Mi muy estimado amigo: Me recuerda el deber en que estoy de contestarle una carta que he recibido de su hijo D. Clemente, para cuyos Cuentos malévolos, que están en prensa, he escrito una carta-prólogo. Por cierto la carta de su señor hijo me ganó la voluntad por el garbo y simpático desenfado con que estaba escrita.
He recibido los libros que me mandó, así como también la Flor de Academias, libro interesantísimo para conocer la sociedad peruana de los siglos XVII y XVIII y de más valor histórico que literario. El Diente del Parnaso está a la altura de lo que en su género se hacía en España, pero es un género que me gusta muy poco, ni aun siquiera manejado por Quevedo.
Sus Recuerdos de España es obra de gran frescura y de un muy sano sentido. Pero lo que no se figurará usted es que fue ocasión de que mi mujer se alarmara cierta noche. Se lo contaré.
Soy hombre de cara dura, quiero decir, de fisonomía poco movible, y así siendo alegre de espíritu, rarísima vez me río por mucha gracia que una cosa me haga. Acababa un día de acostarme cuando a poco entra mi mujer en el cuarto alarmada al oírme reír de tal modo, en carcajada contenida -por no despertar a los niños- que creyó que me había dado algún accidente, y ello era que acababa de leer el chistosísimo cuento del inglés que visitó el colegio de los jesuitas y le contestó el rector aquello de - "a este prójimo lo destinamos a mártir del Japón"
, que cuenta usted en la tan bien pegada paliza que le propinó usted al P. Cappa. Aquello no solo tiene una gracia extraordinaria, sino que me cogió en las mejores disposiciones para que la entendiera.
Lo que me dice de la testarudez académica es el evangelio puro. Mas aquí cada vez nos hacemos menos caso de la tal Academia y el lenguaje se ensancha y flexibiliza sin contar con ella. Su papel debe aceptar lo que aceptó el pueblo. Pero, por desgracia, lejos de ser una corporación conservadora lo es reaccionaria. Santo y bueno que no se precipite a admitir cualquier novedad, pero es torpeza, no poner el sello a lo que sin él corre. No quieren comprender que oro de ley sin acuñar vale más que oro malo acuñado. No -115→ entienden el liberalismo lingüístico a derechas, sino que plantan aduanas y derechos arancelarios y no quieren poner el marchamo a esto o aquello.
En España no hay un , inventario de la lengua española, en que consta cuanto se usa. De esta provincia tengo recogidas cerca de 4000 voces que no figuran en el Diccionario. Muchas de ellas las uso de continuo. Al presente leo libros escritos en santificare, averiguare, atestiguare, apaciguare etc. sino por la libertad con que sujetándose a la analogía y a los principios que rigen la fábrica del castellano forman nuevos y muy ajustados derivados. ladino que es el castellano que hablan los judíos-españoles unos 500000- esparcidos por oriente (Rumania, Bulgaria, Servia, Austria, Turquía, Grecia, etc.) y lo escriben con caracteres rabínicos ¡Qué riqueza de idioma! Y no es sólo porque conserven voces aquí perdidas (acabo de leer esta, preciosa, afrochiguar (?), por fructificar como zantiguar, averiguar atestiguar, apaciguar, etc. de
Del artículo "Gazapos oficiales" que figura en su libro Cachivaches ¿qué he de decirle, sino que todo aquello me parece de perlas? Generalizando la cuestión cabe decir que en pocos idiomas son más muertas y más absurdas las fórmulas cancillerescas y burocráticas que en castellano lo son. Y es que las más de esas fórmulas carecen de contenido real y sólo sirven a nuestra pereza mental para rellenar huecos sin decir nada. Sucede con esto algo parecido a lo que sucede con la fea costumbre de soltar reniegos, ajos y puerros que no es más que una forma de tartamudez mental. Las tales palabrotas, ripio y cascote de la conversación, sirven de relleno mientras va pensando que ha de decir el torpe en quien el pensamiento marcha muy a rezago de la palabra.
Y así en el castellano hay una enormidad de materia muerta, de detritus y escurrijas, hasta de excreta lingüística, y a la vez mucho tejido conjuntivo y hasta adiposo, y poco sustancial. Tal nos le van haciendo y esos elementos de desasimilación, esas voces y flores muertas, estorban el desarrollo de los elementos embrionarios y en formación, de las voces y giros que se están naciendo. Es un reuma senil. En vez de hacer lo que hacían los clásicos que era de servirse del idioma como de cuerpo vivo y moldearlo, lo tomamos cual coyunt mortum y aquí se cree ser clásico remedando su lenguaje y no su manera de hacerlo. Vea aquí por qué sostengo, y lo sostendré en público, que soy yo escritor más clásico que cuantos contrahacen el habla cervantina o calderoniana o quevedesca. No voy a ellos a tomarles oro sino a aprender de que mina y como lo extrajeron y como lo acuñaron luego. Y uso mi cuño y no el de ellos.
(Se continuará).
Sabe que es muy de veras su amigo.
Miguel de Unamuno
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