Los cafés intergeneracionales son interesantes. El mundo desde primas diferentes, el mundo en su máxima expresión. Yo soy partidario de un imposible. Una mesa, dos personas, una del siglo XXI y otra del XIX, charlando embelesadas sobre cómo han cambiado las cosas. El decimonónico diría que una persona de cincuenta años era prácticamente un cadáver que se sostenía por la gracia divina. El de nuestra época, probablemente un hípster, recogería información más valiosa que la que se incluye en cien libros de historia. Ambos llegarían a una misma conclusión. A la única verdad universal inalterable: naces y mueres. Entre las dos palabras está lo interesante.
Un buena parte de esa distancia nos la pasamos trabajando. Partiendo de los datos del Instituto de Estudios Europeos (IEE) los españoles trabajamos de media 1665 horas al año. Lo que equivale estar durante más de 69 días las 24 horas en nuestro puesto de trabajo. Aproximadamente 1/5 del año lo pasamos trabajando. Teniendo en cuenta que los médicos recomiendan dormir 8 horas al día…entre trabajar y dormir consumimos el 52% del tiempo de un año. Acojona, lo sé.
Todos hemos dicho o al menos hemos oído eso de “si me toca la lotería no vuelvo a trabajar”. Afirmación que nace de un puesto de trabajo que desagrada a la persona. Asumiendo que a través de la formación nos hemos encaminado hacia el área que nos interesa (lo cual ya es bastante discutible) debemos de tomar una serie de decisiones que nos marcarán para el futuro. Los primeros pasos suelen ser tímidos pero importantes.
La primera pregunta cuando estás buscando empleo está clara: ¿Dónde? La segunda, unos meses después de haber adquirido la experiencia necesaria para desarrollar las funciones del puesto, nace de la comodidad de un contrato indefinido o de las renovaciones en caso de contratos temporales: ¿Hasta cuándo?
Ni capacidad para elegir dónde…
En tiempos de crisis económica (elevado desempleo y caída de beneficios empresariales) la respuesta a la primera pregunta depende casi exclusivamente de los demandantes de empleo: las empresas. Al salir de la facultad un biólogo buscará un empleo relacionado con la biología. Después de seis meses enviando currículums y con dos o tres entrevistas fallidas a sus espaldas, los filtros en las páginas de empleo pasan a ser menos exigentes. Los más habitual es que dicha persona termine trabajando en un puesto no relacionado con su formación, con contrato temporal y con salario sujeto (en ocasiones exclusivamente) a objetivos.
Ni para decir adiós
El tiempo siempre corre en nuestra contra y lo hace muchísimo más deprisa si estamos dedicando ocho horas al día a un trabajo que no nos motiva, que no nos interesa, que nos consume y que hace que el ocio sea únicamente una palabra de cuatro letras carente de significado. Una persona que lleva seis años sirviendo copas a efectos del mercado laboral será un camarero o camarera con un título y no un licenciado o licenciada que ha trabajado los últimos años en un bar. Los títulos caducan a medida que nuevas hornadas de graduados salen de la Universidad con conocimientos más frescos, más actualizados y con la ingenuidad que da el desconocimiento.
Ya no es solo que el dónde dependa de factores externos al trabajador, es que el hasta cuándo tampoco es decisión propia desde el mismo momento en que las alternativas preferenciales se diluyen anta la falta de oportunidades y las necesidades económicas aprietan. En estas circunstancias se presenta una cruel disyuntiva: o continuar desarrollando la actividad profesional en un trabajo no elegido pero necesario económicamente mientras se espera a que “la cosa cambie” (días, meses, años…) o buscar una vía de escape (dentro o fuera del país) que permita dedicarse, o al menos acercarse, a lo verdaderamente deseado, eso sí, probablemente, con los bolsillos tan secos como el desierto del Sáhara.
La falta de capacidad de elección en los dos interrogantes conduce directamente hacia la frustración, el descontento laboral e incide negativamente sobre la productividad del trabajador dentro de la organización. A la largan todas las partes salen perjudicadas.
Aunque tarde o temprano la persone termine dedicándose a aquello que le apasiona (ya sea por cuenta propia o ajena), el tiempo que se pase en el limbo laboral (tanto desempleo como trabajos no gratificantes) devaluará sus conocimientos y repercutirá negativamente sobre su vida personal.
La formación continua es la única salida. Detener la formación como consecuencia del inicio de la vida laboral es tirar piedras sobre nuestro propio tejado. Al principio buscamos el conocimiento general y según pasan los años nos escoramos hacia lo específico. Al principio, por obligación y progreso. Después, por interés y progreso. La importancia de la formación en la búsqueda de empleo es directamente proporcional al nivel de desempleo de un país (véase el elevado abandono escolar en los años previos a la burbuja inmobiliaria) y se mantiene constante a media que la persona acumula años dentro del mercado laboral.
Con el paso del tiempo lo que verdaderamente beneficia a las empresas y a los trabajadores es que tanto los primeros como los segundos estén satisfechos en su puesto de trabajo y eso sucede en gran medida si el puesto de trabajo cumple las expectativas del empleado (vía satisfacción personal para él, vía productividad para la empresa). Porque si en algo estarían de acuerdo los dos protagonistas del café inicial es que la distancia que separa el nacimiento de la muerte hay que recorrerla por el camino más deseado. Y ello, en estas circunstancias, no es nada fácil.