El presidente Donald Trump ha reanudado los rallies electorales para retomar el contacto directo con los votantes. Algo que ha influido de forma decisiva en la aprobación de la gestión presidencial, que ahora se sitúa en torno al 52% en general y en el 94% entre los republicanos, y un aumento significativo en la intención de voto. De tal forma que al encarar el otoño, Trump aventaja a Biden en la mayoría de los estados.
Para consolidar este movimiento al alza, ha sido decisiva también la campaña electoral del equipo del presidente para la reelección, que casi ha triplicado el número de votantes contactados directamente de los que lo fueron en este momento hace cuatro años. En 2020, la campaña de Trump ha tenido contacto directo con 89,8 millones de votantes, es decir, llamadas de persona a persona, asistencia a eventos electorales o hablar con votantes en persona llamando a la puerta de su casa en comparación con los 32,5 millones de 2016. Un esfuerzo monumental que ha sido posible gracias a la inmensa base de voluntarios y personal implicado en esta campaña; un esfuerzo que continuará hasta el día de las elecciones. Ninguna campaña electoral de las últimas décadas ha tenido la ventaja que ha ganado la campaña de Trump en este terreno.
Ello, unido a la presencia constante del presidente en mítines y en entrevistas a los medios de comunicación, ha catapultado a Trump en las encuestas y, lo más importante, en la aprobación de los votantes, la mayoría de los cuales ya ha decidido votar republicano. Trump y Pence han multiplicado las apariciones en persona para llegar a la gente, mostrando que son el presidente y el vicepresidente del pueblo estadounidense. Las últimas visitas a estados en disputa decisivos, como Pennsylvania, North Carolina, Wisconsin, o los próximos, como Michigan y Florida, reflejan la voluntad de luchar hasta el último voto y ganar estas elecciones de una forma limpia y transparente. Mientras Biden y los demócratas lo apuestan todo al voto por correo, en el que sus corruptelas cometerán fraude una vez más, como siempre, Trump y Pence buscan la victoria arrolladora basada en millones de votos reales.
Los estilos de campaña no pueden ser más distintos. Biden ha pasado gran parte de la primavera y el verano lejos del terreno para evitar la pandemia de coronavirus y porque tiene miedo a los votantes, a la prensa y al presidente. Entretanto, Trump ha realizado actos electorales y apariciones oficiales de gran calado en forma y contenido en los estados decisivos. Una estrategia de campaña a la ofensiva, valiente y sin dar ningún voto por perdido. Esto ha permitido mantener los apoyos de las bases y aumentarlos, de manera que estamos en camino a otra victoria sorpresa en noviembre, mayor que la de 2016. El entusiasmo generado por Trump en sus votantes es mayor que el que despierta Biden en los suyos, que se mantiene dormido, como su candidato.
Trump ha desplegado una campaña electoral llena de energía, vigor y optimismo en las posibilidades del país y de los trabajadores. Los viajes se han vuelto constantes para mantener el contacto con los ciudadanos y la realidad. Biden sigue escondido la mayor parte del tiempo, apoyado en actos virtuales, balbuceante e incapaz de formular propuestas que ilusionen, en manos de una izquierda radical cada vez más violenta, corrupta, dispuesta a cometer fraude electoral, a no reconocer los resultados porque saben que Trump ganará, y a incendiar y saquear las ciudades de América de la mano de sus terroristas urbanos protegidos de Antifa y BLM.
El esfuerzo de la campaña electoral de Trump se amplía a otros estados, como Minnesota, Mississippi, Arizona, Iowa, Nevada, Texas, etc, que contribuirían de forma esencial a una victoria de Trump.
Biden cuenta con el apoyo de la mayoría de los medios y la prensa, y lo utiliza para lanzar ataques basados en mentiras y manipulaciones. El penúltimo ejemplo, una historia anónima publicada en The Atlantic, y reproducida en todos los medios, sobre la falta de respeto de Trump a los veteranos caídos en la I Guerra Mundial. Desmentida totalmente y que todo el mundo sabe que es una burda manipulación, pues nadie ha demostrado más respeto y apoyo por los veteranos que Trump. Aun así, los medios siguen difundiendo la mentira. Es una muestra de cómo el presidente debe enfrentar cada día manipulaciones constantes y ataques rabiosos de los demócratas y de los medios en su afán por derrotarlo.
La campaña de Biden se basa en desprestigiar al presidente. La campaña de Trump se basa en ilusionar a los ciudadanos y ofrecer propuestas y promesas que serán cumplidas para bien de la nación y de la gente.
Los demócratas presionan a través de los disturbios que dirigen, toleran y controlan. Trump lidia con ellos de forma brillante, actuando en las ciudades donde solicitan la ayuda federal.
