"La causa primera posee un ente formal y un ente final. De donde, en cuanto ente formal, puede ser antes que su efecto, pero, en cuanto ente final, no; puesto que, si pudiera ser antes que su efecto, podría ser ociosa por bondad, en cuanto no haría bien, y por grandeza en cuanto no causaría nada grande; y así con las demás. No puede, pues, la primera causa ser antes que su efecto en tanto no pueden estar en ella sus razones ociosas".
De este modo probaba Llull la Trinidad. Al darse en Dios una producción ad intra infinita y eterna, Dios desarrolla infinita y eternamente sus perfecciones frente a la divinidad inactiva y contemplativa del judaísmo y el islam.
El razonamiento de Llull parte del axioma de que no hay acción sin fin al que se dirija. Ahora bien, dado que la acción de ser bueno es bonificar, la de ser grande es magnificar, etc., Dios no podría ser máximamente bueno, grande, etc. sin bonificar y magnificar eterna e infinitamente a quien de él reciba su bondad, grandeza y demás perfecciones, toda vez que bonificarse y magnificarse a sí mismo resulta absurdo o superfluo. Por tanto, Dios Padre bonifica, magnifica y atribuye todas sus perfecciones a Dios Hijo. Y dado que Dios Padre y Dios Hijo deben estar unidos, la acción de unir que vincula la paternidad y la filiación divinas es distinta de ambas naturalezas, al proceder de ellas sin identificarse con ninguna. Siendo distinta, al tiempo que es eterna, infinita, máximamente buena y grande, etc., ha de ser también divina, razón por la cual se infiere el Espíritu Santo.