Hacerse viejo tiene, para quien ha sido lector habitual, una tristeza añadida: que comienzan a ser infrecuentes las novedades editoriales capaces de provocarle asombro o aplauso. Adviene entonces la época de la relecturas o de la aproximación a los grandes libros aún no visitados o quizá mal conocidos, donde se está razonablemente seguro de encontrar maravillas, sancionadas por el paso del tiempo.Pero como la vida te da sorpresas (Pedro Navaja dixit), he aquí que de pronto te salta a los ojos un tomo como La chica de los ojos manga, de José Antonio Sau, editado por La isla de Siltolá, y vuelves a cabecear afirmativamente mientras vas pasando páginas y vas encontrándote con unos argumentos interesantes, unos protagonistas inesperados y unas resoluciones literarias de primer orden: el chico que actuó como voyeur de una pareja en el instituto y que ahora, años después, recupera gracias a Facebook la relación con las antiguas personas espiadas; un joven que, divorciado y propietario de un club de jazz, se enamora de una singular chica que padece sonambulismo agresivo; el escritor que asiste, en pleno agosto y en un chiringuito de playa, a una curiosa disputa entre novios; un esposo que, para aliviar la tristeza sexual que le depara el párkinson de su mujer, vive una relación con su vecina; el trauma que sufre una mujer cuando su marido es detenido durante la guerra civil de 1936 y no vuelve a tener noticias de él durante años, hasta que descubre el inmundo horror que se esconde detrás de la infamia; un pastor huraño de Alhaurín de la Torreque termina convertido en un santón idolatrado por los lugareños; una mujer que recibe misteriosas flores cada primero de mes, de parte de un amigo que murió en la infancia; un detective que se encuentra atrapado en un caso de infidelidades matrimoniales…
Historias que, al margen de su interés en sí mismas, están contadas con una gran eficacia narrativa, con una soltura impecable y con una poderosa capacidad de seducción. No conozco al malagueño José Antonio Sau, pero como lector le estoy muy agradecido: me ha hecho disfrutar con un elegante ramillete de relatos.