La cara oscura de simón bolívar que se oculta en latinoamerica

Publicado el 18 octubre 2021 por Franky
Desmontar la Leyenda Negra antiespañola es fácil porque basta mostrar la verdad y desenterrar secretos y grandes verdades que los enemigos de España y los latinoamericanos han ocultado, muchas veces por vergüenza o por envidia. Una de las verdades más siniestras y vergonzantes es la condición cruel y asesina de aquel Simón Bolívar que capitaneo la independencia de la España americana por odio a la madre patria y para disfrutar del dinero inglés. Detrás de la Leyenda Negra está la bajeza de sus creadores y promotores, la vergüenza por sus actos y la envidia a España, un país que cometió errores, pero fueron escasos comparados con sus aciertos y con los inmensos crímenes y suciedades de otras potencias, sobre todo de Inglaterra, un país que siempre tuvo el alma infectada de piratería vikinga. Las plazas, avenidas y parques de España están llenos de estatuas de Simón Bolivar, asesino de españoles con sadismo y crueldad innecesarias, que nadie derriba, mientras que en la frustrada América Latina derriban estatuas de los Reyes Católicos, Cristobal Colón y otros personajes relacionados con el descubrimiento e incorporación a España del continente americano. Lean la historia del terror bolivariano y deduzcan si España debe seguir manteniendo en pie las estatuas de un asesino genocida e inhumano. —- La historiografía patriótica ha ocultado la cara oscura del ‘Libertador’ en las aulas de los colegios, donde se le venera como salvador y prócer de una independencia gloriosa, cuando los documentos históricos demuestran que el ‘Pacificador’ fue un ser cruel y despiadado.

Una cosa es matar al enemigo en combate y otra, muy distinta, ejecutar a más de millar de civiles enfermos a machetazos tras mantenerlos cautivos durante un año. O a cientos de soldados rendidos.

A principios de 1814, tropas del bando de los llamados libertadores se afanaron en ejecutar a españoles cautivos en las mazmorras de Caracas.

Dado que la pólvora era escasa y cara, también se emplearon sables y picas para asesinarlos, sin importar que estuvieran heridos e inmóviles.

Este tipo de matanza desplegada en las Guerras de Emancipación no fue un hecho aislado, sino parte de una estrategia establecida para la eliminación total de «la malvada raza de los españoles», como denuncia el catedrático y escritor Pablo Victoria en su libro «El terror bolivariano»

El hombre que ideó aquel plan se llamaba Simón José Antonio de la Santísima Trinidad Bolívar.

Un descendiente de españoles que admiraba a Napoleón y que, hasta el estallido de la guerra, no había dado señales de albergar tanto odio contra la madre patria.

Hoy se puede contemplar su estatua en plazas de muchas ciudades españolas, entre ellas en el Parque del Oeste de Madrid.

Irónicamente en Hispanoamérica se tiran las estatuas de quienes les sacaron de la barbarie en la que estaban sumidos.

Y en España alabamos a quien nos despreció y realizó un genocidio contra la raza española.

Es como si el pueblo judío levantara estatuas en honor a quien pretendió su exterminio como raza.

«Que los españoles dediquen estatuas a un genocida de su pueblo, artífice de un antecedente claro del holocausto judío, me deja verdaderamente sorprendido. Creo que España es el único país en el mundo que puede homenajear así a sus enemigos».

«Es un personaje histórico que no ha tenido biógrafos sino aduladores que le representan como alguien magnánimo, despegado de pasiones, inteligente y culto.

Ciertamente era ilustrado, y por eso hay que señalarle y juzgarle con más rigor por ser capaz, aun así, de cometer tantos asesinatos y de una crueldad tremenda» . Y sin ningún tipo de escrúpulos cuando traiciono y apresó a su superior de la revolución y mentor que le introdujo en la masonería, Francisco de Miranda, que mientras estuvo al mando supremo de la insurgencia rehusó usar la guerra a muerte.

Sin embargo miren quien lo firma.

El Decreto de Guerra a Muerte fue hecho por Simón Bolívar el 15 de junio de 1813 en la ciudad de Trujillo en Venezuela.

La declaración viene precedidas meses antes por el Plan de Antonio Nicolás Briceño. La Declaración duró hasta el 26 de noviembre de 1820, cuando el general español Pablo Morillo se reunió con el venezolano Bolívar para concluir un Tratado de Armisticio y Regularización de la Guerra.

Decreto de Guerra a Muerte: Españoles y canarios contad con la muerte aunque seáis indiferentes, si no obráis por la liberación de América, Venezolanos contad con la vida aunque seáis culpables. Simón Bolívar el 15 de junio de 1813 en la ciudad de Trujillo

El documento pretendía cambiar la opinión pública sobre la guerra civil venezolana, para que en vez de ser vista como una rebelión en una de las colonias de España, fuera vista como una guerra entre naciones distintas.

Proclamaba que todos los españoles y canarios que no participasen activamente en favor de la independencia se les daría muerte, y que todos los americanos serían perdonados, incluso si cooperaban con las autoridades españolas.

