La celulitis o el síndrome del acordeón

Por Puramariacreatriva

Mayo, que de florido tiene lo que yo de marinera, es decir: nada de nada. Todos los que me conocen saben que siento pavor al agua y que me aterroriza el citado líquido incluso cuando mi estilista Norbert Orobig me lava el cabello, antes de proceder a la rehabilitación, saneamiento y tinte, si procede, de esa mecha  lateral mía, desafiante en su inclinación a la ley de la gravedad, con la que el sucesor de Llongueras me lleva adornando desde hace un tiempo.

Mayo, el mes previo al cobro de la extra, el mes de la invasión al armario para la realización de la conocida campaña de “TODOS POR LA ROPA”, el mes de la semana fantástica-previa-a-la-semana-ídem, el mes de los Goya y, según parece dejar entrever el horóscopo correspondiente a mi signo del zodíaco, el mes del amor.

Del amor, en esta ocasión no voy a hablaros, pero no porque a estas alturas del año siga siendo devota de la Hermandad del “STAND-BY” amoroso ni porque continúe  consagrada a la Virgen del Barbecho carnal, nada más lejos de la realidad, sino porque no quiero daros envídia ni propiciar vuestra puesta de dientes largos con el  tema del enamor-adan-amiento…ya os contaré…ya…ya…

Hoy, esta noche de mayo, a pesar del sueño que arrastro (mejor dicho, es el sueño quien me arrastra a mí) no me voy  a mi camita y me quedo a escribir  por dos razones: una, porque no está mi adán cerquita (que si lo estuviera o estuviese, dejara o dejase yo de escribir o escribiese en menos que canta un ciempieses) y otra, porque estoy segura que contaros lo que me ha sucedido esta mañana me ayudará a salir del shock en el que, desde entonces, me hallo sumida, shock que no me ha impedido visitar el centro comercial X (no puedo dar publicidad desde este blogg) y comprar una lista de ropa que también empieza por X, pero no porque sea lingerie o ropa íntima lencera” de matar”, ni porque mi talla sea una talla X-y-algo sino porque el número de dígitos del total del importe  del ticket de compra era  X, X de incógnita, X de infinito, X de que, cuando me llegue la cartita esa jodida, con el membrete de las cuatro letras más marranas del planeta, VISA, me voy a tener que poner a currar de “chica asistente del lanzador de cuchillos y dagas”, de esas que se colocan sobre una rueda de madera, con brazos y piernas en posición de X, para cobrar una nómina con un plus elevado por peligrosidad y poder hacer frente a la venganza de la tarjeta de crédito de marras.

Antes de comprarme medio ZARA, tres cuartos de MANGO y únicamente un cuarto de BIMBA Y LOLA, ya que entrar en esta última shop, sin respirar, ya te cuesta nosécientos euritos, fui a la farmacia a comprar mi bote de colágeno natural, un polvito blancuzco que sabe a pesticida, pero que te deja el cutis como la piel de la mejilla de la Preysler, lisita y resplandeciente tras el enésimo lifting. Al pagarle a la señorita de bata blanca, edad juvenil, maquillaje impecable y pechos turgentes y sospechosamente desafiantes a la gravedad, ya tuve lo que los psicólogos  llaman pensamiento ajeno recidivante, porque es un pensamiento que te ocupa el cerebelo-cerebro sin pedirte permiso y por sus santísimos co…nes te toca los ídem con una idea que no te deja disfrutar plenamente del momento en cuestión, es decir, un pensamiento cabrón, como yo le llamo, porque alevosamente te joroba cuando estás al borde del éxtasis, en este caso, el shopping-éxtasis. Al mirar a la jovenzuela, ese pensamiento cabrón me hizo plantearme porqué narices las dependientas de farmacia o son mujeres de edad o, por el contrario, son nancis con pechos turgentes ¿será para que, subliminalmente, las clientas llegemos a la conclusión de que atiborradas a medicamentos o productos parafarmacéuticos, podremos tener los pechos más altos que las hombreras de madonna y el culete más prieto que el de Fernando Alonso, en la última vuelta de una carrera decisiva?

Menos mal que tras un pensamiento cabrón, mi mente, entrenada para morir-matando, responde con otro pensamiento, esta vez no cabrón sino vacilón: que se chinche la nancy-tetas-tiesas, que yo también tengo tieso algo de mi cuerpo, EA!!! y sin tanto producto.

Ni que decir tiene que corté a mi pensamiento vacilón en este preciso punto ya que la parte de mí que está más turgente (en realidad la única) es mi mecha tintada, que se queda tiesecita, por obra y gracia de la plancha del pelo, desafiando, como los senos de la dependienta, a la ley enunciada por el ya fiambre de NEWTON.

Bueno, a lo que iba.Al  sacar la VISA y la tarjeta de puntos de la farmacia, fui informada por la dependienta de que tenía opción a un regalo. Moviendo su culete prieto, la Nancy entró en un cuartito, al fondo del comercio, y sacó un paquete que me entregó con una sonrisa, creo que, como toda ella, patrocinada por unos laboratorios farmacéuticos.

