La casa en los confines de la Tierra (ilustrado), de William Hope Hodgson: el terror cósmicoTerror / Suspense |
Ignacio Piñeiro Barral 03/11/2015 |
Al igual que para Alan Moore o Terry Pratchett, debe ser un referente para todo aficionado al género fantástico y de terror en cualquier formato.
William H. Hodgson (Blackmore End, Inglaterra, 1877 – Ypres, Bélgica, 1918) fue muchas cosas: marino, culturista, retador del mago más célebre de la historia y combatiente en la primera guerra mundial. Pero la faceta que más nos interesa del polifacético inglés es la literaria. Hodgson comenzó escribiendo artículos sobre culturismo y mar. Poco tiempo después publicó su primer relato, “The Goddess of Death” en la Royal Magazine, con el que inició una prolífica producción en la que primarían los cuentos y que daría como resultado algunas de las obras más importantes del género fantástico y de terror, como “El reino de la noche” (Hermida Editores, 2015) o la que nos ocupa, “La casa en los confines de la Tierra (ilustrado)”. En ellas, Hodgson inicia lo que hoy conocemos como horror cósmico, un género en busca de realidades gobernadas por seres arcanos y deidades monstruosas fuera de nuestro entendimiento que alcanzaría su máxima expresión con H.P. Lovecraft, confeso admirador de la obra del autor británico. Además, por sus páginas se pasean figuras clásicas del terror y de la ciencia ficción. “La casa en los confines de la Tierra (ilustrado)” es una narración enmarcada en la que el hallazgo por dos amigos de un manuscrito cerca de una aldea en el oeste de Irlanda sirve para descubrirnos la historia de El Ermitaño. En una excursión río abajo, Tonnison yBerreggnog, se topan con unas ruinas en el borde de una profunda sima. En el escrito que allí encuentran, el antiguo morador de la casa narra las peripecias que le acontecieron mientras esperaba los últimos días de su vida con la única compañía de su hermana Mary y su perro Pepper. El relato, a modo de diario, comienza con las sospechas de su autor de que en la casa que adquirió muy por debajo de su precio tienen lugar sucesos extraños. Sus recelos se ven confirmados cuando una madrugada de enero es llevado en volandas más allá del universo conocido a lo que él llama la Llanura del Silencio. Su periplo finaliza en un enorme anfiteatro de montañas habitado por seres que rayan en lo mitológico y en cuyo centro hay una casa hecha a imagen y semejanza de la suya, pero de mayores proporciones, alrededor de la que husmea una enorme Criatura-Cerdo. Tras esta formidable carta de presentación, el “viajero” despierta de vuelta en su estudio, sin poder evitar la sensación (que como lectores compartimos) de que esa extraordinaria ensoñación ha abierto puertas de difícil clausura. En los días posteriores, el Ermitaño y su perro tendrán que hacer frente a las nuevas realidades venidas de otras dimensiones, en una lucha sin cuartel por salvar su morada y sobrevivir. Hodgson se ciñe en esta parte de la historia al terror más canónico, en el abundan los ruidos extraños, los cristales rotos y los monstruos de inspiración porcina. Esta odisea es sin duda donde el horror cósmico se nos muestra en toda su grandeza y, por lo tanto, la que define la novela. Surge de inmediato la sensación de desamparo, la menudencia del ser humano en la vastedad del universo. El miedo a la quietud que el Ermitaño manifestaba en aquella primera incursión en lo incognoscible se revela ahora como angustia ante la inmensidad del tiempo y el espacio. Lo desconocido como verdadero motivo de espanto frente al horror material, tangible y susceptible de encarar. Como reverso de todas estas sensaciones “negativas”, Hodgson introduce el amor, postrer remanente de humanidad en el corazón del condenado o la idea de que, en última instancia, el hombre es un ser universal y por consiguiente conectado en su misma esencia con todo lo que le rodea por muy descomunal que sea. El autor inglés se entrega a la tarea de hacernos sentir, a través de un libro, el frío del cosmos, paso a paso, eón a eón. Lo consigue. Peca, eso sí, de cierta reiteración. A la travesía le sobran algunas eras, ya sea por la inercia que la inspiración pudo provocar en el escritor o por la pretensión consciente de utilizar esa reiteración como recurso narrativo. En consecuencia, en el libro lo fundamental no son los porqués sino la desasosegante atmósfera que Hodgson es capaz de crear. Así, queda a decisión de cada lector valorar si la aparente tranquilidad de la hermana ante lo sobrenatural y su evidente turbación ante la presencia de su hermano son simples manías de vieja o si, por el contrario, Mary tiene la clave del misterio que anida en “La casa en los confines de la Tierra (ilustrado)”. La edición ilustrada de Hermida, con la nueva traducción a cargo de José Luis Piquero, es una gozada. La pena es no poder hacerse con alguna de las ilustraciones de Sebastián Cabrol en tamaño póster. “La casa en los confines de la Tierra” fue un Big Bang narrativo que ha dado lugar a una de las corrientes más inquietantes, imaginativas y fructíferas de la literatura. Por ello, al igual que para Alan Moore o Terry Pratchett, debe ser un referente para todo aficionado al género fantástico y de terror en cualquier formato. |