En mi sueño volvía ensimismada del trabajo dejando que el sol de poniente me contagiara con su brillo. De repente se metió en el sueño una casa solariega que había visto en una revista a la que habían premiado por su rehabilitación. Era el portal número 13 de la calle de las Angustias. Pero… ¿qué hacía ese grupo de personas arremolinadas ante la casa? Me acerqué picada por la curiosidad y lo que vi me creó un gran desasosiego, era un pie, el resto del cuerpo permanecía cubierto por una manta. Un pie descalzo, cansado de las muchas caminatas que había dado en la vida, marcado por las durezas a las que había hecho frente y al final, envejecido. En el grupo de personas, la muerte había impuesto su silencio. Esporádicamente se oía algún murmullo sin dirigirse a nadie en concreto: “pero, ¡cómo es posible! si la casa lleva cerrada más de quince años”, “la hija se lo llevó con ella a la capital”El pie, que en la caída había perdido su zapatilla, desnudo se liberaba del silencio al que durante tanto tiempo había estado sometido. Yo quería encontrar esa zapatilla para ponérsela y tapar esa desnudez que gritaba al mundo. Metido ese pie en su propio ataúd silenciaría tanta miseria, soledad y abandono al que se ven sometidos nuestros mayores.La casa cerrada apareció al día siguiente en los noticiarios. Una mancha de pintura roja en su fachada mostraba la acción de unos gamberros. Territorio de Escritores