-Aquí tiene, un set para la celulitis: la crema exfoliante, el guante masajeador y el aceite esencial…

Me mordí la lengua para no decirle:

-Aquí tienes tú, una sonrisa venenosa, sin crema ni aceites…porque..¿¿¿quién porras te ha dicho a ti que yo tengo celulitis, gu-a-pa???

Para evitar que la susodicha cogiese, y me lanzase, uno de los botes de leche de continuación infantil, que son de metal y pesan un güevo, le aseguré, forzándome a abrir el chacra de la serenidad y cerrar el de la vehemencia, con el consiguiente trasiego de “abre-chacra-cierra-chacra”,  que mis muslos de estrella no conocían lo  que era “eso de la celulitis”.

-Ya…PERO la celulitis es inevitable. Es posible que ahora no la vea, que parezca que no está, pero..dará la cara cuando menos lo espere…la piel de naranja está ahí y aparece, no lo dude.

Aquella nancy era cabrona por partida doble: me había llamado de usted, para recordarme mi edad, la razón de sus senos turgentes y los míos flotantes-como-flanes, seguro…y, además, me rompía el auto-mito con el que yo, más chula que un eight, evitaba las conversaciones del grupo de amigas sobre la temida celulitis: “… es que yo…no tengo piel de naranja, os lo juro, de verdad…”

La escenita vino a completarse con el comentario de una señora que no debía tener piel de naranja sino de melón-sandía, más que nada por que el diámetro de su figura corporal era inmenso y orondito, justamente como esa fruta verde por fuera, roja por dentro y llena de pepitas con las que me entretengo y excito y…perdón, que es tarde y me voy un poco del tema, casi me confundo y ya andaba a punto de escribir unos versos para el otro blogg, el erótico-caliente…

La señora-melón, sin que nadie le diese entrada (Boris Izaguirre diría chance) nos soltó una parrafada que ni la emitida por un premio Nobel:

-”…Pues yo he leído que la celulitis es una defensa orgánica de la mujer. El organismo aloja en nuestro trasero el exceso de grasa que comemos para evitar que tapone nuestras arterias. Por eso, los hombres sufren infartosy nosotras tenemos celulitis y cartucheras”

LA MADRE QUE LA PARIÓ…A ella y al organismo puñetero que ni siquiera se molesta en preguntarme si prefiero un infarto a un ataque de asfixia al intentar “calzarme” los pantalones pitillos y comprobar que, llegados a la dimensión extra-espacial (por lo de espacio ocupado por una cantidad extra de grasa) de las cartucheras y muslamen, es una tarea IMPOSIBLE ascender, cadera arriba, para llegar a la cintura y proceder al abrochado sin necesidad de llamar a una grúa hidráulica.

Tras el discurso cartucheril de la señora, me vi a mi mísma, desconcertada y casi aturdida. Mi destino estaba marcado: ahora no tenía celulitis, pero las toneladas de naranja que la producen estaban en stand-by asesino debajo de mi piel, aguardando el momento  adecuado para..ZAS…emerger y joderme muslos, caderas, glúteos, culo, vamos, y  barriguita. Como me paso media vida comiendo y la otra media dándole a intentar no comer sino barritas de chocolate crujiente-y-no-sé-qué-puñeteras-algas-saciantes-niponas, iba a transformarme, SIN DUDA, en un acordeón viviente: peso arriba, peso abajo, kilos arriba, kilos abajo, celulitis que aparece, celulitis que A-PA-REN-TE-MEN-TE  se va…y eso no era todo en el POR-VENIR que me aguardaba…ya podía atiborrame de antioxidantes, colágeno y otros “otros”: en la época celulítica, lloraría y en la no celulítica, si el BIOMANÁN me ayudaba, sufriría infartos sucesivos; en la fase celulítica sería una mujer y cuando se desinstalase la celulitis de mis cartucheras, ¿me transformaría en un adán a punto del infarto? Sería un puñetero acordeón: ahora sí, ahora no…

Aquello era de locos, una confirmación de lo que siempre he pensado: ESTE MUNDO DEL CUERPO DE EVA Y SU CUIDADO ES UN LÍO LIOSO, REGIDO POR REGLAS Y ANTI-REGLAS EXTRAÑAS, QUE NO VOY A COMPRENDER JAMÁS.

Miré a la señora-melón y a la joven-tetas-de-manzana y recordé la cita de mi querido Marx , no Karl, sino Groucho, en la que el famoso bigotudo dice:Jamás aceptaría pertenecer a un club que me admitiera como socio” Me dimitía de los dos clúbes, del de las celulíticas y del de las no celulíticas…

Sonreí a la dependienta y le pedí, antes de marcharme, veinte cajas de aspirinas para cuando se  terminase el contenido del set anti-celulítico que me había regalado…

a mí…

no me pillan ni las naranjas asesinas

que te comen la piel

ni el infarto…

EA!!!

Un beso…sin naranjas ni leches!!!






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