Por Mariano de Rueda
Yo no conozco la montaña mas que a través de los montañeses. Por la montaña he pasado lo mismo que por los Pirineos y los Alpes, asomado a la ventanilla. Un día estuve también en "la venta del Horquero"; comí pan y queso y ví desde allí los Picos de Europa. Allí, y en el camino, también conversé con esos castellanos montañeses, que son los que me han contado cosas de la montaña, y volvieron a describirme paisajes y pueblos con ese entusiasmo y encomio que les es peculiar.¡Si viera usted amanecer en Saja!....¿Conoce la carretera de Potes?.....¿Y Santillana del Mar? ¿Tampoco?....Yo no conozco de la montaña más que a algún montañes que otro. Bien sé que con lo que yo he visto de la montaña, algún cronista al uso no tendría inconveniente en descubrir la montaña a los propios montañeses. Yo soy más honrado, aunque menos cronista. Mas, a pesar de mi confesión, que exculpa todo error, no por eso he dejado de forjarme una montaña con los colores y los elementos que me dieron los montañeses. Entre estos elementos hay uno que los preside, y es que en aquellos montes vive "el oso" (así, en sigular). Siempre que he oído mentarle, ha sido de ese modo. Para un buen montañés (gente voraz, entre otras virtudes), no hay duda de que en aquellos picos existe un oso; mas no se atreve a ponerle en plural, porque no esta seguro de que haya más de "uno". El oso juega un papel en toda narración montañesa. Él justifica la desaparición del ternero o del potro para el guardador de "la vecera". La leyenda de serenidad, para el que cuenta que pasó cerca de él y que siguió sentado. Del otro, que recuerda que un tío suyo, buen cazador, saliendo de caza todos los días de su vida, le llegó a ver de lejos dos veces, y una de ellas le disparó tan certeramente, que todos pudieron comprobar las manchas de sangre que dejara en su rastro, rastro que se perdió entre las matas... Mas nadie duda, en los contornos, aunque no se comprobara de un modo cierto, que su tío mató uno de los famosos "osos de la montaña". Hasta hoy creí que los osos eran una brillante hipótesis de los montañeses. Desde hoy ya creo en su realidad, y por creerlo, lamento lo sucedido. El caso es que José María de Cossío, con la hospitalidad que es proverbial en él, invita a pasar unos días en la casona de Tudanca a unos cazadores de Valladolid. José María no es hombre que se de en retazos, sino que es de los que se niegan o de los que se entregan, y en este caso, como en todos en que abre las puertas de su viejo solar, no es para regatear nada al que concede el honor de recibirle.Qerrían estos cazadores saturarse de monte, y a buen seguro que les pondría a sus órdenes los mejores hombres montaraces del contorno. Quizá en la primera velada los cazadores le preguntarían si era cierto lo que se contaba, que por "aquellos montes andaba alguna vez el oso", y José María (le conozco), herido por esa duda, daría órdenes expresas a los acompañantes de que buscaran "el oso" donde se hallara, para que ya, desde esa fecha, nadie dudara de su existencia. En efecto -¡a cuánto llegó la hospitalidad de Cossío!-; estos cazadores han matado no un oso -que esto pudiera ser perdonable-, sino "una osa". Al leer la noticia, lo primero que me pregunté fue: "¿Habrá otra?..." Si no hay otra -yo lo sigo dudando-, José María ha contribuído con su extremada hospitalidad a desdibujar algo que había grande y misterioso en el paisaje de su montaña, que era la posibilidad de que, pasando años y años en aquellos montes, conseguir ver a lo lejos la silueta cansina del oso.Para mí ha sido una mala noticia.Hay que conservar las cosas tal y como son, o como noslas figuramos, aunque así no sean. La falta para siempre de algo que les era como esencial, se asemeja a la muerte. El día que se corra la voz de que por la desaparición de esa prolífica osa -que quizá iba a ser la madre de todos los osos que pudiéramos ver en quince o veinte años-, ya no hay osos, el paisaje montañés deja de ser lo que era. Algún día dije que era cosa de que los Concejos contribuyeran por turno a ofrecer una víctima al rey de aquellos montes o recoger alguno y prepararle una vivienda, a semejanza de los "osos pensionistas de Berna." Todo, menos que desaparezca con ellos una tradición de valor y un pretexto a la truhanería pastoril... todo hace falta.Yo confío en que José María enmendara su falta, y si llega a percatarse que por él -por un alarde de generosidad- no quedan osos, a buen seguro que el primer húngaro que pase por aquellas tierras halla en el "señor de la Casona" un buen Mecenas. Hemeroteca "Diario Palentino", martes 28 de diciembre de 1926