlo de forma más clara, pensad en Cien años de soledad. Está considerada una obra maestra y muchos lectores la hemos disfrutado; no obstante, también los hay que la consideran aburrida y por ello la tachan de mala. Esto es a lo que me refiero como impresión subjetiva que no me parece válida para valorar una novela: el que una historia resulte aburrida o no es muy personal. ¡Incluso los libros que contienen miles de recursos para enganchar se hacen pesados para algunos!
Además, las impresiones de las lecturas cambian en función del estado de ánimo, de lo que apetece en cada momento y de lo que se ha leído antes. Un profesional debe tener la capacidad de estar por encima de estas sensaciones y ver el texto de la forma más imparcial posible; ahí está la diferencia entre él y un lector cualquiera.
Me parece que la tendencia a equiparar calidad y gustos se debe al hecho de que la literatura nos resulta cercana (más cercana que la medicina o la física cuántica) y por ello creemos que podemos hablar con seguridad del tema. Aun así, lo cierto es que detrás tiene tanto por descubrir como cualquier otra disciplina.
Pese a todo, el debate está abierto, así que... ¡opinad!