Se puede ser músico por haber estado rodeado de cultura por todos los lados, y que sea una ventaja añadida crecer en una de las mayores ciudades del mundo. Pero se puede ser cualquier tipo de músico, optar por la venta de discos como churros, a base de repetir un esquema una vez y otra. O eso, o se puede ser relativamente osado, agrandar el alcance de algo que empieza como una especie de pop con un ligero acné, olvidar las poses para el público, y decidir encabezar algo que ya veremos si es grande, pero que no se resigna a ser pequeño.
Se puede ser músico por el privilegio de tocar el piano desde los tres años, por no hacer falta ni partitura ni teclado, por, en medio de una formación que se presume clásica, absorber todas las influencias que hierven a tu alrededor. Te puede invitar una presentadora mona con problemas con un vestido demasiado estrecho, y tú puedes convencerla de que tu flequillo descontrolado, tu cara de chalado y tu batín de ir de bonito son solo envoltorios que esconden al musical genius.
Se puede ser músico y comprender que, para aparecer en un programa decadente a mediodía en un canal francés, y no esperar ser visto más que distraídamente por una serie de gente más pendiente de que el café no se enfríe, el flequillo debe ser domado con severas dosis de gomina y el batín planchado de forma conveniente.