La chispa de la vida (2011)

Publicado el 04 julio 2012 por Quesito
Pactar con el diablo.
La chispa de la vida es una película hija de la su tiempo. Y de ella se aprovecha su director para disparar con bala sobre todas aquellas cosas, que rodean la sociedad, que no le gustan o le molestan soberanamente. En ese sentido, la película se comporta como un mono con dos pistolas, aunque de certera puntería, vaciando su cargador sobre temáticas tan variopintas como: la crisis económica, el desempleo, las corruptelas políticas, los medios informativos, la prensa del corazón, la burocracia, los bancos, los intermediarios y, sobre todas las cosas, de la falta de escrúpulos de sociedad actual. Malos tiempos para la lírica.
El protagonista de la cinta es un publicista en paro que a pesar de recurrir a antiguos contactos y viejos amigos no consigue que nadie del sector le de una nueva oportunidad para trabajar. Después de un día de perros y tras una serie de desgraciados equívocos, el hombre terminará en la inauguración de un teatro y, después de acceder a una zona restringida, acabará precipitándose al vacío desde una altura considerable. No obstante, la caída no le matará, y ya se sabe que lo que no te mata te hace más fuerte. En este caso lo fuerte debería interpretarse como una metáfora de la rotunda barra de hierro que quedará alojada en la parte posterior de su cabeza y que le llegará hasta el cerebro. Como la inauguración del recinto está llena de cámaras y reporteros, la prensa no tarda en hacerse eco de la noticia, asediando al pobre tipo postrado en el suelo.
Quieras que no, tener una barra de hierro que te atraviesa la cabeza es una de esas cosas que suelen comportar cierto riesgo para la vida humana y, tras la visita de un médico, le comunican que no lo pueden trasladar a un hospital porque no sobreviviría el traslado. Es en ese momento que la cabeza de publicista del tipo empezará a trabajar a marchas forzadas (o será un efecto secundario de la barra de hierro, ustedes deciden), pero el protagonista empezará a mover los hilos para aprovechar esta insólita atención mediática. Lo cierto es que la trama de la película termina pareciendo un cruce entre Tiburón (Steven Spielberg) y El gran carnaval (Billy Wilder). La primera por el comportamiento de los dueños del museo que primero quieren esconder el accidente a los miembros de la prensa y que, una vez la noticia sale a la luz, llegan a poner en una balanza la vida humana y el beneficio económico propio. La segunda, más clara todavía, porque un accidente termina convirtiéndose en noticia de portada y fuente de ingresos, a la vez, convirtiendo las miserias humanas en una lucrativa máquina de generar dinero. El morbo vende, y cuanto más morboso resulte el caso más beneficios generará.
Álex de la Iglesia vuelve con una historia algo más pequeña de lo que nos tiene acostumbrados, pero igualmente crítico e incisivo con todo aquello que le desagrada. La pareja protagonista, además, resulta, como poco, sorprendente: José Mota, reputado cómico televisivo cuya única participación en cine corresponde a su papel secundario en Torrente 3; y Sama Hayek, toda una estrella de Hollywood, que tampoco es que esté pasando por su momento de mayor popularidad. Tema aparte es la flagrante falta de química entre ambos (algo que ya empieza a resultar habitual en la carrera del director). Además la película dispone de toda una retahíla de nombres importantes para encarnar a los personajes secundarios como para mear y no echar gota: Blanca Portillo, Juan Luis Galiardo, Fernando Tejero, Santiago Segura, Carolina Bang, Juanjo Puigcorbé, Antonio de la Torre, Antonio Garrido, Nacho Vigalondo y Guillermo Toledo, entre otros. La cinta termina resultando ser una grotesca y mordaz sátira de la sociedad actual, encarnada una vulgar barra de metal. A pesar de ello peca por resultar excesivamente irregular: cuando se pone dramática, no resulta excesivamente profunda; cuando se pone solemne, no logra convencer; cuando se pone irónica, resulta poco sutil; pero cuando se viste de comedia negra, saca a relucir toda su mala leche y su veneno. Además, resulta un proyecto extraño viniendo de Álex de la Iglesia, alguien a quien estamos acostumbrados a ver en proyectos más pomposos y grandilocuentes. Aquí nos encontramos con una cinta que parte de una premisa que podría pertenecer a algún capítulo de una posible serie llamada “historias extraordinarias”. A pesar de todo la película logra lo más importante: aguantar la tensión. Y lo consigue con una trama que empieza dubitativa, que enloquece a raíz del accidente que desencadena los acontecimientos, y que saca lo mejor de sí cuando toda la mierda sale a relucir.
Resumiendo: Irregular sátira cargada de veneno que no duda en cargar contra lo más granado de nuestra sociedad.