La casa blindada

Publicado el 25 octubre 2024 por Manuelsegura @manuelsegura

En 2020, el historietista y guionista valenciano Paco Roca obtuvo el equivalente al Oscar de los cómics por su obra ‘La casa’. Ha sido traducida a una docena de idiomas y ha vendido casi 50.000 ejemplares solo en nuestro país. El cineasta Álex Montoya la ha llevado ahora a la pantalla. Roca confiesa que se inspiró en su familia para crearla. Y en una casa que dice llegó a odiar. Una historia que parece intrascendente pero que atrapa por su cercanía. Es una hermosa metáfora, un sentido canto a la reconciliación. Tres hermanos se juntan un fin de semana para decidir qué hacer con la vivienda que levantaron sus ancestros como lugar de descanso y veraneo. Allí transcurrió su infancia y adolescencia, rodeados de naturaleza y aparente felicidad. Es parte de la herencia que han recibido tras el fallecimiento del padre. Los hermanos, dos varones y una mujer, son muy distintos entre sí. Y fluyen esas diferencias en casi todo lo que abordan.

La película me hizo recordar que en 1978 mi padre compró una vieja vivienda en un paraje del término municipal de Campos del Río: en la pedanía de Los Rodeos. La adecentó, cerró la planta superior, cercó el huerto que había frente a ella y construyó un porche, una piscina y una cochera. Mi madre la blindó con tela metálica en las puertas y ventanas contra cualquier insecto viviente. En ella pasamos prácticamente todos los veranos, desde entonces hasta su venta a comienzos de este siglo. Y allí celebramos muchas de las cosas buenas que nos pasaron en esos años. La comunión de mi hermano pequeño, santos y cumpleaños, alguna cena de Nochebuena, así como innumerables comidas con familiares y amigos. Recuerdo que allí presenté a la que luego fue la madre de mis hijos. El comedor tenía una mesa de madera donde cabían los doce apóstoles. Y sus correspondientes sillas rústicas, además de una platera, colgada en la pared, y un pintoresco escudo heráldico familiar.

La casa estaba anexa a otra en la que vivía y vive una familia dedicada entonces al pastoreo y la agricultura. Tenían un rebaño de cabras de la raza murciano-granadina de las que, al alba, extraían la leche que luego vendían para su envasado y comercialización. Al menos para mí, el personaje por antonomasia era el abuelo, un hombre con escasos estudios pero con una envidiable cultura de la vida. Me encantaba escucharlo hablar porque sus palabras destilaban sentido común: era todo un Séneca, fumando en pipa y asido a su cayado. Alguien me contó que se había criado en casa de una familia de la aristocracia murciana, de rancio abolengo, en la que su madre servía. Fue cuando comprendí muchos de los detalles que había percibido en aquel hombre curtido, de campo, siempre embutido en su chaleco negro y su camisa blanca.

Otro de los seres admirables era el padre de la familia, que completaba su mujer, un hijo y dos hijas. Trabajador infatigable, madrugaba antes de la salida del sol y su jornada comenzaba atendiendo al ganado para luego hacer lo propio, junto al hijo varón, con las tierras que cultivaba. Volvía a casa pasado el mediodía, comía algo, descansaba un rato y a primera hora de la tarde sacaba las cabras del corral y las pastoreaba con la ayuda del perro. Por las noches, tomando el fresco bajo las estrellas, solía contarnos truculentas historias, como las de su servicio militar en el Sáhara español.

Cerca de aquel caserío había una estación de tren que dejó de funcionar unos años antes de que llegáramos. Perteneció a la línea Murcia-Caravaca, trazado que posibilitó la conexión de la comarca del Noroeste con la red ferroviaria nacional a través de sus 78 kilómetros. Esa línea fue clausurada en 1971, alegando baja rentabilidad, por lo que la estación acabó en el más absoluto abandono. Muchas veces imaginé el deambular de viajeros en su apeadero, como en una película del cine del Oeste.

Ahora que han pasado los años, me arrepiento de no haber estado presente en más acontecimientos vividos en aquella casa. En mi juventud, me ausenté en ocasiones de convocatorias paternas atraído por otras circunstancias propias de la edad. Eso solo lo lamentas cuando vas cumpliendo años. Como les ocurre a los protagonistas de la película, que se cuestionan si sus hijos seguirán yendo a la casa, como les ocurrió a ellos en un momento dado. Es entonces cuando te das cuenta de que las cosas solo ocurren una vez y que, por mucho que te esfuerces, nunca volverás a sentir lo mismo. Aunque, al fin y al cabo, y citaré aquí a Cormac McCarthy, tu vida se componga de los días de que está compuesta. Nada más y nada menos.

[La Verdad de Murcia, 25-10-2024]