Vivimos en la España construida con el ladrillo que sostenía una economía que se ha desmoronado, sepultando a millones de jóvenes bajo la lápida del desempleo y obligando a muchos otros a emigrar “por impulso aventurero”. Es la España de las compras y ventas de pisos facilitadas por bancos que necesitan que les rescatemos tras conceder crédito a quienes ahora desahucian de sus casas, la España del cemento con el que ayer nos llenábamos los bolsillos, y hasta la boca, y hoy cuelga el cartel de "completo" en los comedores sociales.
Asistimos al destape de un país en el que muchos políticos, no contentos con conseguir la mayoría de los “sobres” en las urnas, conceden contratos públicos a pequeños y grandes empresarios a cambio de otro tipo de sobres. Es la España de los que, sabiendo quiénes nos “roban”, se han vuelto sordos, ciegos y mudos por su propio y cómplice interés.
Estamos “repagando” la España que tenía una sanidad pública reconocida y aplaudida en medio mundo pero que ahora necesita de la gestión privada para ser “rentable” a los amigos del político de turno, la España de la educación que ha parido a la generación mejor formada de nuestra historia y que hoy aborta la calefacción en las aulas, la comida en los comedores escolares y las becas para seguir estudiando.
Somos la España del bombo que inunda plazas y colapsa calles con miles de personas celebrando el campeonato del mundo de un deporte que nos debe muchos millones, la misma España de pandereta que llama “perroflautas” y criminaliza a quienes defienden los derechos de todos a cambio de violentas e indiscriminadas descargas policiales.
Esta es la cara B de esta España, la de "Hacienda somos todos" aunque siempre pagamos los mismos, la de la burbuja desahuciada, la corrupción ensobrada, los derechos sociales privatizados y la pelota en la cabeza. Es la cara B que se nos está quedando, por imbéciles.