Biden y sus apoyos mediáticos y de la izquierda radical preparan el terreno para no admitir la derrota que se les viene encima. Conocemos sus planes internos para dar un golpe de estado, vía judicial, mediática y guerrilla urbana, al no admitir los resultados electorales y prolongar los recuentos de los votos, en especial de los enviados por correo.
Todo el caos, los disturbios, los cierres de la economía y los ataques de la presa, forman parte del mismo plan organizado para erosionar al presidente Trump y no admitir su más que probable victoria electoral. El establishment al completo actúa para impedir que Trump sea reelegido. Por fortuna, la última palabra la tiene el pueblo estadounidense, que vuelve a votar por Trump de forma mayoritaria. Conocemos una de esas estrategias ensayadas de la mano de George Soros y otros influyentes millonarios que manejan el Partido Demócrata, en la que Biden se niega a aceptar el resultado electoral y presiona a los estados que ganará Trump para que los demócratas recurran ante el Colegio Electoral, con el apoyo de los medios y del establishment. Sólo una victoria apabullante, un landslide indiscutible, evitará ese escenario. Para completar el golpe de estado, Biden cuenta con elementos afines en el estamento militar, si llegara el caso. De hecho, durante el verano, dos ex oficiales del ejército, ambos prominentes en el mundo de los think tanks de "seguridad nacional" alineados con los demócratas, escribieron una carta abierta al presidente del Estado Mayor Conjunto en la que lo instaban a desplegar la 82 División Aerotransportada para arrastrar al presidente Trump desde la Oficina Oval exactamente a las 12:01 pm del 20 de enero de 2021. Aproximadamente un mes después, Hillary Clinton declaró públicamente que Joe Biden no debería conceder las elecciones "bajo ninguna circunstancia". Y eso mismo piensan y declaran otros líderes del Partido Demócrata.
Es el juego sucio que se traen los demócratas, temerosos de la paliza electoral que los va a propinar el presidente, y que quieren ensuciar a toda costa. La razón es que no confían en ganar estas elecciones. La segunda parte de ese plan es reunir suficientes votos, legalmente o no, para "comprar" a los estados afines, o disputar los resultados en estados en disputa e insistir, sin importar lo que diga el recuento, que Biden los ganó.
El peor de los casos (para el país, pero no para la clase dominante demócrata y el establishment) serían los resultados en un puñado de estados que son tan ambiguos y ajustados que nadie puede decir correctamente quién ganó. Por supuesto, eso no impedirá que los demócratas insistan en que ganaron.
La preparación pública para ese escenario también ha comenzado: corrientes de historias y publicaciones en las redes sociales que "explican" cómo, mientras que en la noche de las elecciones podría parecer que Trump ganó, los estados en disputa se inclinarán hacia Biden ya que todas las papeletas por correo "se cuentan". Mentira y gorda, pero los medios se encargarían de hacer tragar la píldora.
La tercera pieza es preparar la vasta y ruidosa máquina de propaganda de la izquierda demócrata para la guerra urbana. Un informe del Partido Demócrata y la campaña de Biden al que hemos tenido acceso desde la campaña de Trump, exhortaba a los demócratas a identificar a "personas influyentes clave en los medios de comunicación y entre los activistas locales que pueden afectar las percepciones políticas y movilizar la acción política ... [que podrían] establecer compromisos previos para desempeñar un papel constructivo en caso de una elección impugnada".
Es decir, gritar a los cuatro vientos que "Trump perdió", aunque sea una mentira más grande que una casa. Más grandes se las ha tragado la gente de la mano de unos medios controlados por la izquierda.
Llegados a este punto, me atrevo a asegurar que a menos que Trump gane de forma arrolladora, con un landslide abrumador que no se pueda poner en duda con esas trampas preparadas o negada a través de la operación de propaganda masiva del establishment y el Partido Demócrata, habrá una noche electoral muy movida y días posteriores de enorme batalla. Sólo esa victoria que está al alcance de la mano evitará un escenario conflictivo.
Los recientes disturbios urbanos sólo son una forma de presionar para derrotar a Trump y un preámbulo de un juego de estrategia que empujaría a esas masas de idiotas de ultraizquierda a decir: "Trump debe irse", amparados por la mayoría de medios. Es decir, derrocar a un líder, incluso a uno electo de forma legal, sólo porque no les gusta, mediante la agitación social y el terrorismo urbano.
Por supuesto, estos planes desquiciados de los demócratas los conocemos, y la Administración Trump tiene preparada sus estrategias de actuación para hacer frente a ese movimiento político que pretende su destitución ilegal del cargo, aunque gane las elecciones.
La mejor noticia en este escenario conflictivo es que el entusiasmo por votar al presidente se ha disparado en todo el país. Esa es la garantía de que podremos evitar un golpe de estado de los demócratas y los medios, vía victoria electoral masiva.