Karen y Marta bordean los treinta, son maestras, socias, amigas (las mejores amigas) y tienen un sueño: hacer de la granja, que han convertido en la escuela para señoritas Wright- Dobie, no solamente un buen negocio sino también una excelente institución educativa. Lo hacen todo a pulmón: desde dar clases de francés, matemática y piano; pasando por los quehaceres domésticos y las tareas administrativas hasta las funciones familiares (acostar a las niñas, intentar comprenderlas, castigarlas, cocinarles, soportar a la soberbia tía Lily que vive con ellas, como parásito, poniéndolas siempre al borde de un ataque de nervios). Hace dos años que postergan todo deseo individual por uno plural. Y ya es tiempo de que el destino mejore. Sin embargo aún el baldazo de agua fría llegará y llegará, como era de prever del mundo de sus infantas.
María (la primita del prometido de Karen) comete, en menos de lo que dura un día, todas las insolencias que escandalizarían a cualquier adulto de comienzos de los años sesenta: consigue libros prohibidos que la informan sobre sexualidad, llega tarde a sus clases de elocución, manipula a sus compañeras para que la sirvan, finge desmayos para evadir castigos, espía a sus maestras por la noche, se escapa de la granja, y (sobre todo) miente, miente tan descaradamente que es capaz de convencer a un juez. María no quiere regresar a su escuela, el único lugar, quizá, donde se le desvanece cualquier posibilidad de ser complacida. De modo que conspira, trama su estrategia y a base de conversaciones a medio oír (y a medio entender) por sus compañeras de cuarto convierte el film en el imperio del chisme, ese enunciado circulatorio que prende como un virus y se propaga por contagio en ocasiones hasta la catástrofe. María no es inocente pero es demasiado pequeña para inventar o imaginar ciertos celos y emociones “anormales” que una tal señorita Dobie siente por una tal señorita Wright. Esa es la lógica con que los padres, en cinco horas, alejan a sus niñas de la supuesta escena originaria, dejando desierta la granja, un proyecto inconcluso, indecente la vida de dos maestras y la duda (incluso de los protagonista) de si la realidad es en verdad el discurso o los hechos. Gombrowicz solía decir que “el mundo empieza cuando no se puede retroceder”. A veces, no obstante, el mundo simplemente se acaba aún cuando lo intenten retroceder.