En este mes de julio, La Casa de la Portera incluye otro piezas en su programación: «El amante», de Harold Pinter, con versión y dirección de Susana Gómez; «Lo único que necesita una gran actriz es una gran obra y las ganas de triunfar», un texto de Damián Cervantes basado en «Las criadas», de Genet; «La antesala», de Margarita Sánchez, con dirección de Inés Piñolé; «Animal», escrita y dirigida por Rubén Ochandiano; «Cerda», escrita y dirigida por Juan Mairena; «Elepé», con texto y dirección de Carlos Be; «Un pasado en venta», de Marta Fernández Muro, protagonizada por ella misma; «La visita», escrita y dirigida por Antonio Muñoz de Mesa; y «Peceras», de Carlos Be.
He tenido ocasión de asistir a los ensayos finales de «Animal» y «Cerdas». El clima de intimidad y cercanía que se logra en La Casa de la Portera, con los actores actuando junto a los espectadores, se acrecienta en los ensayos, a veces casi hasta la incomodidad; uno se siente en ocasiones un intruso, un insolente voyeur. Las dos obras son muy diferentes entre sí. En la primera -el primer texto de Rubén Ochandiano-, un hecho terrible desencadena la historia, oscura, amarga, en la que los personajes tratan de evitar ahogarse en su propia angustia y en su propio dolor.
En «Cerda» ha debutado como ayudante de dirección mi sobrino Pablo, al que le ha picado con fuerza el veneno del teatro. La obra, escrita y dirigida por Juan Mairena, transcurre en un singular convento, y es una obra irreverente, atrevida, punzante, con un agudo sentido del humor. La historia es disparatada, con muchas gotas de surrealismo, desde la propia elección de su protagonista, Dolly, que encarna a la madre superiora.