He reflexionado mucho sobre si debía escribir esta entrada, pues no es mi intención dar una imagen equivocada de mi situación literaria o mi estado de ánimo (que, para que quede claro, se mantiene por las nubes). Sin embargo, creo que puede ayudar a aquellos autores que, como yo, están empezando en este mundo.
Este pequeño pedazo de mi historia empezó hace dos años, cuando un agente literario (de aquí en adelante le llamaremos Smokeseller), se acercó a mí mientras firmaba libros en la feria de mi pueblo natal, ojeó mi novela, y me facilitó su tarjeta de visita. Yo, entusiasmado como estaba en ese momento al conocer a todo un hombre de dentro del mundillo, le expliqué que me encontraba escribiendo mi segunda novela (la ya terminada El secreto de Oli), a lo que él me respondió con una petición de su sinopsis. El resultado de todo ésto fue que algunos meses después firmé un contrato que decía que, a cambio de una cantidad de dinero, él se comprometía a representar, corregir y editar mis cinco próximas novelas, incluyendo El secreto de Oli. También me aseguró la firma con alguna editorial española. “Tengo contactos en decenas de ellas, así que, como mínimo, una pequeña te va a editar”, me dijo Smokeseller justo antes de firmar y muy seguro de sí mismo.
Bien, pues éste que listo a continuación es el resumen de su trabajo durante casi dos años de relación:
A pesar de que una de sus funciones como agente era la de corregir la novela, encontré varios errores, tanto gramaticales como de guion, en la primera versión “corregida” que me devolvió.
No recibí ni una llamada, SMS o email suyo en los últimos meses. Llevo casi un año escribiendo lo que será mi tercera novela y no se ha preocupado por conocer siquiera el argumento (considero este punto el más grave de todos, pues es la labor principal de un agente literario).
En los últimos meses, como sabéis, he autopublicado por mi cuenta la novela por la que “se interesó”. Un diseñador gráfico diseñó una portada magnífica. La novela fue revisada y corregida con posterioridad. Los ejemplares en papel fueron impresos por una importante imprenta profesional, y he protagonizado varias firmas y presentaciones de la novela. También he sido entrevistado en la radio. Todo ello lo he conseguido gracias a muchas personas, y de todas ellas, Smokeseller fue la única que cobró alguna remuneración.
Así que, como podréis imaginar, rompí el contrato que me unía a él. Smokeseller resultó ser un ilusionista de la palabra (como otro representado suyo le bautizó hace poco) que se aprovechó de la ilusión de algunos autores noveles ansiosos por ser leídos. Como nota graciosa, cuando le propuse romper el contrato, no le importó en absoluto. Al contrario, me confesó que hacía meses que ya no ejercía (¡y yo sin saber nada!).
En fin amigos, siento la historieta, pero creo que debía ser contada. Como siempre digo, este estupendo mundillo en el que me metí hace cuatro años tiene de todo, y considero que todas las experiencias, tanto buenas como malas, son enriquecedoras. Pero recordad, jóvenes e ilusionados escritores: ¡no os vayáis con cualquier Smokeseller de turno!