Es la primera escalera monumental de la ciudad, y por tanto es un reflejo temprano del singular protagonismo que la escalera cobró en el ceremonial cortesano durante el Renacimiento, ejerciendo de divisoria entre el espacio más público del patio y los salones representativos de la planta noble.
Este papel explica un diseño que persigue monumentalizar el espacio, policromándolo con abigarramiento y cubriéndolo de la forma más suntuosa que pueda imaginarse mediante una soberbia cúpula claramente inspirada en la del Salón de los Embajadores del Alcázar.
Para valorar el cambio radical que el marqués de Tarifa introduce en la función de la escalera basta recordar que este tipo de cúpulas evocaban simbólicamente la bóveda celeste en la tradición islámica, tanto por su forma como por una composición geométrica que representa el orden, la perfección y el movimiento de los astros, y se utilizaban para cubrir el principal salón de ceremonias de un palacio.
La cúpula no tiene una función estructural, sino únicamente decorativa, y la transición entre la planta cuadrada y la armadura circular se efectúa por grandes trompas cuajadas de decoración de mocárabes dorados que alojan en los espacios que quedan libres grotescos y sostenidas por tenantes las armas de los padres del primer marqués de Tarifa, Enríquez y Quíñones por Don Pedro y Rivera y Mendoza por Doña Catalina.
La cúpula de madera sobre trompas de mocárabes fue obra de Cristóbal Sánchez y está datada en 1537, aunque las pinturas y dorados corresponden a Antón Pérez.
Pese a la rica policromía que sigue teniendo este espacio, el paso del tiempo junto con las reformas introducidas a mediados del siglo XIX, la han reducido bastante.
En un mundo en el que los tintes eran un producto accesible a una minoría todo tendría ser de color pardo, por lo que los dorados y los colores brillantes y contrastados eran un signo claro de distinción social. Habría por tanto que imaginarlo como lo concibió Don Fadrique, con los dorados y policromías de las carpinterías intactos, su solería de brillante mármol negro y unas vidrieras realizadas por maestros flamencos. El logro no pudo ser más acabado, pues en la ciudad no se ha construido escenario más original y monumental que éste.
En el rellano podremos ver enmarcada en un altar, posiblemente dieciochesco, una copia de época de la Virgen de la Servilleta. En el siguiente rellano, en un hueco practicado en el muro bajo el arco, podrá ver tras una reja, una tablilla de madera pintada con un gallo para señalar, según la tradición popular, el lugar en que se encuentran las reliquias del animal que cantó cuando San Pedro negó a Cristo.