Entre cómica y desasosegante resulta esta novela de Beryl Bainbridge, una historia de carretera un tanto absurda protagonizada por la cándida e imprevisible Rose y el muy atormentado Harold, inglesa ella y americano él, con un objetivo común: encontrar al escurridizo y casi onírico Doctor Wheeler, mesías o némesis en función del alternante punto de vista, ora de ella, ora de él. Se percibe, no obstante, ese absurdo, como algo consciente y buscado, un elemento que contribuye a hacer aún más densa una atmósfera ya de por sí preñada de malos augurios. La violencia casual se multiplica, de hecho, conforme la singular pareja se va acercando a su destino, por más que Harold y Rose parezcan no advertirla o la asuman con toda naturalidad. Ejercen de fondo, los muy convulsos ’60, con los cadáveres aún calientes de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King y la promesa, aún real, de otro Kennedy.No es de extrañar, visto lo visto, que un paratexto de la contraportada, firmado por el siempre lúcido William Boyd, vincule esta novela a Esperando a Godot de Beckett. Poco más me queda que decir, salvo que lean, lean, pues merece la pena. Háganlo, eso sí, dotados de lapicero y dispuestos a añadir la docena aproximada de tildes sobre adverbios interrogativos -en interrogativas indirectas- que el traductor se ha dejado por el camino. ¡Ay!
Entre cómica y desasosegante resulta esta novela de Beryl Bainbridge, una historia de carretera un tanto absurda protagonizada por la cándida e imprevisible Rose y el muy atormentado Harold, inglesa ella y americano él, con un objetivo común: encontrar al escurridizo y casi onírico Doctor Wheeler, mesías o némesis en función del alternante punto de vista, ora de ella, ora de él. Se percibe, no obstante, ese absurdo, como algo consciente y buscado, un elemento que contribuye a hacer aún más densa una atmósfera ya de por sí preñada de malos augurios. La violencia casual se multiplica, de hecho, conforme la singular pareja se va acercando a su destino, por más que Harold y Rose parezcan no advertirla o la asuman con toda naturalidad. Ejercen de fondo, los muy convulsos ’60, con los cadáveres aún calientes de John Fitzgerald Kennedy y Martin Luther King y la promesa, aún real, de otro Kennedy.No es de extrañar, visto lo visto, que un paratexto de la contraportada, firmado por el siempre lúcido William Boyd, vincule esta novela a Esperando a Godot de Beckett. Poco más me queda que decir, salvo que lean, lean, pues merece la pena. Háganlo, eso sí, dotados de lapicero y dispuestos a añadir la docena aproximada de tildes sobre adverbios interrogativos -en interrogativas indirectas- que el traductor se ha dejado por el camino. ¡Ay!