La ciencia ficción en Asimov

Publicado el 16 enero 2016 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Iván Rodrigo Mendizábal

Isaac Asimov fue un prolífico escritor. Lo señalan sus más de 200 libros entre novelas, textos de divulgación científica, ensayos, aproximaciones a la historia, etc. Además de ello fundó su propia revista, Revista de Ciencia Ficción de Isaac Asimov –Asimov’s Science Fiction–, en 1977, la cual se ha mantenido hasta el presente, no obstante su muerte en 1992. En dicha revista Asimov, en los primeros números, se fue ocupando de sistematizar su pensamiento respecto al género, en un tono entusiasta y alentador, intentando que los lectores puedan comprender que la ciencia ficción es cosa seria, al mismo tiempo que entretenida. Muchos de sus artículos el propio Asimov los compiló en un libro, Sobre la ciencia ficción (Sudamericana, 1982).

Es así que constatamos que para Asimov el primer escritor de ciencia ficción fue Julio Verne. Aunque reconoce que Edgar Allan Poe y Mary Shelley ya dieron los primeros pasos, señala que Verne se especializó y vivió de la ciencia ficción, por entonces sin esa denominación. Es decir, si Shelley o Poe enlazaron asuntos que tenían que ver con el desarrollo de las ciencias en ciertas obras, Verne se dio cuenta que prevalecía el interés de los públicos para comprender las ciencias y las tecnologías emergentes de la mano de aventuras: “el público estaba sediento de aventuras contadas desde los nuevos puntos de vista que la ciencia hacía posibles, en una época en que el optimismo relativo a los avances venideros de la ciencia estaba en su apogeo” (p. 85), señala Asimov, rindiendo honor al escritor francés, pero al mismo tiempo poniendo de relieve el factor del entusiasmo hacia las ciencias del que Verne era su cultor, toda vez que el positivismo estaba en auge. Dicho de otra manera, para Asimov –y posiblemente para muchos autores más– la ciencia ficción nació verdaderamente en el contexto de la curiosidad, positiva, por cierto, por las ciencias: la ciencia ficción vendría a ser tributaria de una mirada que miraría horizontes nuevos alentadores. Y qué mejor si de por medio existía la ficción de las aventuras.

Pero si se trata de sacar partido a la misma ciencia, en efecto, Asimov reconoce que Mary Shelley inauguró, sin quererlo, al género de la ciencia ficción. Aunque antes de ella ya había antecedentes, más entroncados con seres míticos, con ideas acerca de los planetas y estrellas, de viajes imaginarios a la Luna o al Sol, además de las inquietudes que suscitaban las ideas y las nacientes ciencias durante el Iluminismo, fue Shelley la que orientó su mirada más allá del sentido común social y de las noticias sobre descubrimientos científicos en su época: “fue la primera en recurrir a un descubrimiento científico llevándolo a su extremo lógico” (p. 183). Frankenstein, de este modo, se constituyó en la novela inaugural de la ciencia ficción en la constatación de Asimov. Desde ya, en la estructura de dicha obra late el descubrimiento científico de Luigi Galvani y la contracción muscular en animales por efecto de la electricidad, la cual, por otro lado, ya despertaba fascinación. La ciencia y la tecnología parecían prometer la vuelta a la vida de los cuerpos muertos.

Dos aspectos que están presentes entonces en las señalaciones de Asimov antes citadas: aventuras contadas con el sesgo de la ciencia y extremar la mirada sobre los descubrimientos científicos. Es decir, la ciencia no queda solo en el lado de los científicos, de los laboratorios, de los experimentos, sino que se escapa, de la mano de escritores atentos a sus desarrollos, inquietos o curiosos por sus implicancias, hacia los terrenos de la ficción, donde ficción es una estrategia para poner en el papel el producto de tales inquietudes o miradas atentas.

Shelley y Verne pusieron en la discusión cuestiones que en sus respectivas épocas estaban latentes pero no puestas en el papel de las discusiones filosóficas y políticas. Asimov reconoce que sin ellos no habría un primer trazado y el camino de lo que luego se conocerá como ciencia ficción, término que se acuñó en el seno de las revistas de divulgación y literatura de masas en la década de 1920 en Estados Unidos. Ya para ese momento, ya habían otros escritores cuyas obras eran ya populares. En todo caso, era un tipo de literatura que tenía otra mirada, otros escenarios, otras preguntas, lejos de las literaturas convencionales.

Es por eso que Asimov, queriendo definir la ciencia ficción, dice de ella: “es la rama de la literatura que trata sobre las respuestas humanas a los cambios en el nivel de la ciencia y la tecnología” (p. 18). Cuando lee la obra de Shelley, en efecto, prueba que allá la escritora ensaya una respuesta sobre lo que estaría pasando si es que se extremase esos descubrimientos con la electricidad. Revivir muertos con electricidad puede ser una fantasía del Dr. Frankenstein, pero también es una crítica literaria en su tiempo a ese pensamiento racionalista que imperaba: los románticos, como Shelley, estaban conscientes de lo que estaban viviendo y de lo que las ciencias modernas parecían prometer, pero también se preguntaban por la pertinencia humana, por lo ético en el seno de las ciencias. Se podría decir que esas inquietudes siguen latentes cada vez que hay un nuevo descubrimiento, porque una cosa es el hecho “en bien de las ciencias” y otra el uso de las ciencias para fines que no siempre condicen con la eticidad.

La ciencia ficción, con el extremar la mirada, da posibles respuestas, o mejor dicho, otras respuestas, hipotéticas. Y eso es lo importante en el trabajo de Asimov, sobre todo en su literatura de ciencia ficción –la saga Fundación, u obras como Yo, robot; Los nuevos dioses; El hombre bicentenario; Viaje alucinante; etc.–, donde Asimov plantea hipótesis y argumentos: piénsese solo la “psicohistoria”, invención suya, pero que plantea que es posible predecir el comportamiento social a lo largo del futuro a partir de la observación de las actitudes de los individuos. Añádase a esto el reto de contarlos mediante una trama compleja, dentro de un mundo también complejo: Asimov articuló una serie de mundos posibles de notable interés y rigor. De ahí que este termine diciendo otra definición de la ciencia ficción, retadora a la vez: “¿Qué piensa usted (…) de esta definición?: Las historias de ciencia ficción son viajes extraordinarios a uno de los infinitos futuros concebibles” (p. 20).

Es el viaje de imaginación, además extraordinario, en sentido de que se va a descubrir algo nuevo, y que, por otro lado, se va a un infinito de posibilidades.


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