La capital correntina se pone en movimiento durante la fiesta del Rey Momo.

Por Hugo Rep @HugoRep

El reino de la pasión.

La capital correntina se pone en movimiento durante la fiesta del Rey Momo, cuando miles de comparseros bailan en trajes de plumas, brillos y lentejuelas. Los preparativos duran todo el año, con inagotables horas de trabajo y fuertes rivalidades entre las principales comparsas, Ará Berá y Sapucay.

Cuando las luces del corsódromo Nolo Alías se enciendan y la voz del locutor anuncie por los altoparlantes el ingreso de la comparsa Ará Berá, Valeria Inés Morilla olvidará todos los temores y, enfundada en su traje de luces, saldrá a la pista poniendo toda la pasión que una comparsera puede llevar en la sangre. Avanzará llena de orgullo, como si formara parte de una legión victoriosa y, junto con ella, los cuatrocientos integrantes de la comparsa del rayo (símbolo que los identifica) se convertirán en una marea multicolor que inundará la pista.

Las mujeres, vistiendo minúsculos trajes de plumas, strass, piedras y lentejuelas, desplegarán su histrionismo con sensuales movimientos de caderas, piernas y manos, y los hombres, algunos blandiendo instrumentos musicales, ejecutarán sus compases al ritmo del samba, despertando entre el público gritos de alegría y admiración. La edición del carnaval correntino habrá dado inicio y Momo, Hijo de la Noche, Rey de la Locura y de la Burla, respirará satisfecho.


Centenares de niños, jóvenes y adultos se preparan durante gran parte del año para el momento en que se den cita en el corsódromo ubicado en las afueras de la ciudad capital. Cada fin de semana de febrero, como si se tratase de un ritual inexorable, pasarán a ser integrantes de las comparsas. Dos comparsas ganan, en la actualidad, la atención de la gente: Ará Berá, cuyo significado en lengua guaraní es Luz del Cielo, y Sapucay -representada con el símbolo del gallo- que nació como un desprendimiento de la tradicional Copacabana.

El enfrentamiento de las principales comparsas es un clásico en la vida correntina -algo así como un Boca-River-, que supo generar enemistades y enojos perdurables. A tal punto que dicen que nadie puede ser neutral. Estos sentimientos alcanzan su clímax en el carnaval, cuando cada noche, frente a más de 40 mil espectadores que llegan de todo el país, las pasiones se despliegan en una mezcla de brillo, color y alegría. Es que el carnaval correntino tiene payé.

Romper lanzas.


"Nooo", gritan al unísono Belén Jantus, Marcela Fernández Picchio y su madre Elisa, las tres integrantes de la comparsa Sapucay, entre nerviosas y divertidas. "Te vamos a matar", le dicen al hombre que las acaba de confundir como miembros de la rival, Ará Berá. Años atrás, familias enteras llegaron a dividirse por el mero hecho de que alguien elegía una comparsa que no era la propia; amigos de toda la vida rompieron lanzas y hasta sociedades fructíferas se vieron arruinadas por el ardor. Hoy en día los jóvenes se han hecho cargo de una rivalidad menos enconada. Según cuenta Valeria Morilla, los chicos y las muchachas de comparsas rivales se suelen reunir "para practicar los pasos de baile, aunque al día siguiente en el corsódromo nos saquemos los ojos", haciendo lo imposible para ganarse la simpatía del público y el voto decisivo del jurado.

Oscar Portela, reconocido poeta y periodista correntino, afirma que el carnaval "revive las disputas históricas que dividieron a la provincia durante décadas. El precarnaval anticipa las intensidades de un duelo, en el cual las identidades sociales, políticas, ideológicas, sucumben y se intercambian". Muchos de los participantes y fanáticos adhieren a una u otra comparsa por una cuestión de herencia familiar. Es común que un padre o una madre influyan en el momento de la elección. Si la tradición se rompe sucede lo que ocurrió con Valeria Morilla que, cuando le dijo a su mamá hincha perdida de Sapucay, "yo bailo en Ará Berá, le guste a quien le guste", se tuvo que mudar a casa de su abuela paterna.

