Revista Opinión

La caza contribuye al desequilibrio de los ecosistemas

Publicado el 22 septiembre 2019 por Carlosgu82

El ser humano puebla la Tierra desde hace aproximadamente un millón de años.  Su forma tradicional de  vida era el nomadismo, esto significaba que las comunidades no vivían en lugares fijos sino que se desplazaban de unos sitios a otros en función del clima o de la disponibilidad de agua y alimento.

En el período Neolítico, comprendido entre hace 13 mil y cinco mil años tendrá lugar un acontecimiento capital: el paso del nomadismo al sedentarismo a consecuencia del desarrollo de la agricultura. El ser humano empieza a ser capaz de cultivar sus propios alimentos, lo que supone que no va a depender de hallazgos fortuitos para poder alimentarse y que debe quedarse en un sitio determinado para poder mantener las cosechas.
Así aparecen los primeros asentamientos humanos.

Otro hito trascendental  será la captura y domesticación de algunos animales para utilizarlos como comida, vestimenta o herramientas de trabajo y transporte.

A partir de este momento florece el comercio, el intercambio entre poblaciones y con ello la creación de infraestructuras y vías de tránsito.

Tales sucesos van a hacer que aparezcan efectos indeseables:  La destrucción de los ecosistemas donde se establecen  y  por donde se desplazan los grupos de seres humanos  y el concepto de uso de los demás animales como necesario para la supervivencia.  Es el inicio del antropocentrismo, la creencia de que tanto el medio como los seres que lo pueblan solo existen para  servicio y beneficio del ser humano.

Con el paso de los siglos, la consecuencia  de estas actividades humanas,  además de otras como la minería o la extracción y procesamiento de combustibles,  ha sido la degradación paulatina de los ecosistemas por la destrucción y fragmentación del hábitat, bien para el desarrollo de poblaciones en las que vivir, bien para cultivar alimentos necesarios para subsistir.

Sin embargo, la agricultura ha pasado a ser un medio de proporcionar sustento  a un negocio muy lucrativo, particularmente  la práctica de tipo intensivo,  incluyendo la tala y deforestación masivas para sembrar pasto y seguir manteniendo la explotación injusta  de los demás animales, además de la contribución a la contaminación por el uso de productos tóxicos.

De este modo, la fauna autóctona ha ido quedando relegada a espacios cada vez más reducidos y precarios; las especies más vulnerables ven mermadas incluso extintas sus poblaciones  mientras que aquellas con mayor capacidad de adaptación pueden advertir cómo sus poblaciones llegan a crecer de manera descontrolada debido al desequilibrio causado.
Es lo que conocemos como plagas.

El desplazamiento de los animales a las zonas pobladas provoca conflictos entre ellos y los seres humanos por daños en cultivos principalmente. La respuesta  habitual a los problemas de coexistencia con los demás animales es matarlos.  Sin embargo,  la caza no solo no ha sido solución sino que se ha demostrado como parte importante del problema.

La actividad cinegética supone la muerte de millones de animales cada año lo que justifica sobradamente su repulsa, además, se  promociona como una práctica que contribuye a regular los ecosistemas, afirmación totalmente falsa.

Por el contrario, el hecho de matar a un determinado número de individuos de un grupo causa un desequilibrio en la población, de modo que se ponen en marcha mecanismos de reproducción compensatorios para paliar el daño sufrido y garantizar, así, la pervivencia del  clan.

En consecuencia, se amplían los períodos de reproducción, aumenta el número de crías en cada parto y las hembras son fértiles a edades más tempranas. La aparición de  esta “maternidad inmadura” hace que las madres y sus crías tiendan al alimento fácil de las tierras de cultivo, haciéndose dependientes del ser humano para su subsistencia.

Otra práctica nefasta es la cría en cautividad de animales considerados como cinegéticos para su posterior suelta en los cotos de caza, que supone, una vez más,  la explotación de los demás animales para beneficio del ser humano. Esta actividad tiene otra consecuencia fatídica que resulta del apareamiento entre individuos procedentes de las granjas y los silvestres, pues la hibridación hace que los animales agrestes de las siguientes generaciones  pierdan parte de las características que les permiten sobrevivir en el medio.

Por último, cualquier persona que tenga relación con protectoras de animales sabe de la ingente cantidad de perros que aparecen asesinados o abandonados inmediatamente después del fin de la temporada de caza.

Frente a la matanza de animales, método a todas luces que debe rechazarse por  seguir promoviendo la idea de que es lícito usar a los demás animales y disponer de ellos sin el menor respeto por sus vidas, deben adoptarse medidas éticas que permitan la convivencia entre las personas y demás animales en las zonas rurales:

Incremento de las áreas libres de caza donde las poblaciones puedan establecerse de manera permanente y segura.  Basta con un paseo por nuestros montes para constatar la presencia de cotos de caza en la práctica totalidad del territorio.

La conservación o repoblación, según el caso, de las especies botánicas propias del bosque primigenio para posibilitar el apropiado desarrollo de todo el ecosistema.

La preservación de las fuentes y manantiales, de manera que haya disponibilidad de agua y alimento suficientes en lo profundo del bosque.

Ante la presencia masiva de animales en un determinado lugar pueden ser necesarias otras disposiciones, siempre previos catalogación y recuento para identificar correctamente el problema, tales como vallar las plantaciones;  el establecimiento  de cultivos, que consiste en la siembra de sembrados menos apetecibles en el borde del bosque con el fin de proteger aquellos más vulnerables y sabrosos,  que se localizarían en el interior; La introducción de depredadores o la castración de un determinado número de individuos según el método CER (captura, esterilización y retorno). Métodos que se han demostrado como eficaces para prevenir posibles daños en los cultivos.

Existen  estrategias y actuaciones éticas que permiten la estabilización de los espacios agroforestales y la convivencia entre todas las especies que habitan en ellos, desarrollando una adecuada gestión basada en el respeto al entorno y a sus habitantes.


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