Hasta 1957 se lo conocía como Pasaje La Rural. Es que todos los edificios de sus escasos cien metros de extensión eran propiedad de la compañía de seguros que, desde 1894, llevaba ese nombre. Tenía lógica: la empresa era la que había encargado la construcción de los ocho edificios para alquiler. Pero lo más llamativo en ese limitado paisaje porteño no está en su extensión ni en que corta una manzana de la Ciudad, sino en la simetría de su imagen: como si fuera un espejo, todos los edificios de una acera son exactamente iguales a los de la de enfrente.
Construido entre 1924 y 1926, el Pasaje Dr. Rodolfo Rivarola (su nombre actual recuerda al jurisconsulto y escritor nacido en Rosario –Santa Fe– que vivió entre 1857 y 1942 y fue figura intelectual destacada de la llamada Generación del 80) es fiel representante del estilo denominado Beaux Arts. Y es casi un símbolo en el barrio de San Nicolás, poniéndole un toque francés a esa zona. Une las calles Juan Domingo Perón y Bartolomé Mitre, en paralelo con Talcahuano y Uruguay.
El proyecto de La Rural fue encargado a los arquitectos Petersen, Thiele y Cruz y la construcción la realizó una empresa alemana, Geope. Considerado como área de protección histórica, el pasaje tiene ocho edificios, todos de planta baja y cinco pisos (hay tres departamentos en cada una de esas plantas). Y en una muestra de algo que sería característico en construcciones futuras, cada departamento tenía asignado en la terraza un lugar para el lavado y tendido de la ropa, además de un cuarto en el sótano para ser usado como depósito, un émulo de las actuales “bauleras”.
Para tener una idea de la calidad de la construcción, alcanza con mencionar que los pisos en las entradas y los palieres son de mármol y los de los departamentos, de roble de Eslavonia. En el exterior, la buena materia prima tampoco escasea: herrería artística, pizarra importada y marcos de bronce. Y para completar, los cuatro edificios de las esquinas rematados con cúpulas y elegantes torres. En cada una de esas cúpulas hay un departamento.
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Pero el más destacado siempre fue el local de una casa especializada en la reparación de relojes, a la que suelen visitar coleccionistas que llegan a Buenos Aires desde todo el mundo. Se la conoce con la denominación popular de “la Chacarita de los relojes”, como si se tratara de un cementerio de esas máquinas, muchas literalmente detenidas en el tiempo.
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“El Pasaje Rivarola en el espejo”
EDUARDO PARISE
(clarín, 18.06.12)