Diferente fue el caso de Elisa Picchio, quien se hizo hincha de Copacabana porque ésta ensayaba en la esquina de su casa, pero un padre celoso se lo impidió. "Mirá que le lloraba, le imploraba, incluso vinieron directivos para que fuese reina, pero nunca accedió". La frustración la llevó a que años más tarde, casi de prepo, metiera a sus hijas en Sapucay. Hoy Marcela, su hija menor, de un hermoso rostro y un cuerpo envidiable, lleva con orgullo el título de solista de comparsa.

Jantus es presidenta de Sapucay. Su belleza, templada por el paso de los años, delata a una antigua reina de carnaval. Tanto ella como sus tres hijos son parte de la comparsa, y su casa, en los albores de la festividad, se ve invadida por legiones de sus integrantes. La comparsa del gallo, a diferencia de Ará Berá, es de un origen económico más acomodado y eso se percibe rápidamente en la vestimenta, en los cuerpos cuidados y en los rostros distinguidos de las mujeres que la integran.
Stella Maris Folguerá es una mujer robusta, de ojos celestes y carácter decidido. Durante diez años esta contadora pública se dedicó, como coordinadora, a preparar la escenografía y escribir los libretos de Ara Berá. Según su relato, la comparsa tuvo origen en 1961 a instancias de un grupo de adolescentes que se negaban a entrar a los bailes de carnaval del Jockey Club vestidos de traje y corbata. Varios de esos integrantes, uno o dos años antes habían asistido al carnaval de Paso de los Libres, que en esa época era la única localidad correntina que tenía un corso al estilo brasileño y que hacía hincapié en el baile grupal. Esa situación, más el agregado de que a las chicas, por aquella época, las dejaban salir hasta tarde siempre y cuando estuviese asegurado el grupo de pertenencia hasta el final de la noche (lo que en teoría impedía que las jóvenes quedaran a merced de los novios de turno), llevó a conformar el primer grupo carnavalero.

Los origenes.


Considerada la Capital Nacional del Carnaval, Corrientes posee una larga trayectoria organizando este tipo de espectáculos. La historia de la fiesta del Momo correntino se remonta a principios del siglo pasado, cuando familias adineradas de lo que entonces era el centro capitalino se reunían dispuestas a celebrar la festividad entre lluvias de flores, papel picado y serpentinas que se arrojaban unas a otras. El desfile solía tener como epicentro la Plaza de Mayo, el Parque Mitre y las calles San Juan, Junín y 9 de Julio, sin olvidar la rambla. Verdaderas multitudes se acercaban al desfile de comparsas dejando atrás sus casas abiertas e iluminadas.

Se solía elegir una reina de carnaval, que iba enfundada en traje de fantasía, y una reina de belleza que marchaba sobre un automóvil adornado para la ocasión. Al finalizar la fiesta el regreso a casa se realizaba a una velocidad inusual: es que el término del desfile daba paso a la ceremonia del agua, y todo lo que se moviera o diera signos de vida recibiría una lluvia de globos inflados con el líquido. Pero los festejos no sólo se remitían a escenarios abiertos; los clubes, los teatros y ciertas casas de familia llevaban a cabo bailes de máscaras. Hacia 1950 se sumaron a los corsos del centro las comparsas de los barrios más populares.

La primera comparsa de la que se tenga registro en Corrientes capital data de 1959 y estaba integrada por un grupo de señoritas con vestidos hawaianos que hicieron su presentación en el teatro Vera. Dos años más tarde irrumpirían en escena Ará Berá y Copacabana, agrupaciones que iban a dar origen a una exacerbada rivalidad que se extendería en el tiempo, hasta que la última entrara en franca decadencia, sin llegar a desaparecer pero cediéndole la rivalidad con la comparsa del rayo a su hija dilecta, Sapucay. La década del 70 fue la de mayor esplendor y las invitaciones para mostrar los espectáculos solían llegar desde todo el país.

