«La cara oculta de México», de J. J. Benítez

Por Guillermo Guillermo Lorén González @GuillermoLorn

«Un hallazgo que debería cambiar la historia»

«En 1989 contemplé por primera vez las figurillas de barro de Acámbaro, en México. Acompañaba al añorado doctor Fernando Jiménez del Oso. Fue una experiencia extraña. En un sótano descubrimos miles de figurillas de barro cocido, envueltas en papeles de periódicos y prácticamente olvidadas. Calculamos más de treinta mil.
Fernando y este pecador procedimos a desenvolver algunas de aquellas estatuillas y quedamos desconcertados. La mayoría representaba toda clase de dinosaurios: estegosaurios, tiranosaurios, triceratops, diplodocus, etc. Otras figuras eran criaturas imposibles.
Según nuestras informaciones, la casi totalidad de las imágenes fue reunida por un súbdito alemán emigrado a la ciudad de Acámbaro, en el estado de Guanajuato. En julio de 1945, Waldemar Julsrud paseaba a caballo por una colina próxima a la referida población. Fue entonces cuando distinguió varias figurillas de cerámica, desenterradas —posiblemente— por las lluvia.»

Con este párrafo comienza el nuevo libro de J. J. Benítez La cara oculta de México publicado por ediciones Luciérnaga y el 15 de noviembre fue presentado en la sede de la Fundación Casa de México en España y en la presentación estuvo acompañado por Lydia Díaz directora editorial de Luciérnaga.

Pero, ¿cuándo y cómo comienza esta historia?
En julio de 1945, Waldemar Julsrud paseaba a caballo por una colina próxima a la referida población. Fue
entonces cuando distinguió varias figurillas de cerámica, desenterradas —posiblemente— por las lluvias.
Waldemar, interesado por las antigüedades, solicitó a uno de los campesinos del lugar —Odilón Tinajero— que removiera la colina, «por si pudiera hallar otras piezas». Tinajero obedeció y encontró miles de estatuillas de barro.
Entre 1945 y 1952 fueron desenterradas del orden de treinta mil. Además de los citados dinosaurios aparecieron puntas de flechas, de obsidiana, dientes de caballo, máscaras, pipas y serpientes de barro y figuras humanas (también en cerámica) que oscilaban entre 60 centímetros y 1,20 metros de altura.
¿Cómo podía ser? Tanto los dientes de caballo como otras imágenes de mamíferos (rinocerontes y tapires) se dieron en América en el Pleistoceno (primer periodo de la era Cuaternaria hace más de un millón de años). Naturalmente, los arqueólogos rechazaron el hallazgo, estimando que estaban ante un gigantesco fraude. Y Waldemar se preguntó, con razón: «Si los primeros pobladores llegaron a América hace treinta mil años, ¿cómo es que sabían de animales que desaparecieron hace un millón de años?».
En 1968 se llevó a cabo la primera datación de las figurillas de barro cocido de Acámbaro. La efectuó la sociedad lsótopes Inc., de Westwood, en Nueva Jersey (Estados Unidos). Antigüedad: 3.590 años. En otras palabras: las figurillas pudieron ser fabricadas hacia el año 1600 a. C. Pero los arqueólogos siguieron negando…»

Blanca con una de las estatuas encontradas.

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Blanca con una de las estatuas encontradas.

Sigo dejando hablar a J. J. Benítez:
«Treinta años después regresamos a Acámbaro. Corría el mes de junio de 2019. Tras la muerte de Waldemar, el Ayuntamiento de la ciudad consiguió abrir un museo con las piezas que había reunido el alemán. Blanca y yo quedamos gratamente sorprendidos. No eran treinta mil las figurillas de barro cocido. Según el museo, el «tesoro » de Waldemar Julsrud suma unas treinta y siete mil. Recorrimos las  salas con detenimiento, examinando las cuarenta y tres urnas de cristal. Abandonamos el museo con una sensación agridulce. Para nuestra sorpresa, además de infinidad de dinosaurios desconocidos, contemplamos criaturas con rasgos egipcios, celtas, hindúes y cretenses. En el museo nos informaron sobre algo que estimé importante: en 1954, el Gobierno de México envió a la ciudad de Acámbaro un equipo de arqueólogos con la finalidad de examinar las figurillas. Excavaron los cerros próximos y descubrieron decenas de figuras de arcilla, similares a las de la colección Julsrud. El informe, sin embargo, fue negativo. Los arqueólogos no aceptaron que el hombre hubiera convivido con los dinosaurios…

