La Carta

Por Juancarlos53

Hacía muchos años que Mauricio trabajaba para la empresa, tantos que la misma era para él como parte de la familia. Si alguien criticaba algo que dependiese de ella, él montaba en cólera y no vacilaba en armar bronca hasta que el nombre de la distribuidora y productora de energía quedaba impoluto.

—Son lobos disfrazados de corderos —le espetó ante sus propias narices Amalia con un tonito agresivo que si por ella hubiera sido habría quedado marcado en el rostro de Mauricio en forma de tremendo tortazo—. Parece mentira que condenen a la pobreza energética a miles y miles de familias mientras que la cuenta de resultados de sus Compañías aumenta todos los años.

Mauricio, que amaba a la empresa por encima de todas las cosas, sufría escuchando estas explosiones liberadoras de su amiga Amalia quien, paradójicamente, el puesto de importancia que ocupaba en el Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico lo había conseguido a propuesta precisamente de Eléctrica del Oeste, la más importante compañía del sector, que puso su nombre de experta en estas cuestiones sobre la mesa del Ministerio.  Todo lo que sabía, ¡y era mucho!, lo había aprendido  Amalia en la Universidad a la que había accedido gracias a las ayudas al estudio que Eléctrica del Oeste ofrecía a las familias de sus trabajadores que así lo deseasen.

Mauricio no encontraba palabras adecuadas que sirviesen para enfriar los ánimos de su amiga: «Bueno, bueno, chica, tampoco es para ponerse así. No todo es blanco o negro. Sí, es verdad que los sueldazos que se ponen los ejecutivos y directivos de Eléctrica son fastuosos y que los blindajes económicos son de tal calibre que de ejecutarse pueden llevarla a la bancarrota, pero de ahí a estigmatizar todas sus actuaciones, me parece que…»

—Ni estigmatizar, ni nada, Mauricio. —replicó Amalia sin abandonar el enconado tono censor de quien está o cree estar en la absoluta certeza— La verdad es la verdad, chico. Fíjate en nosotros, ¿qué tenemos o qué hemos conseguido con el enorme esfuerzo de nuestro trabajo? No, no me  mires así. Te lo diré yo: Ná, absolutamente NÁ-DA; unas pesetillas, bueno, unos eurillos. Y ellos, que no son más que tú ni que yo, se llevan todos los años cientos de miles de euros para la saca. Que no hay derecho, coño.

—No, no, si ya, claro, tal como lo dices… Pero…

—No hay peros que valgan, Mauricio. La verdad es la verdad la diga Agamenón o su porquero.

—¡Eh, eh, Amalia, que yo no te he insultado!

—Que no, tonto, que es una manera de hablar. Y te diré una cosa en este punto: en verdad no sé quién era ese tal Agamenón y menos su porquero. Y lo que es peor, ahora mismo no sabría decirte si el bueno era el porquero o lo era Agamenón. Ja, ja

Durante toda la Secundaria y la Universidad Amalia había disfrutado de la Beca de Estudios que Eléctrica renovaba a sus becados con un mínimo de aprovechamiento escolar, o sea, simplemente pasando de curso sin materias pendientes. Los padres de Amalia siempre reconocieron el enorme favor que la empresa les había hecho al asumir ella todos los gastos derivados del estudio, incluidos,  junto a la matrícula y el alojamiento en la ciudad universitaria, el material en forma de libros y aquellos  viajes o desplazamientos precisos para profundizar en las materias. Así fue como Amalia y varios de sus vecinos de casa-chalé en el poblado del salto hidroeléctrico donde vivían habían podido realizar estudios superiores.

—Bueno, Amalia —terció Mauricio queriendo salir del monotema eléctrico que desde hacía semanas e incluso meses abría informativos y llenaba las primeras páginas de los medios de comunicación— otra cosa: ¿Siguen tus padres viviendo en el Salto? Hace mucho que no los veo y he perdido su pista.

—Sí, Mauricio, allí están. Para ellos, tras tantos años en esa casa, eso es su vida. Yo quisiera que viniesen a vivir conmigo pues ya son mayores, pero la verdad es que…, bueno, no les sería fácil hacerse a la vorágine de la capital. Además allí la vida les es más barata. Fíjate que siguen teniendo la luz gratis, con lo que ahora cuesta todo, con el precio que la energía tiene en la ciudad en estos momentos. Yo, aunque les digo que estarían mejor conmigo, la verdad es que lo digo un poco con la boca chica. Ja, ja…

—Cómo te entiendo, Amalia. Es evidente que sin Eléctrica tu vida y la de tu familia habría sido muy otra. E igual me habría ocurrido a mí si mi padre hubiera trabajado en alguna compañía del sector. Pero no fue así, mis padres eran campesinos y a duras penas lograron sacar adelante a sus hijos. Yo, la verdad es que les estoy muy agradecido por el esfuerzo realizado  y todavía más cuando consiguieron, aunque fuese de chamba, que precisamente Eléctrica del Oeste les hiciese proveedores de la Hospedería del Salto donde, me dices, siguen viviendo tus padres. Allí voy yo todos los días llevando una furgoneta con viandas y bebidas. Alguien tiene que dar algo de alegría a quienes trabajan en la producción de la luz, ¿no te parece?

—¡Anda,  entonces tú, Mauricio, no estás en nómina de Eléctrica!

—Para nada. Yo trabajo para Eléctrica, no en Eléctrica. Aunque en mi opinión el dinero que gano procede de ellos; pero no, no estoy en nómina.

—Entonces, ¿por qué defiendes tanto su gestión y no te gusta que se les critique ahora que los precios de la luz están por las nubes?

—Podría hacerte a ti, volviéndola por pasiva, la misma pregunta. Dímelo tú, querida Amalia.

Semanas más tarde el departamento ministerial que dirigía Amalia dictó una serie de normas que buscaban la rebaja de precios y la mejora de condiciones de vida de los usuarios. Parecía que las vías de comunicación entre Ministerio, Empresas energéticas y Consumidores afortunadamente se habían por fin abierto. Numerosas cartas salieron de los distintos organismos gubernamentales y de las diferentes compañías eléctricas poniendo en conocimiento de sus gobernados, clientes y proveedores nuevas disposiciones que perseguían la minoración de precios. Nada ya iba a seguir siendo como hasta ahora, decían unos y otros con alivio.

En la carta que recibió Mauricio escuetamente se le comunicaba que a partir de ese momento se prescindía de sus servicios.