No me parece fácil trasladar La casa de Paco Roca a la pantalla, a pesar de la estrecha relación entre cómic y cine, dos artes que nacieron prácticamente al mismo tiempo y que comparten una narrativa que se apoya en el relato secuencial y en la imagen. Editada en 2015, la novela gráfica de Roca es una obra maestra de una tremenda sensibilidad, tan autobiográfica como universal, sobre tres hijos -y sus respectivas parejas y familias- que se reúnen en la humilde casa de campo del padre fallecido para decidir cómo venderla. La historia de Roca nos habla del paso del tiempo, de las relaciones padre-hijo, de la familia y de dos generaciones de este país. En su tercera película, el director Álex Montoya afronta el reto de convertir esas viñetas en cine, firmando una estupenda película que consigue algo tan difícil como emocionar al espectador desde la sencillez. Para conseguirlo, Montoya se declara fan de Paco Roca y decide hacer la película que el autor de cómics quiere ver en pantalla. Para empezar, la película está rodada, literalmente, en la casa real del título, la que perteneció al padre del dibujante, la que inspiró esta preciosa historia y la que aparece dibujada en la novela gráfica. Con esta garantía de autenticidad, Montoya tiene el mérito de replicar el secreto mágico del cómic de Paco Roca: en la obra impresa, las viñetas de escenas cotidianas se van sucediendo en crescendo hasta generar una emoción tremenda en el lector; en la película de Montoya ocurre eso mismo: plano a plano, las emociones se van acumulando, hasta remover los sentimientos del espectador. Montoya nos cuenta sin prisa cómo los hermanos -David Verdaguer, Óscar de la Fuente y Lorena López- van llegando a la casa del padre (Luis Callejo) para enfrentarse a los recuerdos de su infancia, evocados por rincones y objetos, para afrontar cómo va a ser en el futuro su relación como familia tras la pérdida de la figura paterna. Montoya marca las diferencias entre el presente y el pasado cambiando el formato de la película, utilizando los 16 mmm para recrear los recuerdos, como si fueran viejas películas domésticas. Con un uso soberbio del ritmo, en apenas 83 minutos, Montoya se las arregla para hacernos sentir que conocemos a esta familia desde que eran niños y para transmitirnos la historia de toda una vida, la de un padre ya ausente. El reparto de actores es estupendo y se completa con Olivia Molina, María Romanillos, Marta Belenguer, Jordi Aguilar y la niña Tosca Montoya -cuyo apellido no es casualidad-. Mencionemos también a un estupendo Miguel Rellán en un papel entrañable. Pero hay que destacar la interpretación de Óscar de la Fuente, ese hermano mayor cascarrabias pero noble, que se hace el duro pero está roto por dentro, cuyo rol como generador del conflicto propicia las reacciones del resto de personajes. Álex Montoya firma con La casa su mejor película y una de las mejores cintas españolas de lo que va de año. Una obra emocionante, muy humana, en la que nos vemos reconocidos. No se puede pedir más.