La casa de las miniaturas (2014), el debut de la londinense Jessie Burton(1982), tiene muchas papeletas para convertirse en una de las revelaciones de la temporada. Ya lo fue en el Reino Unido, donde vendió nada menos que cien mil ejemplares, y está en proceso de traducirse a más de treinta idiomas, según la página de la autora. Burton, que tardó cuatro años en escribir la novela, se inspira en la impresionante casa de muñecas de una mujer holandesa que vivió en el siglo XVII, Petronella Oortman, de quien también toma el nombre de la protagonista de su obra, aunque la historia que narra es del todo ficticia. La acción comienza en 1686, cuando Nella, recién casada, llama a la puerta de la casa señorial de Ámsterdam donde vive su marido, el exitoso comerciante Johannes Brandt, para instalarse allí. Quien la atiende, no obstante, es la hermana soltera de este, Marin, una mujer de fuerte carácter que no está dispuesta a hacerle fácil la convivencia.
La casa de miniaturas de Petronella Oortman, actualmente en el Rijksmuseum de Ámsterdam
En estas circunstancias, la casa de las miniaturas es más que un elemento de misterio. Las «predicciones» ayudan a Nella a conocer su entorno, es decir, la guían, le muestran un camino; y ahí reside otro tema importante: la búsqueda de la identidad, de un lugar propio en el mundo. No es casual que los personajes hayan decidido ir a contracorriente (un marido que ignora a su esposa, una mujer solterona que controla los negocios de su hermano, un hombre negro que no agacha la cabeza). Nella, la única que aún debe forjar su personalidad, lo hará a lo largo de las páginas, y durante el proceso observará la hipocresía de la sociedad que la rodea, una sociedad que, precisamente, se agita por la iconoclasia. Las miniaturas, que llegan a prohibirse, se convierten en el símbolo de los que se atreven a ser ellos mismos a pesar del rechazo social.Jessie Burton
También hay emociones, claro, porque con unos personajes que se dejan llevar más por sus deseos que por la razón es inevitable hablar de amor, un amor apasionado, capaz de proporcionar las mejores alegrías y las peores desgracias («El amor es mejor como fantasma que como realidad, es mejor perseguirlo que atraparlo», p. 184). Burton, como una Victoria Álvarezinglesa, construye una trama de ritmo vertiginoso que aúna misterio y sentimientos, con puntos álgidos bien marcados, un fino sentido del humor y un gusto por la descripción minuciosa (a veces excesiva) de la ropa y el mobiliario. En ocasiones tiende al cliché en algunas expresiones (frunce el ceño, musita con un hilo de voz, un escalofrío le recorre la espalda) y se extiende más de la cuenta, pero nada grave. La casa de las miniaturas es una muy buena primera novela que por su acción trepidante y su fluidez se encuadra en las obras para entretener y disfrutar, eso sí, con un nivel más que digno, ya que bajo las sorpresas de esta casa se esconden mensajes con calado social.