Lazos invisibles.

El carnaval, sin que nadie lo establezca, va tejiendo lazos invisibles entre los integrantes de las comparsas. La larga convivencia de los grupos durante los extenuantes ensayos crea códigos que se respetan. Folguerá asegura que entre ellos no hay distingos de origen social, y es así como muy frecuentemente se puede ver en una misma carroza o en una misma formación de baile a una mucama junto a una profesional o a un empresario al lado de un obrero. Según cuenta su presidenta, en Sapucay "hay gente de bajos recursos que ahorra todo el año para comprase su traje, sus lentejuelas, sus piedras, sus plumas. Cada chico y chica borda su propia ropa", y no es para menos teniendo en cuenta que hay trajes que llegan a costar 8 mil pesos. Valeria Morillo advierte que "hay gente que tiene mucho dinero o un nombre, y vos decís "éste no le va a dar bola a nadie" y sin embargo es uno más del montón, que cuando tiene que ayudar, ayuda".

Para los integrantes de las comparsas la familia, los novios y novias y los amigos pasan a ser un soporte a la hora de trabajar en la confección de la ropa o simplemente prestando apoyo espiritual. Las madres y abuelas, sentadas a altas horas de la noche cosiendo lentejuelas, ya son parte de la vida correntina. Pero, a contramano de lo que se supone, son los hombres los que más asiduamente se dedican a la confección de los trajes de carnaval. "Hay mucho varón que junta mucha plata bordando para las chicas. El bordado de lentejuelas no se considera trabajo femenino", asegura Folguerá para asombro de muchos.
Sapucay tiene la particularidad de contar entre sus integrantes con los Sapuquines, una versión infantil de las comparsas mayores, compuesta por chicos ciegos y con síndrome de Down, que desfilan sobre un carro acondicionado para ellos.

Corrientes espera.


Durante diez años el carnaval correntino se vio interrumpido y fue recién en 1994, a instancias de los jóvenes, que se armó un grupo de trabajo para rescatar a la festividad del olvido. Un año más tarde, cuando Ará Berá decidió regresar a las pistas, Stella Maris Folguerá se paró en la puerta, ante una arcada de luces: "Mi estandartero estaba ahí paradito, cuando el locutor del corso dice que va a hacer su ingreso la comparsa del rayo, y entra el estandartero; me di vuelta a mirar el túnel y estaba todo el público de pie saludando. Hasta el día de hoy cuando me acuerdo de esa escena me emociono.

La gente lloraba". Para ella, el carnaval "es una pasión, algo que nos gusta, un vehículo de expresión que la ciudad no te brinda. La gente que quiere escribir, tocar un instrumento, bailar, ponerse ropa colorida, diseñar, trabajar con toda esa catarata estética, encuentra en la comparsa su lugar para expresarse".

Cada comparsa está conformada por entre trescientos y quinientos integrantes, y la inversión en los trajes artesanales y las carrozas ronda la cifra de dos y medio a tres millones de pesos. El corsódromo Nolo Alías, que antiguamente era el Hipódromo General San Martín, tiene una extensión de 26 hectáreas y una capacidad para 70 mil espectadores. Más de tres mil personas suelen desfilar los fines de semana. Ará Berá es la comparsa más victoriosa: ganó veintiuna de las veintinueve ediciones en las que participó.

Cuando en diciembre las comparsas y las escuelas de samba comiencen a transitar el tramo final de los ensayos a la espera del momento en que se vuelvan a encender las luces del corsódromo, las mujeres con sus tocados de plumas, sus coleros, sus mallas repletas de strass, piedras y lentejuelas, y los hombres con sus trajes de luminarias, comenzarán a exorcizar esa ansiedad que sólo finaliza en el momento de traspasar la manga rumbo a la pista. El carnaval de Corrientes estará otra vez vivo, con esa mezcla de alegría, color y desenfado. Porque como bien dice Francisco Benítez: "Uno lleva los tambores desde la panza, y es que el carnaval desde siempre va muy dentro de nosotros".

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