Debido a la publicación de dicha imagen el protagonista se ve obligado a ser llevado a la sede del dueño, el cual tampoco conocemos su identidad. Este último posee mucho poder en Japón debido a su historia relacionada con la extrema derecha en China y a su habilidad de estar siempre en el lugar oportuno en el momento adecuado. Hasta que un día un tumor cerebral asola su cerebro. El protagonista se ve obligado a buscar al carnero con la ayuda de la fotografía en los montes de Hokkaidô, además de un misterioso amigo al que llaman Ratón el cual no se sabe el lugar donde reside y el dinero del líder de gran compañía si no quiere perder todo lo que tiene.
Murakami consigue en este titulo desconcertarnos tanto como a su protagonista el cual no logra expresarse como le gustaría ni siquiera con su propia mujer. A lo largo del libro nos describe el absurdo de muy diversas formas, a veces, con temas que parecen no tener relación alguna con el titulo pero ayudan a dar un aire distinto a la novela y no estar siempre centrado en la búsqueda del carnero además de aportar profundidad al protagonista y a los demás personajes. También son muy agradables de leer los diálogos, a veces muy largos, que tienen los personajes, suelen ser muy curiosos. También cuenta con toque sarcástico a la hora de poner en situación a los protagonistas y sus comentarios suelen ser muy críticos con lo que les suceden. Hay personajes memorables como el señor Carnero y su curiosa forma de vida, otros, como el secretario del líder el cual no duda ni un segundo en lo que dice o como su amiga, la simpática chica de las orejas especiales. Todo ellos hacen de esta novela una inolvidable lectura siempre acompañada del surrealismo y del misterio que nos tiene acostumbrado su autor.
Recomendado para los adictos a Murakami, este titulo es imposible dejar de leer para averiguar más sobre el carnero, también a aquellos a los que les guste el misterio, en este titulo tendrán un pequeño misterio difícil de resolver. Y por último para aquellos que busquen algo original, fácil de leer e imposible de soltar hasta acabar la última página.
Extractos: Sentado solo sobre el neumático, en mitad de la pradera, recordé las competiciones de natación en las que había participado de niño. Cuando nadaba de isla a isla, solía detenerme hacia la mitad del trayecto para echar una ojeada al panorama. Esta experiencia siempre me resultaba sorprendente. Por un lado, eso de encontrarme equidistante de dos puntos de tierra me parecía muy extraño, y por otro lado, también me parecía extraordinario que la gente, allá en la remota tierra firme, continuara su vida cotidiana como si tal cosa. Más que nada, la extrañeza se debía al hecho de que la sociedad funcionaba a las mil maravillas sin mí. Permanecí sentado en el neumático como un cuarto de hora, y luego volví paseando a la casa. Me senté en el sofá del salón y seguí leyendo Las aventuras de Sherlock Holmes. El gato no tenía ni pizca de bonito, la verdad. Estaba, por mejor decirlo, gravitando en el platillo opuesto a la balanza. Su pelaje era ralo, como de alfombra desgastada; la punta del rabo le caía en un ángulo de sesenta grados; tenía los dientes amarillos, y su ojo derecho tenía una infección crónica desde que se lo lesionó, tres años atrás, de modo que veía cada vez menos. ¡Quién sabía si aún podía distinguir unos zapatos deportivos de una patata! Las plantas de sus patas parecían de corcho a causa de los callos. Tenía las orejas infestadas de garrapatas; y, de puro viejo, no podía aguantarse los pedos: soltaba docenas de cuescos al día, realmente apestosos. Era un joven macho cuando mi mujer lo recogió de debajo de un banco del parque y se lo trajo a casa; pero últimamente su ruina se precipitaba, del mismo modo que una bola en una bolera, y el pobre animal rodaba cuesta abajo como cualquier anciano octogenario. Y, para colmo, no tenía ni nombre. No tengo idea de si esa falta de nombre contribuía a disminuir la tragedia del gato, o más bien la reforzaba.