La cara y la cruz de la misma moneda. La moneda es la Memoria Histórica. La argentina y la española. Dos tristes realidades históricas donde dictaduras militares criminales asesinaron impunemente a miles de ciudadanos.
La diferencia estriba en la manera en que el poder democrático, legalmente constituido, se ha acercado a esta cuestión. Mientras que Argentina ha preferido enfrentarse de cara y buscar las raíces de las miserias y asesinatos producidos, en España se ha solapado, pasado por alto, minusvalorado e intentado olvidar la hecatombe cuando la tragedia no tiene parangón.
Todos los gobierno democráticos en este país, desde Adolfo Suarez hasta Zapatero se han paseado por encima de las cunetas sembradas de huesos sin reconocer, sin haber atajado el problema de frente.
El único intento protagonizado por el gobierno socialista, la ley de la Memoria Histórica ha sido un fracaso, se ha quedado en casi nada y ha provocado a las fuerzas reaccionarios como el PP, la Iglesia o la Justicia como si fuera una ley profunda. Cuando lo que ha tratado, sin éxito, ha sido de acallar a quienes venían solicitando una verdadera ley sin conseguirlo.
Hoy, Videla ha sido condenado a cadena perpetua por crímenes contra la humanidad, después de 25 años. Un proceso largo, demasiado largo, pero que tiene un significado positivo de gran magnitud. Es la devolución de la dignidad, ya que no puede ser de la vida, a las víctimas de esa tremenda carnicería argentina.
Una cara, la de la justicia argentina, capaz de agarrar al toro por los cuernos y de ajusticiar a los responsables de ese genocidio. Y una cruz, donde echan a quien pretende hacer justicia y devolver la dignidad a las víctimas, y mantiene a colaboradores, cuando no responsables directos, del holocausto franquista en lugares prominentes, como por ejemplo en el Senado.
Un ejemplo: Argentina. Una vergüenza: España.
Salud y República