Hacer una reseña de una obra de Elizabeth Gaskell es todo un placer, aunque no tanto como la lectura de cualquiera de sus novelas o de, por ejemplo, esa maravillosa biografía de Charlotte Brontë que nos ha enseñado a admirar y querer a la autora de Jane Eyre.
Y digo que es un placer reseñar su obra- por cierto, la reseña de Cranford podéis leerla AQUÍ, y la de la biografía de Charlotte Brontë AQUÍ- porque te da la excusa perfecta para no desvincularte y seguir deambulando por el mundo que ella ha creado. La casa del páramo, la novelita que hoy nos ocupa, es un delicado y delicioso cuento de Navidad. Fue publicado como tal en la Navidad de 1850 y se mantiene, no podía ser de otro modo, fiel a la tradición y al espíritu del género. Se aleja Gaskell para contarnos este cuento de la ciudad bulliciosa, de la industriosa urbe, para trasladarnos a un entorno rural al que el progreso llega lenta y pausadamente, pero llega, y en el que quizá el triunfo de la bondad, la modestia, el sacrificio y el amor se hace más verosímil y se mimetiza con mayor facilidad con la pureza del entorno que rodea a los personajes.
Ah, y si visteis la serie Cranford y Retorno a Cranford de la BBC, comprobaréis cómo la historia de Cranford propiamente y la de La casa del páramo aparecen entrelazadas, aunque con algunas variantes, por obra y gracia de los guionistas. Aún así, visionado más que recomendable también."Si uno tuerce a la izquierda después de pasar junto a la entrada techada del cementerio de la iglesia de Combehurst, llegará al puente de madera que cruza el arroyo; al seguir el sendero cuesta arriba, y aproximadamente a un kilómetro, encontrará una pradera en la que sopla el viento, casi tan extensa como una cadena de colinas, donde las ovejas pacen una hierba baja, tierna y fina. Desde ahí se divisa Combehurst y la hermosa aguja de la iglesia."