Bolívar confiesa al Congreso de la Nueva Granada el 14 de agosto de 1813 que “después de la batalla campal del Tinaquillo, marché sin detenerme por las ciudades y pueblos del Tocuyito, Valencia, Guayos, Cuácara, San Joaquín, Maracay, Turmero, San Mateo y La Victoria, donde todos los europeos y canarios casi sin excepción, han sido pasados por las armas”.

En septiembre de este mismo año, frente al reclutamiento forzoso, ordenó a José Félix Ribas “pasar por las armas a tres o cuatro que lo rehúsen”, porque esto “enseñará a los demás a obedecer”.

El 21 de septiembre de 1813 hizo fusilar a 69 españoles sin fórmula de juicio.

El 4 de diciembre de 1813 Bolívar derrotaba al ejército realista en Acarigua. "Muchos se subieron a los árboles para escapar de la bayoneta, pero fueron bajados a balazos sin pedirles rendición".

A los que huyeron, el ‘Libertador’ les dio alcance en el poblado de la Virgen. Exhaustos por la marcha, se rindieron sin disparar un tiro. Bolívar ordenó que fuesen ejecutados esa misma noche.

Nos cuenta el testigo, coronel José de Austria, que “fueron allí mismo ejecutados un considerable número de prisioneros”, que se calculan en 600, según diversos testimonios.

Cuando Bolívar, impotente, a principios de febrero de 1814, tuvo que levantar el sitio a Puerto Cabello -defendido por José Tomás Boves y de la Iglesia, comandante del Ejército Real de Barlovento-, pidió refuerzos a Urdaneta, éste le informó de la imposibilidad de enviárselos.

Lo mismo le contestaba Leandro Palacios desde La Guaira, argumentando que su guarnición escaseaba y el número de prisioneros españoles a su cargo era grande.

No lo dudó el Libertador, un día como hoy 8 de febrero de 1814, dio orden por escrito de asesinar a los prisioneros de Caracas y La Guaira para así liberar a sus carceleros que engrosarían los refuerzos que requería.

Al enterarse el arzobispo de Caracas, monseñor Coll y Prat, de las intenciones macabras de Bolívar, le escribió suplicándole por las vidas de aquellos desdichados.

A lo que Bolívar contestó, con absoluta impiedad, lo siguiente:

"Acabo de leer la reservada de v. s. Illma. en que interpone su mediación muy poderosa para mí, por los españoles que he dispuesto se pasen por las armas. Mas vea v. Illma la dura necesidad en que nos ponen nuestros crueles enemigos ¿Qué utilidad hemos sacado hasta ahora de conservar a sus prisioneros y aun de dar la libertad a una gran parte de ellos?. No solo por vengar mi patria, sino por contener el torrente de sus destructores estoy obligado a la severa medida que v. Illma ha sabido. Uno menos que exista de tales monstruos, es uno menos que ha inmolado o inmolaría a centenares de víctimas. El enemigo viéndonos inexorables a lo menos sabrá que pagará irremisiblemente sus atrocidades y no tendrá la impunidad que lo aliente.
Su apasionado servidor y amigo, Q. B. I. M. de v. Illma. Simón Bolívar".

He aquí la muestra del más despreciable Simón Bolívar.

El 8 de febrero de 1814, el coronel Leandro Palacios, comandante militar de La Guaira, solicitó instrucciones al Libertador, Simón Bolívar sobre cómo proceder ante el temor que José Tomás Boves había impuesto en Caracas y sus regiones vecinas. Boves realista avanzaba sobre el territorio en poder de los patriotas.

La respuesta de Bolívar fue: “Señor Comandante de La Guaira:

Por el oficio de Ud que acabo de recibir, me impongo de las críticas circunstancias en que se encuentra esa plaza, con poca guarnición y un crecido número de presos. En consecuencia ordeno a Ud que inmediatamente se pasen por las armas los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna.
Cuartel General Libertador, en Valencia, 8 de febrero de 1814, a las ocho de la noche. Simón Bolívar”.

De esa manera, Bolívar lanzó el "decreto de guerra a muerte" ante la acometida del enemigo, consiguiendo levantar la moral de los patriotas y sosteniendo la lucha por la libertad en la región central.

Teniendo unos 1.200 civiles comerciantes secuestrados en las mazmorras de Caracas, Valencia y La Guaira, el 8 de febrero de 1814, Bolívar dio orden de asesinarlos.

Su único delito era ser españoles.

Permanecían encadenados de dos en dos (¿nos recuerda algo esto?).

Escribió a Arismendi: “en consecuencia, ordeno a usted que inmediatamente se pasen por las armas todos los españoles presos en esas bóvedas y en el hospital, sin excepción alguna”.

Los heridos llevados a arrastras.

Los ancianos que apenas podían andar atados a sillas. Las madres, esposas e hijos que acudieron a las prisiones, desesperadas ante aquella barbarie que se iba a perpetrar a sangre fría, fueron apartadas a violentos golpes y empujones e incluso arrastradas al paredón con sus hombres.