¿Y que conclusiones sacamos de este libro?
• Entre el cerro El Toro, Ojuelos (Jalisco), San Luis Potosí, Acámbaro, Puebla y el estado de Michoacán suman del orden de 60.000 piezas de barro cocido y piedras (lajas) con grabados imposibles.
• La antigüedad máxima de algunas de esas piezas es de 8.000 años. Otras dataciones apuntan a que la arcilla y el pegamento utilizado oscilan entre 3.800 años de antigüedad y el siglo XVI.
• Los altorrelieves y grabados de estas piezas presentan una escritura desconocida, con cierta semejanza con el bereber antiguo.
• Resulta obvio que la mayor parte de los altorrelieves fue grabada por: «ellos» (mis «primos»: seres no
humanos). No se han detectado señales de herramientas a la hora de grabar.
«Ellos» han visitado México en múltiples ocasiones, y a lo largo de su historia, proporcionando a los nativos enseñanzas sobre agricultura, metalurgia, construcción de pirámides, domesticación de animales e, incluso, cómo llevar a cabo sacrificios humanos.
• Datación de la muestra obtenida de «La pareja»: 1.800 años de antigüedad (siglo III)
«Ellos» anunciaron la llegada de los españoles.
«Ellos» se mezclaron con las nativas y, probablemente, mejoraron las razas humanas. «Ellos» guiaron a los aztecas en 1111, durante casi dos siglos, desde el actual territorio norteamericano al centro de México.
«Ellos» descendieron en el siglo XX en el Valle de Santiago (Guanajuato) y entregaron a los humanos una fórmula para cultivar vegetales gigantes.

Lee y disfruta de un fragmento del libro.

El autor:
Juan José Benítez López, más conocido como J. J. Benítez nació en Pamplona, España, el 7 de septiembre de 1946. A su refugio lo llama Ab-bá, que es una palabra aramea. Vivió en dos cuarteles de la Guardia Civil (dieciocho años). Cursó estudios en los Hermanos Maristas (once años). En 1965 se licenció en Periodismo por la Universidad de Navarra (España) (ahora es apóstata). Fue redactor de La Verdad de Murcia (1966-1968). Se especializó en diseño (allí dio su primer beso). Hizo el servicio militar en el CIR número 10, en Zaragoza. En 1968 empezó a trabajar como redactor en El Heraldo de Aragón (allí se casó). En 1972 se trasladó a Bilbao, contratado por La Gaceta del Norte (ese mismo año descubrió el fenómeno OVNI y se especializó en grandes enigmas). En 1975 publicó su primer libro: “Existió otra humanidad“. Hasta el momento ha escrito más de 65 libros (cinco inéditos). En 1979 abandonó el periodismo activo y se dedicó a la investigación (con la oposición de todos). Actualmente vive junto a la mar, su segundo amor. Se casó por segunda vez. Tiene diez nietos. Celebra la Navidad el 21 de agosto. Tema favorito: Jesús de Nazaret. Admira a Julio Verne y a José Benítez, su padre. Hasta el día de hoy ha dado más de cien veces la vuelta al mundo (demasiadas). Ama la música, la lectura y el cine. Se dedica, fundamentalmente, a pensar. En los ratos libres escribe.

J. J. Benítez ha cumplido 77 años. Cuando lo tenía todo perdido, apareció Inma. Ahora, el escritor navarro navega de nuevo en la luz. Y sigue viajando, investigando y escribiendo.

El libro:
La cara oculta de México. Un hallazgo que debería cambiar la historia ha sido publicado por Ediciones Luciérnaga en su Colección Práctica. Encuadernado en tapa dura con sobrecubierta, tiene 256 páginas. El libro cuenta con cientos de ilustraciones.

Como complemento pongo el vídeo de la presentación de La cara oculta de México de J. J. Benítez en la Fundación Casa de México en España.