La novela tiene dos partes: en la primera relata las vivencias de una joven Esther Greenwood en Nueva York junto a otras chicas con las que ha ganado el concurso de una revista. Está escrita con corrección pero es plana y aburrida a morir. Y de morir de verdad, va la segunda parte : mucho más interesante, en la que Esther, aquejada de una depresión que apenas hemos atisbado hasta ahora, tontea permanentemente con la idea del suicidio.
No creo que esté literariamente a la altura del mito que es Sylvia Plath y su vida oscura, angustiada y adelantada a su época. Pero sí como confesión y documento. Porque hay que reconocer que tanto la vida de Sylvia como la de su marido Ted Hugues (que como ella era poeta pero machista y cabrón) son tan merecedoras de interés como su poesía.
Morir es un arte, como todo.
Yo lo hago excepcionalmente bien
Tan bien, que parece un infierno.
Tan bien que parece de veras.
Supongo que cabría hablar de vocación.
Vocación , pues.
Metió la cabeza en un horno de gas tras haber dado el desayuno a los niños y tapar los resquicios de la cocina con toallas. Tenía 30 años.
Para saber más, este gran artículo en Jot Down: El club de los poetas suicidas.