"Irónicamente muchos prisioneros reclamaron su libertad pagada ya con anterioridad con sus bienes a las autoridades rebeldes....Que de nada les valió..."

El Arzobispo de Caracas, Croll y Prat, le escribió suplicándole no llevar a cabo este espantoso crimen de lesa humanidad, pero Bolívar no accedió.

El gobernador interino Juan Bautista Arismendi de Caracas ordenó que escaseando la pólvora, se emplearan sables y picas y machetes para asesinarlos, sin importar que estuviesen heridos, que no hubiesen participado en pugnas partidistas o que fuesen ancianos, los que quedaban vivos de los sablazos se les aplastaba la cabeza con una piedra gigantesca.

Algunos sabiéndose muertos sin remisión trataron de defenderse yendo contra sus verdugos quienes se ensañaban con estocadas y mandobles salvajes en los brazos y las piernas, vientres y cabezas. A muchos quemaron vivos.

"Una enorme pira se hizo con los Cuerpos desmembrados, donde ardieron estando vivos aun muchos de ellos.."

La masacre continuo los días 12,13 y 14..

Arismendi envía varios partes al ‘Libertador’; el último dice: “Hoy se han decapitado los españoles y canarios que estaban enfermos en el hospital, último resto de los comprendidos en la orden de Su Excelencia”.

Juan Vicente González nos lo refiere: “Sobre aquel anfiteatro corrían locas de placer, vestidas de blanco, engalanadas con cintas azules y amarillas, ninfas del suplicio, que sobre la sangre y los sucios despojos bailaban el inmundo Palito”.

Los 382 asesinatos de Valencia fueron atendidos personalmente por el ‘Libertador’ los días 14, 15 y 16 de febrero de 1814.

Por eso Castillo y Rada se referían a Bolívar y a los suyos como los “antropófagos de Venezuela”. Con ellos aprendieron los neogranadinos la violencia y el asesinato.

El 2 de mayo de 1816, cerca de la isla Margarita, tomó por abordaje un barco español.

Bolívar se divertía, riéndose, en un bote de a bordo mientras disparaba a los náufragos que, desnudos y en jirones, intentaban salvarse a nado.

Ducoudray Holstein presenció su risa y diversión: “Yo estaba presente; yo le vi, él me habló y yo mandé, en su lugar nuestro cuerpo de oficiales y voluntarios que pueden ser testigos de la verdad de mi aserto”.

Testimonios de su patológica crueldad existen en abundancia; Hippesley escribe que “Bolívar aprueba completamente la matanza de prisioneros después de la batalla y durante la retirada; y ha consentido en ser testigo personal de estas escenas infames de carnicería”.

Los crímenes cometidos por el ‘Libertador’ se divulgaron de tal manera por la Nueva Granada que su solo nombre infundía pánico.

Al avanzar contra el gobierno de Santa Fe, escribió: “Santafé va a presentar un espectáculo espantoso de desolación y muerte...

Llevaré dos mil teas encendidas para reducir a pavesas una ciudad que quiere ser el sepulcro de sus libertadores”. 😱

El oidor Jurado le contestó: “ ...si usted quiere la amistad de los hombres de bien, y de los pueblos libres, es necesario que mude de rumbo, y emplee en sus intimaciones un lenguaje digno de usted y de nosotros”.

José Manuel Restrepo, cronista de la época, nos dice que “los excesos y crueldades cometidos, sobre todo contra las mujeres, fueron horrendos y las tropas de Bolívar se cargaron de oro, plata y joyas de toda especie”.

Otros crímenes siguieron a partir de 1816. Bolívar dijo a Santander el 7 de enero de 1824:

“...me suelen dar de cuando en cuando unos ataques de demencia aun cuando estoy bueno, que pierdo enteramente la razón sin sufrir el más pequeño ataque de enfermedad y de dolor”.

Conclusión:

El mundo anglosajón ha producido una ideologización del héroe.

Un héroe que le gustaba matar.

Los británicos siempre ambicionaron tener un pie en el continente y, además, quisieron vengarse de España por colaborar en la independencia de EE.UU. Bolivar sirvió a sus propósitos». Y la masonería fue la mano el instrumento a través del cual pudieron hacerlo.

De aquellos polvos estos lodos.

Como recuerda en su libro Pablo Victoria, los viajeros europeos y estadounidenses que recorrieron la América española antes de la rebelión elogiaron las ciudades de Lima y México como las de mayor esplendor del mundo por su nivel de desarrollo.

Todo aquello se vino abajo con las nuevas repúblicas o -como lamentó el propio Bolívar- «tres siglos de progreso han desaparecido».

«Lo que hoy sucede en Venezuela, sus expropiaciones, sus caciques y su miseria, tiene su antecedente en esa catástrofe que originó Bolívar.

A la vista de la ruina, en sus últimos días el libertador se arrepintió de sus hechos y reconoció que “era mejor con los españoles”»

Y esto tampoco se atreven a enseñar en los colegios.

Y esto señores....Es Historia.

Autor:

Mon Luca Aidan Badir.